Por Mario Wainfeld
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* La aparición de un video comprobando una coima en la Legislatura motivó un reflejo razonable, que es castigar a los responsables, pero no deja de demostrar que robar para la corona es una costumbre pluripartidaria. Y el modo en que se descubrió la cometa y se prorratean los costos políticos tienen un tufillo internista no menor. * La Legislatura trastabilló al decidir sobre su personal y el del Concejo Deliberante. Propuso medidas "políticamente correctas" y hasta progresistas pero no operó con cintura. No "contó con la astucia" del PJ local y algunos operadores periodísticos para hacer lobby por los empleados del ex Concejo, ni midió la incontrolable cantidad de gente que iba a presentarse a trabajar en un concurso abierto (pese a sus denuncias sobre la desocupación). * La designación del ombudsman fue un martirio. Se quiso ungir a un político "del palo", en una incorrecta politización y desnaturalización del cargo. Tras el fracaso, se puso el problema en el freezer generando un interinato sin poder y sin deseo de Antonio Cartañá. * El conflicto entre De la Rúa y los sindicatos docentes produjo una situación digna del libro Guinness: el Gobierno concedió un aumento no solicitado y obtuvo como respuesta una huelga de los docentes, en un episodio signado por la falta de diálogo y la desmesura en las reacciones. En todos los ejemplos se cruzan errores, con internas entre radicales y frepasistas, e incluso al interior de cada una de esas fuerzas. En muchos se ha privilegiado el armado político al interés de los contribuyentes. En uno hay un patente delito. Los traspiés de la oposición no la igualan al gobierno nacional --ya que al menos la Alianza busca radiar a los responsables de delitos-- pero sí ponen de resalto que la corrupción, la incompetencia, la falta de credibilidad de los políticos y de las instituciones son temas complejos, arraigados, que preexisten al menemismo y lo trascienden y requieren para ser superados algo más que la derrota electoral del partido de Gobierno. ESA MALDITA CLASE MEDIA Por Julio Nudler
Rodríguez quizá no sepa que, ante todo, los ricos no evaden porque tampoco están gravados. En un país de dividendos exentos, rentas financieras libres de impuestos y sociedades anónimas, es poco lo que el régimen tributario espera de los más pudientes. Y es cierto que obtiene aún menos: Ganancias de personas físicas y Bienes Personales (Riqueza) aportan, sumados, sólo un 6 por ciento de la recaudación total. En cuanto a la clase media (que según Rodríguez es el 80 por ciento de la población, porque estará confundiendo Villa del Parque con toda la Argentina), es lógico que vaya evadiendo cada vez más a medida que su ingreso se ve crecientemente exprimido por facturas más gruesas de los servicios públicos, además de pagar a prestadores privados de salud, vialidad, educación y seguridad los servicios que debería comprar con los impuestos. Una vez que la familia de clase media le abonó a la escuela, a la prepaga, el ABL y todo lo demás, ¿qué podrían darle a cambio de pagar sus tributos? ¿Tal vez una cuotaparte en el fondo común compuesto por sobreprecios, retornos y otros estímulos, que forman la contabilidad negra del Estado? Según muestran los datos, la evasión disminuyó entre 1991 y 1994, pero cambió de tendencia a partir del Tequila y no deja de crecer desde entonces. Los expertos dicen que también en esta lucha, nadie vuelve fácilmente de la clandestinidad. EL SALVAJE SUR Por José Pablo Feinmann
La situación que se vive en la provincia de Buenos Aires ha sido largamente analizada en algunos westerns que figuran entre los mejores del género. En 1959 se estrenó en la Argentina uno de ellos: se llama El valor del miedo (Warlock). (Suele pasarse por TV bajo el título de Pueblo embrujado, con Henry Fonda, Richard Widmark y Anthony Quinn.) Warlock es un pueblo asolado por una feroz pandilla que habita en un ranch de las afueras. Siempre que se les ocurre, los pistoleros entran en el pueblo y cometen todo tipo de tropelías. El pueblo tiene un sheriff, y ese sheriff se ha convertido en el más aterrorizado de sus habitantes, ya que tiene el deber de enfrentar a los pandilleros. Quienes, cierto