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Por Mariana Enríquez Un grupo estadounidense --cuya potencia sólo sus fans pueden soportar--, convocó más de 10.000 en dos shows en el microestadio de Parque Sarmiento, con las bandas locales Tintoreros y Horcas como soportes. Pantera confirmó así --en su cuarta visita al país-- que es, como Los Ramones, un extraño fenómeno argentino. Con un thrash-heavy metal-hardcore extremo, sin concesiones, Pantera parece el paradigma de la banda que no se deja influenciar por las modas y entrega al tiempo una descarga siempre corrosiva, feroz, temible, a la que sólo están en condiciones de aprehender los ya iniciados. O los que tengan muchas ganas. Phil Anselmo, el cantante, ya no lleva la cabeza rapada. El pelo largo le da cierto aspecto juvenil. Una ilusión, claro, si se tiene en cuenta el tamaño de Anselmo, que, como una afirmación de su brutal contextura física, lució una remera negra con la efigie de un toro. Semiagachado, gruñendo como un poseso, confirmó su romance con los fans argentinos entregándoles el micrófono en varias oportunidades. Anselmo disfruta con la pasión de la gente. Entre tema y tema, le propuso a los fans entonar "Argentina, Argentina". El cántico duró varios minutos, y la banda le puso música. Recibió varias banderas, argentinas y otras con el logo de la banda, y las vistió a modo de capa. La temperatura dentro del miniestadio superaba los 40 grados: el pogo y los saltos estremecían los cimientos del edificio como si los sacudiera un terremoto. Sonriente y satisfecho, dejó que los fans cantaran "Pantera es un sentimiento" durante el tiempo que quisieran. Todo esto, a pesar de que dejó al público indudablemente feliz, ocasionó que el show se extendiera interminablemente, que los intervalos entre temas se hicieran demasiado largos, y que el show perdiera algo de su potencia inaudita. La banda estuvo sobre el escenario poco más de una hora y media, un set relativamente corto. Tocó pocos clásicos: "Becoming" (anunciado por Anselmo con un discurso que decía "nosotros nos cagamos en todo, en la radio, la prensa y la TV, lo único que nos importa son nuestros fans porque amamos a la audiencia heavy. Todos los demás me pueden besar el culo".), "Primal Concrete Sledge", "Broken", y, por supuesto "Cowboys from hell". La insinuación de "Cementery Gates", otro himno, no pasó de eso, y algunos reclamaron más temas de Vulgar Display of Power y Cowboys from hell, sus mejores y más exitosos discos. La decisión de concentrarse en el material más reciente fue, quizá, la única novedad de estos shows. No hay innovaciones en Pantera. No hay sutilezas ni sorpresas: un escenario más que discreto, con juegos de luces elementales y apenas dos banderas con la tapa de su último CD, Offical Live 101 Proof. Ni siquiera hacen una salida espectacular al escenario: entran caminando como si tal cosa, botellas de cerveza en mano. No intentan crossovers con otros ritmos, como Sepultura, que incorpora matices tribales y de bossa-nova. Su público sabe lo que va a encontrar en un show de los texanos: un brutal despliegue de poder, heavy metal sin concesiones ni divismo. Los gruñidos de Anselmo pueden espantar al más duro. La batería de Vinnie Paul suena como una ametralladora. Bajo y guitarra sincronizan en un frenesí desbocado. Si se lo compara con las sorprendentes y rabiosas presentaciones de 1993 en Obras --en aquella oportunidad, hasta Fito Páez lo votó como "mejor show del año"-- es evidente que para Pantera algo ha cambiado. No perdió furia, pero sus últimos discos Far Beyond Driven y The Great Southern Trendkill, no tienen la brutal sencillez de los primeros. Son intrincados, casi para especialistas en el género. Los 10.000 fans argentinos --la mayoría menores de 20--, todos con remeras de Pantera, Megadeth y Sepultura, asistieron fervorosos a su ritual, ajenos a cualquier evaluación.
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