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MUERTE

Por Ernesto Tiffenberg

t.gif (67 bytes) La muerte se instaló primero en los terrenos de la política exterior, cuando arrasó la embajada de Israel. Y el atentado contra la AMIA terminó de despertar a los remisos.

Los nunca resueltos ataques a las custodias del senador Eduardo Menem, del jefe de Gabinete Jorge Rodríguez y del gobernador Eduardo Duhalde volcaron la sospecha de la muerte hacia los más conocidos campos de la política interior. En el medio, todos disimularon lo mejor posible el indigerible condimento de extraños asesinatos en los márgenes del poder.

Pero fue el crimen de Cabezas lo que dio vuelta la página. Duhalde se convenció de que el suyo era el destino de Colosio, el designado heredero a la presidencia de México baleado en plena campaña, y cada vez que una bala silbó cerca de un hombre público, nadie dudó en especular que se estaba dirimiendo alguna importante, o no tanto, controversia política.

Cuando hace catorce años los argentinos pudieron empezar a hablar de la Dictadura en pasado, la mayoría creyó que la muerte sería una sangrienta referencia que impediría su repetición. Ayer, otra bala impactó en el escepticismo y convirtió la muerte en presente y futuro. En presente, porque para todos el "suicidio" de Yabrán es sólo muerte hasta que una investigación transparente borre cualquier duda sobre lo ocurrido. En futuro, porque sólo un profundo proceso de regeneración política y social puede evitar que en esta difícil transición al posmenemismo la muerte, aquella referencia de pasado, se transforme en un doloroso presente perpetuo.

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