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LARS VON TRIER SUBIÓ LAS APUESTAS, JUGANDO A LAS ESCONDIDAS EN CANNES

El realizador de "Contra viento y marea",padre de la nouvelle vague danesa, mostró su revulsiva nueva película "Los idiotas"

El notable director es un hijo dilecto, aunque díscolo, de Cannes.

Ayer se negó a atender a la prensa, pero impresionó con su film.

Idea. Los "idiotas" del film del danés se rebelan contra una sociedad como la escandinava, cada vez más rica en lo material, pero espiritualmente pobre.

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Por Luciano Monteagudo  desde Cannes

t.gif (67 bytes) Después del Gran Premio del Jurado que obtuvo Contra viento y marea aquí en Cannes un par de años atrás, la expectativa por el nuevo opus del danés Lars Von Trier era enorme y podría asegurarse que Los idiotas, exhibida ayer en la competencia oficial, estuvo a la altura de la provocación que se esperaba del film. Más aún cuando este año Von Trier llega al festival --que lo considera como a su propio hijo, teniendo en cuenta que fue aquí, en Cannes, donde dio a conocer casi toda su obra-- como el padre de una flamante nouvelle vague danesa, que tuvo su primera carta de presentación un par de días atrás, con la exhibición de Festen, de Thomas Vinterberg, también en concurso. Si Festen ya insinuaba cierta iracundia en su manera de concebir el cine, ahora Los idiotas dobla la apuesta y propone un film esencialmente anárquico, en lo formal y en lo conceptual, una película que no se parece a ninguna otra que no sea del propio Von Trier, que por otra parte se divirtió jugando a las escondidas con los periodistas.

La radicalidad de Los idiotas, su voluntad de irritar antes que complacer, comienza por los personajes, un grupo de hombres y mujeres de treinta y pico, en la plenitud de sus facultades mentales, que se dedican, según sus propias palabras, "a buscar al idiota interior". Y lo buscan en todo tipo de lugares públicos --un restaurante, una piscina-- haciéndose pasar por discapacitados mentales y causando las más diversas reacciones, generalmente de perplejidad y de rechazo. Estos "idiotas" dicen rebelarse contra una sociedad como la escandinava, cada vez más rica en lo material, pero espiritualmente más pobre. Y como está convencidos --a la manera eslava-- de que el idiota es una suerte de visionario, que lleva consigo las emociones más puras y auténticas, el grupo también juega al idiota dentro de su propio círculo y no tiene inconvenientes, por ejemplo, en hacer de una inocente fiesta de cumpleaños una alegre orgía, que Von Trier filma con el mayor de los realismos.

En Los idiotas no hay nada del misticismo que animaba los momentos más arrolladores de Contra viento y marea. Más aún, Von Trier utiliza una suerte de mecanismo de distanciamiento brechtiano, por el cual intercala a lo largo de su registro de los ataques de los idiotas una serie de entrevistas individuales con los actores, que se expresan como si hubieran formado parte realmente de esa suerte de secta que imagina el film. Y si de sectas se trata, Los idiotas y Festen parecen ser la manifestación más evidente de una suerte de movimiento fundamentalista del nuevo cine danés, encabezado por Von Trier y Vinterberg, que a su manera también pelean por un espacio en los medios de comunicación.

A falta de un aparato promocional tradicional, a la manera de los grandes estudios de Hollywood, Von Trier y su discípulo están haciendo mucho ruido aquí en Cannes con la difusión de su manifiesto titulado "Dogma 95", también conocido como "Voto de Castidad". En verdad, más que manifiesto este Dogma es un decálogo, que tiene mucho de pose. Según el Dogma, Von Trier, Vintenberg y otros dos jóvenes cineastas daneses (hasta ahora desconocidos fuera de su país) se imponen una serie de limitaciones de un rigor absoluto, como una forma de purificar su lenguaje y alcanzar el máximo de realismo. Nada de utilería, maquillaje o estudios: deben rodar en escenarios reales, con luz natural, respetando la unidad de tiempo y acción y siempre, sin excepción, con cámara en mano. De hecho, tanto Festen como Los idiotas fueron filmadas con pequeñas cámaras de video y el material luego ampliado a 35 mm. para su proyección en salas de cine.

Como si todo este despliegue de votos y juramentos fuera poco, Von Trier (42 años) se ha hecho fama, hace tiempo, de personaje neurótico, fóbico a los viajes y a las entrevistas. Como una excepción, llegó a Cannes --supuestamente en auto, desde Copenhague-- pero ni siquiera se presentó a la conferencia de prensa, con la excusa de que debía prepararse para la función oficial de la noche. En su reemplazo, los actores que interpretan a la tribu de idiotas leyeron un comunicado en el cual el director asegura a los periodistas "que mi ausencia no es una pérdida para ustedes porque no sé qué decir del film que acaban de ver". La numerosa troupe, en cambio, dijo lo suyo, en un tono siempre provocador, al estilo de la película misma. "En la superficie puede parecer un film sobre discapacitados mentales, pero no es sobre ellos sino sobre todos nosotros", afirmó uno. Otro agregó: "Es una película sobre la libertad, sobre la liberación de las responsabilidades y obligaciones burguesas y también sobre aquellos que no pueden alcanzar esa libertad". Más sinceras parecían las palabras del comunicado de Von Trier, que después de agradecer la atención dispensada terminaba deseando mucha suerte "a cualquiera que se cruce en su camino con un idiota".


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