PANORAMA
POLITICO --Bueno, te lo puedo explicar así. Viene un cliente al negocio y compra por diez pesos. Por error paga con un billete de cien y se va. Ahí aparece la cuestión ética: ¿se lo digo o no se lo digo a mi socio? En estos días, cuando la política y la Justicia se han convertido en materia prima de la crónica roja, las versiones reales sobre la ética son todavía más disparatadas y cínicas que la del chiste. Si no fuera así, ¿cómo puede explicarse el ciudadano común que el juez federal Hernán Bernasconi, con las acusaciones que hay en su contra, siga "impartiendo justicia" en un caso tan resonante como el del asesinato de José Luis Cabezas, mientras que su colega Norberto Oyarbide sea sujeto de juicio político? ¿Acaso porque ambos tienen diferentes opciones sexuales? La homosexualidad, sin duda, sigue excitando algunas fobias que nutren más la avidez sensacionalista que la supuesta "normalidad". Al fin y al cabo, no hace un siglo que el desaparecido cardenal Quarracino amonestaba a los homosexuales porque eran "peores que los animales" y proponía encerrarlos en ghettos para aislarlos de todo contacto con las personas que son "como Dios manda". A la manera de otras paradojas del país, la existencia de una ley contra la discriminación ampara, por un lado, a los potenciales damnificados por la exclusión pero impide, por el otro, el muestrario abierto y el debate franco sobre los prejuicios que sobreviven entre las convicciones vulgares. La hipocresía, además, emerge como norma de una práctica del poder que sólo tiene intereses inmediatos, razón por la cual un sujeto como Alfredo Astiz puede ser castigado por los jactanciosos recuerdos de actos criminales antes que por la comisión de los actos mismos. El juez Bonadío ordenó ayer su procesamiento por "apología del delito", con una fianza de dos mil dólares. En lugar del mal se castiga la apariencia, de modo que los delitos verdaderos quedan supeditados a la eficacia de la imagen que cada cual pueda construir de sí mismo. Por lo tanto, Oyarbide recibe más comentarios por su sexualidad privada que por sus procedimientos judiciales. Como una nave sobrecargada, el poder expulsa lastre de tanto en tanto, pero para seguir en el rumbo en lugar de corregirlo. La guerra sucia en la política, que impone el canibalismo interno, no reconoce otra ley que los intereses de cada bando en pugna. Las "operaciones de prensa", las campañas de acción psicológica, las denuncias cruzadas, la extorsión, el chantaje y el soborno son la munición corriente de las artillerías en combate. Mientras tanto, las preguntas públicas siguen acumulándose sin respuestas: ¿Por qué mataron a José Luis Cabezas? ¿Por qué Oyarbide quedó a la intemperie? ¿Por qué la protección para Bernasconi? No hay respuestas morales ni éticas o legales, sólo hay explicaciones políticas y trucos de picapleitos. Es la consecuencia directa de un Estado vaciado de sentido, reducido a la condición de fábrica de clientela electoral, porque la capacidad de decisión sobre los asuntos públicos de trascendencia ha sido expropiada por grupos económicos que nadie elige en las urnas. Allí está Erman González para probarlo, en Washington, pidiendo el consentimiento del FMI para reorganizar el trabajo argentino y derivar fondos para educación y salud, mientras el Congreso, donde el pueblo debería gobernar a través de sus representantes, es un mero administrador de los escándalos que le proporcionan cada día la investigación periodística o la guerra sucia. ¿Para qué elegir a Fulano o a Mengano, si al final decide Michel Camdessus? No hay lógica visible que respalde ningún discurso. Por ejemplo, el gobernador Duhalde, que se pretendía sucesor presidencial, habla para condenar la falta de investigación sobre la responsabilidad de Alfredo Yabrán en el crimen de Cabezas, pero se declara prescindente de los senadores bonaerenses que votan con sus colegas de bancada para liberar a Bernasconi del juicio político, situación que aprovecha Yabrán para canalizar a través de ese juez un recurso de hábeas corpus destinado a poner su destino en manos de la Corte Suprema, donde los reflejos de la mayoría son dóciles a los impulsos de la Casa Rosada. A veces, ni siquiera el deterioro de la falsa imagen impone el castigo debido, si conviene a las necesidades funcionales del momento. Como predominan las lógicas clandestinas, todos los escándalos apuntan a varios objetivos simultáneos. Así fue con el asesinato de Cabezas, así es con la expurgación de Oyarbide, cuya exposición pública dejó también al descubierto ciertas viejas prácticas de la Policía