DE FLOR LLEVA SÓLO EL NOMBRE
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Por Andrea Rodríguez Es Rosa. Pero también fue "Clavel". Extraña paradoja la de quien lleva nombre de flor, cuando crece en los bajos fondos y asciende en las sombras de los centros clandestinos de la represión ilegal. Es el caso del comisario Roberto Antonio Rosa, el fusible que hizo saltar la Policía Federal en medio del escándalo del juez federal Norberto Oyarbide y sus visitas a Spartacus. Rosa fue señalado como el protector y socio policial del juez y del prostíbulo. Pero, además, fue identificado como verdugo del Club Atlético, El Banco, El Olimpo y División Cuatrerismo de Quilmes por dos ex detenidos-desaparecidos de aquellos centros clandestinos. En una foto tomada hace un par de días, Mario Villani y Susana Caride lo reconocieron como "Clavel", no como Rosa. "Es él. Son los mismos bigotes", dijo Villani. La escena se repitió con Caride: "Es Clavel, pero más viejo. Es que pasaron veinte años...". Enfrentados a la foto, no tuvieron duda alguna. Pero no sólo vale la contundencia del reconocimiento de los ex detenidos-desaparecidos, sino la forma en que se llegó a esa instancia: Página/12 supo que Rosa era el represor "Clavel" por la infidencia de otro secuestrador, compañero suyo en los centros clandestinos, que al dar el alerta pidió reserva de su nombre. Este diario logró después acceder al legajo policial del comisario (ver aparte). En testimonios ante la Conadep y el juicio a los ex comandantes, Clavel fue señalado por ocho ex desaparecidos como miembro de los grupos de tareas del circuito represivo que dependió directamente de la Superintendencia de Seguridad de la Policía Federal y, en última instancia, del Primer Cuerpo de Ejército, comandado por el general Guillermo "Pajarito" Suárez Mason. La primera confirmación de que "Clavel" era Roberto Antonio Rosa llegó a la Justicia de boca de uno de sus compañeros, el también verdugo Juan Antonio Del Cerro, alias "Colores". El 18 de noviembre de 1985, antes de ser beneficiado por la ley de Obediencia Debida y cuando todavía cumplía prisión preventiva, Del Cerro declaró ante el entonces juez federal Miguel Pons y a fojas 830 de su indagatoria dijo: "Clavel era el oficial principal Roberto Antonio Rosa". Perdido en ese expediente judicial, el nombre seguía siendo uno más entre los tantos de represores beneficiados por las leyes del perdón, hasta que el domingo último salió a la luz ligado al caso Oyarbide. Según los registros de la empresa Movicom, a las 22.10 del 24 de marzo último, mientras Luciano Garbellano, amigo confeso de Oyarbide y regente de Spartacus, era sometido a una emboscada a balazos en Zárate, desde su teléfono celular se hizo una llamada al conmutador del Departamento Central de Policía. Ese mismo día, más temprano, desde el mismo celular de Garbellano se llamó al teléfono móvil del comisario Rosa. Después se supo que el comisario era amigo de Oyarbide y del proxeneta y que mantenía aceitadas relaciones de "trabajo" con los dueños de los principales prostíbulos porteños. También se conoció entonces que Rosa había revistado antes en el Departamento de Leyes Especiales (juego clandestino) durante tres años, y en ese lapso fue investigado por su presunto enriquecimiento ilícito. Recién entonces, el lunes último, como el agua llegaba al cuello, el ministro Carlos Corach y el jefe de la Federal, Pablo García, anunciaron el pase a disponibilidad de Rosa, que se desempeñaba como jefe de la División Seguridad Personal. No es éste el primer caso de un verdugo oculto en el anonimato de un puesto de jefatura de la Federal. El 17 de julio de 1996 este diario informó sobre otra paradoja de la