Mi primera confrontación con la palabra suicidio fue aquella mañana de diciembre de 1939 cuando mi hermano Franz, que estaba escuchando Radio Prieto, nos dijo: "¡Oigan, oigan!". Daban la noticia que se acababa de suicidar en la Aduana de Buenos Aires el capitán Hans Langsdorff, comandante del acorazado de bolsillo "Graf von Spee", después de haber perdido la batalla del Río de la Plata. Se había asegurado que los sobrevivientes de su tripulación estaban a salvo en Buenos Aires, después había hecho volar su propio buque y por último cumpliendo el rito que un capitán muere con su buque se había pegado un tiro. Al poco rato ya correteaban los canillitas por las calles de Buenos Aires con la extra de Crítica al grito de "Se mató el alemán, se mató el alemán". Curiosos, al día siguiente, fuimos de la mano de mi hermano mayor al cementerio alemán y, con la boca abierta, entre la multitud silenciosa, oímos los sobrios sones del "Yo tenía un camarada" cantado mientras el ataúd se deslizaba al fondo del pozo sepulcral. (Cincuenta años después, un mismo 19 de diciembre, conversé con el nieto del capitán Langsdorff, en el mismo cementerio, y él me expresó con tristeza: "Lástima por mi abuelo, con su acción heroica, haber luchado por un régimen de oprobio". Apenas unos meses después, en agosto de 1940, los canillitas volvieron a trotar por las calles. Esta vez voceaban. "Se mató Guillot, se mató Guillot". Así culminaba el negociado de las tierras del Palomar, uno de los puntos finales de las postrimerías de la década infame. En ese negociado quedaron desprestigiadas primordialmente dos instituciones: el Ejército y el Parlamento nacional. La suspicacia popular pasó a llamar "Palomárquez" al ministro de Guerra general Márquez. Algunos de los implicados escaparon más allá de las fronteras, otros sufrieron cárcel, y uno solo se suicidó. Es que había participado en la coima para cubrir los gastos de su querida. A espaldas de su familia la mantenía pero deseaba darle un departamento y un pasar desahogado. Guillot tuvo dignidad en el extremo minuto y se descerrajó un balazo aunque su gesto, para sus desconsolados familiares, significó el "tras de mí el diluvio". En vida había sido uno de los más brillantes legisladores radicales. Después, en la vida, los suicidios, como acontecimiento doloroso, se sucedieron de cuando en cuando, algún pariente lejano, algún amigo (uno de ellos, periodista, que vivía solo con su perro, mató primero a su fiel amigo para luego quitarse la vida). Pero, sin ninguna duda, el más doloroso de todos fue el suicidio del querido Paco Urondo. En lucha abierta contra la dictadura, decidió no vivir más antes de caer en manos de una patrulla militar. Sabía que el caer prisionero le significaba torturas crueles, la humillación total y su consiguiente "desaparición". El era demasiado sensible para eso: lo recuerdo, siempre bien vestido, con una eterna sonrisa, como si fuese el más feliz de los seres humanos. Cuando en el exilio, en Berlín, le di la triste noticia a Manolo Puig --ese genio increíble de la novelística--, éste me abrazó y lloró, sin reparos, con ese modo tan directo, tan delicado, tan pulcro, propio de su manera de ser. Entonces tenía en vida estos dispares ejemplos de suicidas: Langsdorff, un muerto por un código de honor (gesto que no tuvo ninguno de nuestros generales al perder las Malvinas dejando a centenares de cadáveres de jóvenes apenas despertados a la vida); al diputado Guillot, un hombre que trató de limpiarse las manos sucias con un balazo; a Paco Urondo, fiel a sus principios del todo o nada en busca de una sociedad mejor, y ahora, hoy, el suicidio mafioso, que pasará a la historia de la delincuencia de guante blanco como un escalón más de la violencia de arriba, y que llevará un nombre de seis letras: Yabrán. En los primeros años de la década del treinta hubo una mafia en la Argentina cuyo descubrimiento llevó por meses a ocupar el titular de los diarios de la época. "Chicho grande" (Juan Galiffi) era el capo maffia y "Chicho chico" (Alí Ben Amar de Sharpe) era quien más o menos representaba los intereses del Chicho grande y quien daba la cara. Hasta que un buen día se conocieron los resultados de la política mafiosa: Chicho chico apareció tirado en un basural autosuicidado o ayudado a suicidar, o simplemente baleado sin eufemismos. Todo se descubrió por el secuestro del joven Abel Ayerza, que terminó en su asesinato. El caso Cabezas de los años treinta. Chicho grande, finalmente, fue expulsado a la Italia de Mussolini. Este fue su protector y se dijo que murió en uno de los bombardeos aéreos a Milán, en la Segunda Guerra Mundial. Una buena oportunidad para desaparecer mafiosamente. Pero aquella mafia, comparada con la que hoy confronta nuestra sociedad, era apenas una mafia de verduleros. La nueva mafia que supimos conseguir mueve millones y domina resortes que van del gobierno a la oposición. Es una sola mafia en su conjunto pero, como en toda organización delictiva, hay rompimientos y no hay peor astilla que la del mismo palo. Dos mafias en una: Yabrán y la maldita policía bonaerense, que finalmente se dividen y enfrentan. Si no ¿por qué Duhalde tardó seis años en darse cuenta de la inmoralidad de los uniformados de Klodczyk? Entre los dos grupos hubo mutuas advertencias letales hasta llegarse a la guerra abierta, con la muerte de hasta familiares de sus integrantes. Ahora ha muerto o se mató el "Chicho chico", pero "Chicho grande" todavía está vivo y en el poder. Podríamos decir "un ambiente amenazante inunda la república", como se murmuraba en los fines de la década infame, después de la serie de grandes negociados como el de la Chade, de los "niños cantores" y de las tierras del Palomar. Todo ese ambiente iba a llevar al fin del gobierno del fraude patriótico. En otra época, la corrupción actual y el descreimiento del pueblo para con sus gobernantes y su justicia hubiera llevado al colapso de la llamada democracia representativa. Los poderes económicos estables colaboran siempre en este estado de cosas, abandonan la nave cuando el buque amenaza hundirse y pasan a otros navíos cercanos. Los intereses en juego, en cambio, del tronco mafioso saben que su única posibilidad es seguir re-reeligiendo a "Chicho grande". Pero hay más: preguntémonos por qué en 1983 Alfonsín no investigó a fondo el origen de las fortunas que se amasaron durante la dictadura militar, una de ellas la de Yabrán. Al contrario, durante el alfonsinismo la fortuna de Chicho chico se triplicó. ¿Por qué Yabrán se rodeó de los más caracterizados represores de la dictadura? ¿Lo hizo para estar bien custodiado o para pagar favores o porque esos represores eran los representantes de los verdaderos dueños de la fortuna de Yabrán? ¿Y por qué Jaroslavsky llora a moco tendido por radio la muerte de "su gran amigo Yabrán"? ¿Por qué Jaroslavsky fue uno de los más decididos postuladores de obediencia debida y punto final que iba a dejar impune al entorno uniformado que rodeaba a Yabrán? La República avergonzada. Este estado de cosas no se sana sólo con el "suicidio" de unos de los tantos Chichos que nos rodean. |