Federal con relación a los prostíbulos, tan clandestinos como las lógicas que los amparan. De acuerdo con encuestas no oficiales, en la actualidad hay en la Capital un "sauna" cada cuatro manzanas. Todas parecen depender de un solo protector --el único oficial sancionado--, como si eso fuera posible, en tanto el ministro del Interior, en nombre del Presidente, se entusiasma en alabanzas a la repartición, con el mismo énfasis que alguna vez puso Duhalde para nombrar a la Bonaerense como la "mejor policía del mundo". Harán falta más que gobernantes honestos para acabar con la cleptocracia. Que lo digan Fernando de la Rúa y su partido, salpicados por la evidencia de por lo menos dos funcionarios radicales de la flamante Legislatura sorprendidos por la cámara indiscreta en el acto de solicitar retornos, con la solvencia de veteranos del depuesto Concejo Deliberante, que tanto asco público supo acumular en su momento. Sin atacar las redes de la corrupción, implícitas en los métodos usuales para realizar los negocios públicos, el simple relevo de hombres no basta. De seguir así, el escepticismo público y la indiferencia por la política terminarán por anular las diferencias y todos serán lo mismo. Más aún: hay que cambiar el sentido de las cosas, porque mientras el mercado premie a los especuladores y castigue a los que trabajan, o quieren trabajar, la inmoralidad será la sustancia misma del modelo. El proyecto conservador, llamado neoliberal, que nació hace cincuenta años en la teoría y se practica hace medio siglo, había llegado para edificar la grandeza burguesa mundial. En su lugar, parió una lumpen-burguesía, ávida de éxito, riqueza y poder fáciles, que exhibe sus impudicias con desenfado de corsarios. Eso pasa aquí y en cualquier lugar del mundo donde los gobernantes han aplicado la ortodoxias salvaje del "modelo". En Rusia gobiernan las mafias, pero en la exitosa Alemania, de acuerdo con las rigurosas estadísticas de la Bundesbank --la banca federal que ahora preside la"eurobanca"--, en las empresas de la antigua Alemania Democrática el año pasado subió el desempleo del 15,9 al 19,4 por ciento. Según la misma fuente, eso sucedió porque las fábricas orientales han aumentado la capacidad productiva, lo que permitió la reducción del costo salarial por unidad de producto y, en consecuencia, provocó la expulsión de nuevos contingentes de trabajadores, ya que para producir la misma cantidad de mercadería hace falta menos mano de obra. La misma teoría --más productividad, menos empleo-- es la que alumbra la práctica productiva de la economía argentina de los últimos años. La flexibilización laboral que ahora consintió el Fondo Monetario Internacional (FMI), según González, quiere más dosis de la misma receta. En Alemania, hay menos puestos de trabajo hoy que hace cinco años. En la lógica de González, por ese mismo camino en la Argentina habrá resultados inversos y bajará el desempleo. ¿Será por la picardía criolla? En Berlín, desde 1991 hasta la fecha, se duplicó el número de familias que recurren a la asistencia social del Estado. Aquí, ¿a quién recurrir?, si los subsidios estatales son míseros y efímeros, útiles sobre todo para inflar las estadísticas de empleo. Hasta los inundados han dejado de ser noticia de primera plana, aunque siguen con el agua al cuello, y la sociedad tuvo que hacerse cargo de ellos en buena medida, ya que los fondos de ayuda han sido manipulados por el canibalismo interno o descuidados por la negligencia insensible. En esta ocasión, sin embargo, la sociedad mostró gestos de solidaridad de una amplitud tal que sirven para mostrar que todavía hay fuerzas sociales con la sensibilidad dispuesta para intentar el esfuerzo de un proyecto de solidaridad nacional, siempre y cuando los ciudadanos sean convencidos de que son verdaderas las intenciones diferentes y que hay voluntad y fuerza para realizarlas. Si la nueva política se deja involucrar en la guerra sucia y los legisladores electos el 26 de octubre se ocupan nada más que de redactar pedidos de informes o de revolver prontuarios, pueden abrirse opciones peligrosas. Puede llegar el día, por ejemplo, que lo mismo que le pasó al fútbol, donde la violencia amparada por ciertos poderes apareció como incontrolable, le suceda a la política. No vaya a ser que, llegado ese momento, el hastío social sea tan grande que ya nada importe. El florentino Nicolás Maquiavelo, que para pensar mal se pintaba solo, le recomendó al Príncipe: "La mejor fortaleza es no ser odiado por el pueblo, porque por muchas fortalezas que tengas, si el pueblo te odia, no te salvarán". |