Argentina del Punto Final, la Obediencia Debida y el indulto: el comisario Ricardo Scifo Módica, "Alacrán" en los centros clandestinos, era director nada menos que del Centro de Atención a la Víctima de la fuerza. "Clavel", "Alacrán", "Colores" y "Cobani", el ex subcomisario Samuel Miara, apropiador de los mellizos hijos de desaparecidos Matías y Gonzalo Reggiardo Tolosa. Todos adquirieron su alias en la misma sombra: la Superintendencia de Seguridad Federal, en la calle Moreno 1417, a una cuadra del Departamento Central de Policía, donde días después del golpe de 1976 comenzó a funcionar el primer centro clandestino de la fuerza. Ese pozo fue mudado después a Paseo Colón y Juan de Garay, y bautizado Club Atlético a partir de las iniciales C.A., que para los verdugos querían decir, en realidad, Centro Antisubversivo. Más tarde fue El Banco, a partir de diciembre del '77, cuando la Federal y el Ejército decidieron levantar el Club Atlético y trasladar a todos sus detenidos hasta el nuevo escondite, próximo a la intersección de la Autopista Ricchieri con el Camino de Cintura, en Puente 12. Y finalmente hubo una nueva mudanza en agosto del '78 a Ramón Falcón y Lacarra, el pozo que llamaron El Olimpo ("de los dioses", como rezaba un gran cartel que los represores habían pegado en la pared de la sala de inteligencia). Cuando en 1996 este diario denunció el caso de "Alacrán", el ministro Carlos Corach enunció una increíble teoría: si un represor es designado al frente de una repartición oficial de la Policía Federal, la responsabilidad no es del Gobierno, ni de la Jefatura de la fuerza, sino de las víctimas del verdugo, por no señalarlo. "En todo caso, esto no se le pasó por alto al Gobierno. Se le pasó por alto a los denunciantes", dijo Corach. ¿Repetirá el argumento con "Clavel"?
COMO ACTUABA CLAVEL EN LA DICTADURA EL CASO DE LA CIEGUITA Por A. R. De todos los testimonios escuchados durante el juicio a los ex comandantes, uno de los más conmovedores fue el de Mónica Evelina Brul de Guillén, una ciega que fue secuestrada por "Clavel", el comisario Roberto Antonio Rosa. El 7 de diciembre de 1978, Brul de Guillén caminaba por la calle Cangallo y casi llegando a la esquina de Pasteur un hombre la tomó del brazo. "Vení que te cruzo", le dijo. Y ella le respondió que no quería cruzar. "Es que estás perdida", le retrucó el hombre. Y no le dio tiempo a nada. Brul de Guillén era ciega, y caminaba junto a su hijo, un bebé de ocho meses. Integraba el grupo llamado Cristianos para la Liberación, junto a otras personas que, como ella y su esposo, eran discapacitados, pero igual tenían el ánimo de realizar trabajos sociales. Brul de Guillén fue metida, junto a su hijo, en el asiento trasero de un auto y allí "Clavel" se identificó como tal. Cuando llegaron al centro clandestino El Olimpo fue también "Clavel" quien la condujo por un pasillo hasta sentarla en una silla. Y entonces llegó otro de los temibles represores del circuito de Seguridad Federal, Julio Simón, alias "El Turco Julián". --A la máquina --dijo "Julián", según recordó Brul de Guillén en sus testimonios, primero ante la Conadep (legajo 5452), después en el juicio. --Mirá que en el auto dijo que estaba embarazada de dos meses --lo alertó otro verdugo a "Julián". --Si fulana (Brul de Guillén no recordaba el nombre de la otra víctima) aguantó la máquina estando de seis meses, ésta va a aguantar. Y además, viólenla. Los represores se ensañaron particularmente con ella porque era judía y además discapacitada. También porque no lloraba cuando la torturaban. "Eso los exasperaba", contó Brul de Guillén. Y recordó que la amenazaban con matar a su bebé, al que le agregaban sal en la leche de la mamadera.
