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MENTES SIMPLES


Por James Neilson

t.gif (67 bytes)  Según uno de los muy pocos que dicen saber con exactitud lo que sucedió, José Luis Cabezas fue víctima de un malentendido: un guardia de "mente simple" al servicio de Alfredo Yabrán se sintió tan impresionado por la molestia del jefe que decidió mostrar su lealtad matando al responsable del agravio. Puede que haya acertado, aunque por diversos motivos esto no parece probable, pero es innegable que su hipótesis se basa en una realidad indiscutible: en la Argentina actual hay un superávit de guardias cebados, armados hasta los dientes, que tienen mentes horriblemente "simples", de modo que a sus amos les convendría pensar dos veces antes de repartir acusaciones tremendas contra sus supuestos enemigos. Sin embargo, en lugar de tratar de tranquilizar los ánimos de los "guardias simples", personajes tan influyentes como Alberto Kohan y Eduardo Menem han optado por enardecerlos achacando a los periodistas la muerte del "jefe de la mafia", mientras que otros aún menos prudentes han culpado directamente a Domingo Cavallo y Eduardo Duhalde.

Por tratarse de hombres honorables, a quienes hablan de esta forma no se les ocurriría jamás ordenar el asesinato de nadie, pero es lícito preguntarse: ¿cómo habrán entendido sus mensajes airados las "mentes simples" que abundan en el entorno de Yabrán, en los grupos escindidos de la Policía Bonaerense y en las bandas que sueñan con reanudar las tareas de limpieza que iniciaron durante la guerra sucia? Si es factible que a un custodio una sencilla foto indiscreta de Yabrán le haya parecido motivo suficiente como para "ejecutar" a Cabezas, ¿qué castigo no merecerían al juicio simple de otros como él los periodistas o políticos que según tantos menemistas y yabranistas causaron la muerte de don Alfredo?

Cuando las órdenes están cifradas, la presunta intención de quienes las formulan suele importar menos que la lectura que les dan los receptores. Si éstos son personas "simples", acostumbradas a interpretar los mensajes al pie de la letra, sus jefes no pueden darse el lujo de expresarse en términos ambiguos. Lo que para una mente compleja sería meramente una hipótesis interesada sobre el papel de los medios en la Argentina actual, será para una que es irremediablemente simple un llamado a desenfundar la Itaka y salir para hacer justicia. Claro, cometería un error terrible y los hombres honorables cuyas palabras fueran malinterpretadas serían los primeros en lamentar las consecuencias. Pero entonces ya sería demasiado tarde.

 



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