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Mientras las fotos que reproducen ahora los diarios y revistas francesas de aquel Mayo del '68, testimonian de qué manera las barricadas de París también habían llegado a Cannes --allí se los ve, agitados, en una tribuna revolucionaria, a Truffaut, Godard, Polanski, Louis Malle y hasta... ¡Claude Lelouch!-- Colores primarios exhibe con total impudor, casi orgullosamente, de qué manera se practica hoy la política. Lo que afirma despreocupadamente Colores primarios (y que resuena quizás más aquí en Francia, donde el gobierno de Lionel Jospin busca algunas soluciones alternativas al liberalismo) es que la mejor manera de hacer política es a espaldas de los votantes, manipulando los sentimientos más elementales de la opinión pública, para eventualmente alcanzar un futuro próspero. El fin, dice sin ambages la película de quien fuera alguna vez el director de Trampa 22 y El graduado, justifica los medios. Es algo muy distinto, por cierto, de lo que se desprende de Wag the Dog, la película de Barry Levinson que en febrero pasado, en el Festival de Berlín, inauguró esta temporada cinematográfica 1998 marcada por el sello de los vicios privados y las virtudes públicas de la administración Clinton. Si Colores primarios insinúa en el comienzo cierta intención satírica para finalmente mostrarse patriotera e indulgente, Wag the Dog (de inminente estreno en Argentina), por el contrario, propone un humor acre y feroz, al sugerir que el entorno presidencial es capaz incluso de inventar una guerra con tal de desviar a la opinión pública de los asuntos de polleras del presidente. En la conferencia de prensa que ayer al mediodía siguió a la clásica sesión fotográfica --con más de un centenar de paparazzi literalmente "fusilando" a John y Emma, que posaron frente al mar como si estuvieran bailando un tango-- Mike Nichols y todo su equipo, que incluyó al periodista Joe Klein (autor de la novela original), intentaron dejar en claro que nunca, en ningún momento, sufrieron presión alguna de la Casa Blanca. Más aún, Nichols se preocupó particularmente por aclarar que la ya famosa escena de cama entre la futura primera dama y el asesor de campaña de su marido (interpretado por el actor negro Adrian Lester) no quedó en la copia de estreno por una decisión propia: "Lo dejé afuera no porque nadie me lo hubiera pedido, sino porque consideré que, aunque estaba en el libro, y era una escena importante, no ayudaba a la progresión dramática de la película", dijo. Cuando otro periodista insistió sobre el tema, Nichols contestó con sorna, como para decir aquello que se suponía todos querían escuchar: "Sí, claro, soy un amigo muy cercano de los Clinton y los consulté a cada momento durante el montaje". Más sonrisas, en todo caso, provocó Travolta, cuando refirió que él sí había sido convocado para una fiesta en la Casa Blanca, pero que le habían pedido que fuera maquillado tal como sale en la película, algo a lo que se negó. "Ya fue bastante responsabilidad ser presidente frente a las cámaras como para volver a serlo frente a Clinton", bromeó. Tanto Joe Klein --que cuando salió publicada su novela sólo se atrevió a firmarla como "Anonymous"-- cuanto Mike Nichols, se mostraron sumamente preocupados por lo que llamaron "una nueva caza de brujas" en la política estadounidense, donde el pasado más íntimo de todos los políticos sale a la luz, por más irrelevante que sea. "Los rivales políticos y el periodismo rastrean hasta en los antecedentes del jardín de infantes", se quejó el director. Y fue más allá: "La vida privada es privada siempre, incluso en la Casa Blanca". Su película, sin embargo, parecería desmentirlo, al especular con las bambalinas de la campaña que llevó a Clinton al sillón presidencial. Pero nadie tiene por qué preocuparse: Colores primarios, a diferencia de los films que el mismo Nichols hacía hace treinta años, perdona todos los crímenes y pecados. |