día, cruelmente, lo matan. Los hombres prominentes del pueblo se reúnen para buscar una salida a una situación de terror y salvajismo que es, ya, intolerable. Deciden, entonces, no recurrir a un nuevo sheriff, sino a un pistolero. Deciden enfrentar a los pistoleros con un hombre de su misma condición, pero superior. Deciden contratar al mejor de todos. Así, llega al pueblo Clay Blaisdell (Henry Fonda). Viste de negro, es alto, elegante y tiene dos revólveres de plata que desenfunda con letal rapidez. En poco tiempo, Blaisdell barre a los pistoleros, quienes, raleados y temerosos, regresan al ranch. Los buenos vecinos de Warlock se sienten felices y seguros, y nombran sheriff a Blaisdell. Una pesadilla peor los espera: Blaisdell se rebela más cruel, más arbitrario, más terrible y poderoso que los viejos y torpes pistoleros del ranch, para cuya limpieza fuera convocado. Para colmo, tiene un compañero rengo, tenebroso y despótico (Anthony Quinn) que se permite todo tipo de iniquidades. Finalmente, los atribulados vecinos de Warlock contratan a un pistolero del ranch (Richard Widmark) para que enfrente a Blaisdell. El ejército desbocado de cien mil hombres que --hoy-- aterroriza a la aterrorizada provincia de Buenos Aires... es Blaisdell. Lo contrataron para que los librara de los desesperados delincuentes que crecen a la sombra del capitalismo salvaje. Y ahora no saben cómo controlarlo. El paralelismo es, creo, sugerente: el salvaje oeste de las viejas películas de cowboys retoma convocado por el capitalismo salvaje de fin de milenio. El error de los habitantes de Warlock fue recurrir al salvajismo para combatir al salvajismo. Así, terminaron abismados en la lógica de la barbarie. EL EJE PARÍS-MOSCÚ Por Claudio Uriarte
Desde luego es una exageración, pero a veces parece que Francia necesitaría repensar de qué lado de la divisoria entre Asia y Occidente está. En prácticamente cada situación de crisis importante de los últimos meses, Francia y Rusia hicieron causa común, trabaron la acción de Estados Unidos e hicieron sentir su peso en el tablero europeo: en la crisis con Irak le favorecieron al ladrón de Bagdad una salida donde sólo puede ganar; en Bosnia y en Kosovo apoyaron a la Serbia eslava contra sus enemigos progermánicos y pronorteamericanos; en el caso de China y el Irán de los tiempos duros fue uno de los países más desvergonzadamente volcados a los negocios con dos regímenes represores y ahora, ante las bombas atómicas indias, Jacques Chirac recuerda que él hizo lo mismo con sus pruebas nucleares en el Pacífico al asumir su presidencia y elige contradecir el curso norteamericano y optar por la política de confrontación más baja. Sin duda, el eje París-Moscú ha nacido. Esto no es del todo nuevo: basta recordar la insistencia del general De Gaulle en la gloire de la France --y su calculado alejamiento de la OTAN--para darse cuenta de que, incluso en la compactación bipolar de la alta Guerra Fría, la vieja geopolítica seguía pesando, y los permanentes intereses franceses seguían dictando su política, fuera disfrazados con el taparrabos gaullista de la gloria de la Patrie o con el socialista de la emancipación de los pueblos (latinoamericanos, claro), el socialismo, la preocupación por los derechos humanos y variedades surtidas de temas afines. Ocurre que, pese al idilio franco-alemán de posguerra, cuya última edición fue la amistad del difunto François Mitterrand con el próximo a desaparecer Helmut Kohl, la simple geografía y el tamaño parecido de las economías dictan que Alemania y Francia son antagonistas estructurales, tanto en la vieja como en la nueva Europa: por eso un grado de aproximación fue inevitable para enterrar la vieja Europa, y por eso incluso Mitterrand mostró la hilacha al oponerse tenazmente a la reunificación alemana. El viejo equilibrio de poderes ha vuelto --aunque más matizado y civilizado-- y se
nota más que nada en la disputa franco-norteamericana por Africa, que recién está
empezando. Entonces, la alineación con Moscú se explica rápidamente y no necesita de
teorías conspirativas: Rusia ha sido históricamente el único poder que ha podido
contener a Alemania, y los países, como los elefantes, tienen una muy larga memoria. |