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ATEOS Y PAGANOS
Por León Ferrari

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T.gif (67 bytes) El documento del Vaticano sobre el holocausto, "Recordemos", produce un acercamiento entre católicos y judíos, y un reordenamiento de intolerancias: la que los separaba parece volcarse contra paganos y ateos. En su empeño por justificar la conducta de la Iglesia Frente a aquel exterminio, el Vaticano se desentiende de sus orígenes calificándolo como obra de un "régimen moderno neopagano" cuyo antisemitismo "echaba raíces fuera del cristianismo". El cardenal Ratzinger, presidente de la Congregación para la Doctrina y la Fe, que antes se llamaba Santo Oficio, agrega que fue fruto de una "ideología atea y anticristiana". La Iglesia endosa a paganos y ateos (no pocos de estos murieron en los campos nazis tan denostados por ella como los hebreos) los delitos realizados o tolerados por buena parte de la población de un país que tenía 94 por ciento de cristianos.

Gran parte de los comentarios de judíos y católicos que apoyan la posición de la Iglesia --Kovadloff, Laguna, Rojzman, etc.-- exaltan este encuentro de monoteístas y guardan silencio sobre la inesperada versión pontificia. El rabino Kreiman Brill en cambio refuerza esta idea afirmando que el "máximo enemigo común" de judíos y católicos "es el secularismo pagano que elimina a Dios de la vida del hombre, transformando el shopping en su catedral y el individualismo y el consumismo en su ritual diario" (La Nación 30/3/98). El paganismo pasa entonces a ser un enemigo mayor que el antisemitismo cristiano --que no termina con las disculpas de Roma-- y que los autores del atentado a la AMIA, posiblemente tan monoteístas como los católicos que tiraban gente al mar, los talibanes que matan adúlteras a pedradas y los mahometanos que degüellan chicos en Argelia.

La carga peyorativa que la Biblia lanza sobre los paganos es renovada por Kreiman Brill en este singular argumento: "cuando los romanos paganos nos echaban juntos al foso de los leones, éstos no hacían diferencia entre el gusto a carne cristiana y a carne judía". El paganismo de hoy nada tiene que ver con el de los romanos: el de veinte siglos atrás era una religión que practicaba la gente que echaban gente a los leones (como era una religión la de Constantino el Grande que cristianizó el imperio arrojando paganos a los mismos circos donde murieron los mártires recordados por Kreiman). El paganismo de hoy en cambio no es una religión, es una heterogénea suma de creencias cuya única característica compartida por todas ellas consiste en ignorar o negar los dioses bíblicos. Pese a las enseñanzas de la Iglesia esa posición frente al monoteísmo no es un delito y no puede convertir a los paganos --budistas, ateos, espiritistas, hinduístas, etc.-- en culpables de los delitos del nazismo, movimiento engendrado por la Alemania cristiana.

Hitler, de familia católica, católico no practicante, hizo a lo largo de su vida contradictorias declaraciones sobre religión. Decía que era incompatible el cristianismo con el nacionalsocialismo pero también que no se podía gobernar sin el cristianismo; pedía la protección de Dios, del Todopoderoso y de la Providencia; admiraba los diez mandamientos; defendía el papel de las religiones como garantía de orden; alentaba el "cristianismo positivo" propuesto por Alfred Rosenberg que adaptó el Nuevo Testamento a la ideología nazi; permitió y después reprimió varios grupos neopaganos que rescataban las creencias de sus ancestros politeístas. Recibió el apoyo de la Iglesia alemana: mientras mataba sacerdotes rebeldes --que "Recordamos" cita para exculpar a esa Iglesia-- repicaban las campanas de los templos festejando sus victorias. Compartía con el cristianismo su adversión al erotismo: pensaba que nada se había hecho para liberar a la población "del perfume estupefaciente del erotismo moderno". Perseguía a los homosexuales y apoyaba el matrimonio. Criticaba los casamientos mixtos de cristianos con judíos. Vinculaba con el cristianismo su acción antisemita: "estoy convencido de que al defenderme del judío lucho por la obra del Supremo Creador". El obispo Berning lo visitó en 1933 y relató que Hitler dijo que "durante 1500 años la Iglesia había considerado a los judíos como parásitos, que él los veía como perniciosos enemigos de la Iglesia y del Estado y que sólo quería realizar, como mayor eficacia, lo que la Iglesia había intentado conseguir desde hacía tanto tiempo. Este servicio a una causa común era el motivo de su hostilidad antisemita".

El holocausto ni es ateo ni está al margen de la ética que se desprende de los Testamentos: además de judíos --muertes que para algunos teólogos son parte de las anunciadas en los Evangelios-- murieron homosexuales, como en Sodoma, y gitanos, como mueren idólatras y hechiceros en las Escrituras. El exterminio en la Alemania monoteísta puede ser visto como otro eslabón en la cadena de holocaustos monoteístas: el diluvio, Jericó, los primogénitos egipcios, la Conquista, el prometido Apocalipsis. Belsen y Auschwitz son hijos menores, o una antesala, del campo de concentración eterno donde, advierte el Vaticano, irán una vez resucitadas casi todas las víctimas que cayeron en los infiernos nazis.

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