EL SUBMUNDO QUE RESPIRA EN UN LEGAJO POLICIAL Por Guillermo Alfieri Es improbable que un legajo policial haya inspirado al poeta cuando escribió aquello de que "la vida es, también, todos esos otros mundos que no vivimos". Pero eso no quita que un legajo policial sea, en efecto, uno de esos otros mundos impensados para del común de los mortales. Lleno de signos incomprensibles, sellos que sólo tienen sentido en jerga interna y siglas que, una vez descifradas y ubicadas en el tiempo, pueden significar, simplemente, "muerte". Como S.S.F., que remite a la Superintendencia de Seguridad Federal, inevitablemente ligada a los campos de concentración de la última dictadura. Un legajo policial puede encerrar, también, enigmas de este estilo: ¿Cómo es posible que asciendan a las más altas jefaturas, hombres con antecedentes de apremios ilegales, faltas disciplinarias y negligencia en el manejo del arma? De eso trata el expediente policial del comisario Roberto Antonio Rosa. El hombre, según dejaron asentado sus camaradas, tiene apellido con rima: Rosa (por parte de padre), Sosa (por vía materna). Nació el 13 de junio de 1950, en la Capital Federal y está casado con Mercedes Rosario Coello. Revistó en las comisarías 20 y 28. Luego en el cuerpo de policía de tránsito y ya en pleno terror de Estado llegó a la temible S.S.F., un centro clandestino de exterminio de personas que mudó varias veces su sede (ver nota central). El "Departamento de Situación Subversiva" lo albergó desde unos días después del Mundial de Futbol 1978. Ascensos y traslados signaron su vida desde el retorno de la democracia hasta que el escándalo por su relación con el polémico juez Norberto Oyarbide lo sorprendió en la repartición Seguridad Personal. La foja de servicios le contó cinco balas en su pierna izquierda. Una de ellas porque se le disparó el revolver, lo que le valió a su vez una sanción disciplinaria. El 18 de junio de 1973 se le impusieron 31 días de arresto porque "en sumario administrativo se estableció que el causante ha sido negligente en el manejo del arma reglamentaria". El rubro sanciones llena varios renglones. Por "demorar innecesariamente la instrucción de un expediente a su cargo"; por llegadas tarde a tomar servicio, "no obstante haber sido exhortado en otras ocasiones a cumplir su horario de labor"; por descuido en "la conservación y custodia de su medalla de grado y credencial jerárquica"; por "abandono de puesto"; etcétera, etcétera. Tan cuestionable parece que fueron sus inicios que en noviembre de 1972 "se lo exhorta a un mayor rendimiento integral, teniendo en cuenta las sanciones que registra, el contenido de su foja de concepto y el informe semestral que cuestiona su capacidad profesional y se dispone la incorporación a un curso de repaso ante el comando jefatural". Un mes más tarde, aprobó. Pero ninguna de las páginas parece tan ilustrativa como la que apelotona "procesos" y "otros antecedentes": * El 21 de junio de 1974, queda involucrado en una causa por homicidio en riña. * En febrero de 1982, el subcomisario Alberto Luis Siffredi de la delegación Salta, solicita los antecedentes reservados del causante con motivo de instruir sumario administrativo en razón de juzgarse su conducta por haber resultado acusado de "apremios ilegales". En octubre "la jefatura resuelve sobreseer definitivamente al causante por aplicación de la O.D.I. número 50". Las siglas, siempre las siglas. Incomprensibles, como que el paso por Salta, le haya valido después "una distinción". Queda aún una perlita histórica. está situada en el ítem "Actos destacados" y expresa: "Conforme a lo ordenado por el Comando Jefatura en Orden del Día del 5 de julio de 1974, se deja constancia de la eficiente actuación del causante que con otro personal estuvo afectado a los servicios de puestos con motivo del fallecimiento del Excmo. Presidente Teniente Gral Juan Domingo Perón". Veinticuatro años después, durante otro gobierno justicialista, al comisario le acaba de llegar la noche. Informe: Victoria Ginzberg |