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SUHARTO EN LA ARGENTINA SERÍA UN BUEN MENEMISTA

La dictadura indonesia cayó esta semana, derrumbando el mito de los Tigres. Pero también hay lecciones para Argentina.

 

 

El Ejército terminó negándose a la represión.

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Manifestantes indonesios saludan a los soldados.

Por Claudio Uriarte

t.gif (67 bytes)  El derrumbe del dictador Suharto esta semana en Indonesia tiene una ventaja que no sólo es para Indonesia sino también para la Argentina: que se acaba por fin el insoportable mito de los Tigres Asiáticos como países-ejército de dictaduras fuertes y ciudadanos sumisos donde el fuerte control social garantiza una eficiencia impar y la sumisión genera unas economías relucientes de diseño aerodinámico. En realidad, los Tigres Asiáticos --y no sólo Indonesia-- se han revelado más bien como unos gatos engordados hasta el paroxismo por la complacencia norteamericana en los años de la Guerra Fría, y que supieron aprovechar las épocas de bonanza sólo para construir imperios ineficientes donde lo único que rige es el crony capitalism, el "capitalismo de los amigotes" donde el dictador Ramaputra favorece la política monetaria del banquero central Ramaputra que a su vez privilegia los negocios siderúrgicos perdidosos del reputado industrialista Ramaputra para que éste pueda a su vez vender sus productos al Estado donde, claro, impera el dictador Ramaputra. La cosa es exactamente al revés del mito felino: esas dictaduras sólo generan opacidad, negociados y, en el fondo, la ruina. No son el capitalismo, son el enemigo del capitalismo, y es el capitalismo --cuando los descubre en falla-- el que termina liquidándolos, aunque el gatillo sea una crisis de ansiedad de unos yuppies probablemente pasados de cocaína después de un desbarajuste en la Bolsa de Hong Kong, o en la de Seúl.

También favorable para la Argentina es la posibilidad de que los inversores internacionales decidan mirar a Buenos Aires con mejores ojos después del año que vivieron en peligro asiático y de su desilusión con el planeta ex URSS (favorable para nosotros, claro, siempre que el caso Yabrán o la interna de alguien no complique las cosas y se vuelva a perder una oportunidad; ver edición del viernes 23 de este mismo diario). Pero quizás más trascendente sea la contemplación de la evaporación en cámara rápida de un sistema totalmente descompuesto desde adentro. La revuelta comenzó con un ajustazo de las tarifas básicas del 75 por ciento destinado a favorecer a los amigotes de Ramaputra (perdón, de Suharto), que se beneficiaban con los dividendos. Era lo que le pedía el FMI; lástima que la dirección de la reasignación de recursos no iba a fortalecer a la rupia indonesia sino a los amigotes. Entonces Indonesia, que había estado hirviendo a fuego lento, se levantó rápidamente. Se instaló una dinámica parecida a la Revolución Islámica iraní de 1979: la policía reprimía a los manifestantes, causándoles dos muertos; entonces al día siguiente aparecían más manifestantes, y la policía les causaba más muertos. Este tipo de dinámica tiene que parar en algún lado, porque una orden de represión masiva e implacable es a la larga imposible de ejecutar: las Fuerzas Armadas, que vienen de la gente, se enfrentan contra el pueblo y se rompen, en cuyo caso está el peligro de guerra civil, o prescinden de operar --y retiran así tácitamente su apoyo a Ramaputra-- para evitar precisamente esa guerra civil. Eso es lo que ocurrió en Irán en 1979 y eso es lo que ocurrió en Indonesia esta semana.

Pero, si la dinámica y consecuencias de la revolución indonesia se parecen a las iraníes, la operación de rescate y de reingeniería socio-político-militar que se está ensayando ahora recuerdan a la revuelta filipina de 1988 contra Ferdinando Marcos, otro caso de libro de texto sobre lo que es el crony capitalism. Allí Estados Unidos previno más o menos a tiempo el derrumbe del dictador y alentó abiertamente un golpe blanco en que el quite de apoyo de las Fuerzas Armadas a Marcos garantizó una transición suave hacia la democracia. Después fueron limpiando el estamento militar y la oligarquía empresarial de los considerables residuos remanentes de la época de Marcos hasta llegar a hoy, en que el país no será joya pero la dictadura, la guerrilla y el secesionismo no son peligros a las puertas.

La cuestión es: ¿había que esperar tanto? O mejor dicho: ¿cuántos años se pierden en rehacer un estado de cosas sin futuro, cuando la intervención quirúrgica podría haberse realizado antes? Porque el problema de las estructuras corporativas radica justamente en su altísimo nivel de resistencia a la modificación y la reforma, lo que termina generando una dinámica de revolución.

En la Argentina la mayor parte de las corporaciones se ha disuelto, salvo una. Si Suharto viviera en la Argentina, muy probablemente sería menemista.


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