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EL EXCRITOR (1)
Por Rodrigo Fresán


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T.gif (67 bytes) Ahora sí, ahora empieza, ahora viene la mejor parte. Mucho se ha escrito sobre la felicidad de alumbrar una idea para una trama, sobre el placer de escribir, sobre los gozos de publicar.

Pero si le preguntaran la verdad, lo cierto es que tendría que decir que, en lo que a él respecta, el mejor momento de la actividad literaria crece en esos dos meses que, si se suele llegar corriendo y justo a tiempo, van desde la noche en que se entrega el libro a la editorial --su caso-- y el día de la aparición del monstruo en las librerías.

Son dos meses formidables. En especial si se ubican durante el otoño/invierno de esta ciudad que no fue diseñada para la primavera/verano. Son dos meses que deberían durar dos años, piensa. Porque a lo largo de esos dos meses el escritor que debería estar escribiendo se convierte en un escritor que no escribe y que --detalle importante-- se siente muy feliz de que no se le ocurran ideas, de no escribir.

Durante esos dos meses dorados, el escritor se convierte en un excritor.

¿Qué hace un excritor?

Lo primero es, increíble, la desaparición de la culpa de no escribir y el placer recuperado de leer sin pensar simultáneamente en lo que se está escribiendo. Ahora, la preocupación por el destino de los personajes ajenos es genuina, generosa, desinteresada. Ahora, los libros de los otros no son mejores que el nuestro. Ahora los libros de los otros son nada más que formidables. Y, lo mejor de todo, no nos tientan con epígrafes.

Lo segundo es que uno reasume su status de civil. Vuelve a ser persona entre personas y no persona entre personajes. La comida parece más sabrosa y, sí, hace frío, ¿no? Dormir hasta tarde es una posibilidad cierta y estar despierto hasta tarde es una idea viable y se sueñan cosas menos interesantes desde un punto de vista anecdótico pero mucho más sentidas desde un punto de vista emocional. Los sueños se hacen más realistas en el sentido que, por suerte, reflejan una expresión de deseo factible. No, a nadie se le ocurriría escribir un cuento o una novela con ese sueño --o tal vez sí, no importa--, pero qué bueno sería que se hiciera realidad ya, ¿no?

Un excritor entra menos a librerías porque le alcanza con los libros de su biblioteca aunque los haya leído a todos. Un excritor es más benevolente para con las películas malas y los errores fragantes y las trampas descaradas en las tramas de los thrillers fin de milenio.

Un excritor es una persona menos compulsiva y más atenta: come menos y piensa más. A veces se le ocurre algo que considera más apropiado para el plano de lo ficticio que el de lo real. No lo anota en su libreta sino en un pedazo de papel para poder ver cómo se pierde, se olvida.

Un excritor descubre que si ha pasado demasiado tiempo viviendo adentro de un libro ha pasado demasiado tiempo afuera del mundo.

Un excritor se despide de su original pronto a ser multiplicado en serie con un último vals que es el de la corrección de pruebas de página. Anotaciones al margen y descubrimento de erratas que no hacen más que esconder el perfil de aquéllas invisibles para el excritor pero evidentes para sus amigos porque --casi siempre pasa-- difícilmente todos sean excritores al mismo tiempo. Mesa de bar, lo más lejos posible de su escritorio. Si es al aire libre, mejor todavía.

Un excritor es esa persona que ahora se sirve una copa de algo y --en este instante preciso-- procede a borrar en su computadora todos los archivos del libro terminado. Uno por uno y la ceremonia tiene algo de aquella escena de 2001: Odisea del Espacio; sólo que su computadora no tiene ni voz ni voto. Su computadora obedece. Dios por quince minutos. Apocalipsis. Se acabó lo que se daba. Nunca más.

Un excritor es aquel que, ahora, atiende el teléfono y escucha la voz de su editor diciéndole que hubo un problema, que se inundó la editorial y se incendió el taller, que se ahogaron las pruebas de página y se quemó el diskette y que, por favor, haceme otra copia del libro. Urgente. Ya.

Un excritor también puede ser un idiota en problemas.

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