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Suharto, el ultracorrupto dictador indonesio que se mantiene en el poder desde hace 32 años gracias a un sistema seudoparlamentario totalmente digitado, está en problemas. La novedad es que, por primera vez desde que asumió un séptimo mandato en marzo, esta vez parece advertirlo: ayer debió cancelar abruptamente su visita a Egipto para anunciar que estaba volviendo a casa de inmediato. La razón: el crecimiento tumultuoso de la revuelta estudiantil y popular en su país, que ayer cobró 10 muertos del lado de los manifestantes después de que la policía abriera fuego real contra ellos por segundo día consecutivo. La situación tiene la estructura de un crescendo: cada día, los manifestantes salen a la calle y la policía antidisturbios les provoca muertos, ante lo cual al día siguiente salen más manifestantes y la policía provoca más muertos. El detalle es que esto ocurre en medio de un colapso económico que se está agravando, que las consignas por la renuncia de Suharto distan de limitarse a los estudiantes y que Estados Unidos inició ayer una revisión de su política de cooperación militar con el régimen. El anuncio de los nuevos muertos y las condiciones en que se produjeron causaron un fuerte impacto en la población, sobre todo porque la manifestación se desarrollaba pacíficamente, sin el vandalismo ni el pillaje que caracterizaron los disturbios de la semana pasada en Medán, al norte del archipiélago. El tiroteo tuvo como escenario la Universidad de Trisatki, establecimiento privado donde la educación es una de las más caras del país, y al que la incipiente clase media indonesia, cuya existencia misma se ve comprometida por la crisis económica actual, sueña poder enviar a sus hijos algún día. Los testigos de los hechos, al igual que los documentos filmados y las fotografías, describen o muestran a las fuerzas del (des)orden en estado de conmoción, aparentes víctimas de un rapto de locura, atacando con furia a los manifestantes, persiguiéndolos en el interior mismo de la universidad y disparándoles por la espalda con los fusiles de asalto. Los estudiantes muertos cayeron en pleno recinto universitario, con balas en la cabeza o en la espalda, al igual que las decenas de heridos hospitalizados. Algunos de los testigos, incluyendo varios diplomáticos occidentales, recogieron cápsulas vacías de municiones de guerra. Su testimonio contradice las declaraciones oficiales, en particular las del canciller Ali Alatas, según las cuales las fuerzas de (in)seguridad no contaban con ese tipo de balas. La crisis dio origen a nuevas manifestaciones en Trisatki, en el centro de Jakarta. Megawati Sukarnoputri, la muy popular hija del presidente fundador de Indonesia --derrocado en 1966 por el general Suharto-- participaba en la manifestación, lo mismo que varios ex ministros y generales en retiro. Alí Sakidin, gobernador de Jakarta, advirtió en su discurso al general Wiranto, comandante del Ejército y ministro de Defensa, que "el Ejército emana del pueblo y está a su servicio y no es un instrumento del poder". Lo que está por verse: el Ejército aún no ha actuado. |