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DONDE DECÍA PERIODISTA DEBIÓ DECIR...
Por Miguel Bonasso

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T.gif (67 bytes) La campaña de lanzamiento del diario Perfil ("Donde decía... debió decir...") es realmente llamativa y busca diferenciarse en un país donde buena parte de la prensa se ha especializado en decir una cosa por otra.

Como "Proceso de Reorganización Nacional" en lugar de "exterminio sistemático", según reza en uno de los avisos del nuevo matutino que dirige el señor Jorge Fontevecchia. Salvo que el slogan "donde decía tal cosa debió decir tal otra", con el que se pretende dictar cátedra de honestidad periodística, se aplica de manera casi obscena al propio señor Fontevecchia. Que en mayo de 1978, en vísperas del Mundial de Fútbol y en pleno apogeo de la dictadura militar, descalificó en su revista La Semana la primera denuncia sobre la ESMA producida por un sobreviviente, Horacio Domingo Maggio. Al que sepultó con el mote policial de "terrorista", antes de que fuera capturado y asesinado por los represores y exhibido por el Tigre Acosta, tirado en el piso de una camioneta, para advertencia de los otros desaparecidos de la Escuela de Mecánica de la Armada.

En una nota firmada por él, Fontevecchia escribió literalmente: "La 'denuncia' (de Maggio) centra su objetivo en que existe en la Capital Federal un campo de concentración regenteado por las fuerzas de seguridad conjuntas en el cual él y otros mucho más importantes desaparecidos estuvieron o están detenidos. Cuenta detalles de las presuntas torturas de que son objeto los allí alojados, aporta mapas del lugar y una serie de detalles cronológicos de su paso por éste, aclarando que se encuentra en libertad por haber escapado, no se sabe cómo, de ese extraño encierro. Ese mediodía, en una reunión con los secretarios de redacción, comentábamos la posibilidad de que, con tantos periodistas extranjeros en el país, una copia de esta carta llegara a sus manos. Y no dudamos un minuto: serían pocos los que se tomarían la molestia de chequear esa información. ¿Para qué? Un campo de concentración es un tema muy vendedor. Además, al lector hay que decirle lo que le gustaría escuchar. Y más si los lectores forman parte de la adoctrinada opinión pública europea". Luego Fontevecchia relata cómo se pone en contacto con su corresponsal en París, Edgardo Martolio, y éste le cita como novedades tres artículos sobre Argentina publicados por el enviado especial de Le Monde, Jean Pierre Clerc. Uno de ellos, refiere el actual director de Perfil, contenía la carta "que firma el mencionado terrorista Horacio Domingo Maggio". Otro describía la situación imperante en la Argentina y un tercero contaba la propia odisea de Clerc (encargado de América Latina en el gran diario francés) que había sido detenido durante cinco horas en Ezeiza y le habían fotocopiado todos los documentos que se llevaba a París. Cuando le llegaron los recortes de Francia, el director de La Semana y Perfil ordenó "una investigación periodística" que no tuvo por objeto solidarizarse con el colega retenido por los represores locales, sino echar sombra sobre sus "extraños pasos" en el país, para terminar preguntándole por esa carta de Maggio que misteriosamente había logrado ocultar a sus inquisidores. "Señor Clerc --interrogaba Fontevecchia--, ¿y la carta del señor Horacio Domingo Maggio?".

Como remate, en ese mismo mes La Semana (es decir Fontevecchia) publicó un editorial donde se decía en forma de "Carta abierta a un periodista europeo": "Y, por favor, no nos venga a hablar de campos de concentración, de matanzas clandestinas o de terror nocturno. Todavía nos damos el gusto de salir de noche y volver a casa a la madrugada. Vivimos desarmados. Y eso ocurre en Sudamérica. Aquí todavía no asesinamos a los 'colonos europeos'. No se confunda con Zaire o Angola. Somos tan orgullosos que ni siquiera se nos ocurrió llamar a los cubanos para que nos auxilien".

Como ocurre ahora con el juez español Baltasar Garzón, hubo entonces extranjeros con más decencia y coraje que muchos nacionales para denunciar el genocidio.

A diferencia de Fontevecchia, Maggio era un personaje heroico y entrañable, que engañó a sus verdugos y logró escaparse de la ESMA, ese lugar "tan vendedor" donde desaparecieron para siempre 5000 argentinos. Según lo que se sabe hasta ahora, habría sido el primero de los dos únicos prisioneros que pudieron fugarse. El segundo fue Jaime Dri. (Aunque hace años circuló el rumor de que otra prisionera, una adolescente que permaneció anónima lo había logrado antes que ellos, esta versión nunca pudo confirmarse.) Desde la clandestinidad, Maggio llamaba todos los días a sus antiguos verdugos para putearlos. Pero no se limitó a esa simpática revancha. También redactó la primera denuncia sobre la ESMA, de sorprendente precisión, que fue perfeccionada pero nunca desmentida por los testimonios posteriores. Y la envió en forma de carta a los principales dignatarios de la Iglesia, a la dirigencia política en su totalidad y a todos los medios periodísticos de la Argentina. Nadie le llevó el apunte. Sólo tuvo el apoyo del corresponsal en Argentina de la agencia norteamericana Asociated Press, Richard Boudreux (que se entrevistó en Buenos Aires con el ex desaparecido a riesgo de su propia vida) y el del citado Clerc. El único periodista argentino que aludió a la denuncia --Fontevecchia-- lo hizo para desmentirla y descalificar al autor que, poco después, murió enfrentando --con piedras, porque no tenía balas-- a una patrulla del Ejército. Como ve, señor Fontevecchia, donde dice "terrorista" debe decir "desaparecido asesinado" y donde dice "periodista que dicta cátedra" debe decir "propagandista de la dictadura".

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