FUERZAS NORTEAMERICANAS SE RETIRAN DEL GOLFO SADDAM GANÓ LA GUERRA AYER
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Por Claudio Uriarte William Cohen, secretario de Defensa de Estados Unidos, advirtió ayer al líder iraquí Saddam Hussein "que no se sienta sereno" por la retirada de las fuerzas norteamericanas en el Golfo Pérsico, recalcando que éstas pueden golpear duramente si es necesario. Pero en realidad, esta noticia de ayer tiene que leerse al revés: la verdadera noticia dentro de ella es que las fuerzas norteamericanas se retiran, el ladrón de Bagdad volvió a ganar la partida, reposicionar el fuerte excedente militar estadounidense en el golfo va a ser una operación muy costosa y difícil, Israel y otros Estados de la zona vuelven a quedar vulnerables a los ataques nucleares, químicos o convencionales del dictador y los últimos efectos positivos de la guerra del Golfo terminan de evaporarse. Es así de grave. Desde el comienzo (y esto significa por lo menos desde su invasión de Kuwait en agosto de 1990), Saddam dispuso de una ventaja decisiva contra sus oponentes: el dominio del territorio. Clausewitz enseña que en una guerra la ventaja corresponde a la defensa, cuya tarea básica consiste en resistir desde el lugar que mejor conoce: el suyo propio. Esto fue visto con astucia por el Saddam del año 90, quien apostó a la longitud de la línea de aprovisionamientos militares necesaria para que Estados Unidos "llegara" a la zona con suficiente fuerza como para deshacer la invasión de Kuwait. En esto se equivocó: el dictador no previó que Estados Unidos contestaría, pero de todas maneras estuvo bastante próximo a tener razón, ya que el tradicional sector aislacionista de la política norteamericana cuestionó la sabiduría de resistir y la revista Time llegó a publicar una nota de tapa titulada "What is Kuwait? And is it worth diyng for it?" (¿Qué es Kuwait? ¿Y vale la pena morir por él?). Son las ventajas de tener de enemigo a un imperio sin vocación imperial: hay que molestarlo mucho para que se decida a mover su elefantiásico ejército. "Sus alas de gigante le impiden volar", como decía Baudelaire en otro contexto. Saddam eventualmente fue derrotado, pero el entonces presidente George Bush ordenó el cese de los avances hacia Bagdad, por la prudente razón geopolítica de evitar un estallido del Estado iraquí que creara inestabilidad y cambios de fronteras en una zona ya hipercaliente. Pero el costo de esa decisión fue la necesidad de monitorear permanentemente el cumplimiento por el dictador de las normas y desarmes que le fueron impuestos por las Naciones Unidas. Sin embargo, era claro que la liberación de Kuwait iba a ser el último punto de unidad de una coalición internacional vastísima, e integrada por componentes contradictorios y hasta antagónicos, y en este punto, Saddam empezó a jugar al gato y el ratón: ahora mostraba las armas, ahora dejaba de mostrarlas. Consiguió lo que buscaba: que la unidad de la coalición se desgastara y que Estados Unidos perdiera su voluntad de hacer algo. La última crisis, iniciada en noviembre pasado por la negativa de Saddam a abrir los palacios presidenciales en que se suponía que el dictador guardaba armas químicas y bacteriológicas, fue prácticamente un caso de libro de texto. En principio, Estados Unidos repitió hasta la náusea que no descartaba ninguna opción, ni siquiera la opción militar unilateral. Al mismo tiempo, reforzaba sus contingentes militares en Kuwait, Arabia Saudita y en aguas del propio Golfo en previsión de la necesidad de darle una buena paliza al dictador. Pero al final Bill Clinton se fue al mazo: Francia --ansiosa de reanudar relaciones económicas normales con un gran productor de petróleo--, Rusia --con una política exterior estructuralmente orientada al mundo árabe-- y Kofi Annan, secretario general de la ONU, lograron una ilusoria aceptación por el dictador para que abriera los famosos palacios a cambio de que Estados Unidos no lo bombardeara. O sea que el eje era sutil pero decisivamente corrido: ya no se trataba de respetar los acuerdos con la comunidad internacional sino solamente de evitar un bombardeo en el que además Estados Unidos habría salido perdidoso ante la opinión pública internacional (con muchas fotos de niños muertos, ciudades devastadas y cosas por el estilo). El último capítulo de esta enredada historia empezó a escribirse ayer, con el anuncio indirecto del jefe del Pentágono de que Estados Unidos retiraba fuerzas de la zona. Era predecible y era lo que Saddam Hussein esperaba: Estados Unidos no podía mantener ese nivel de concentración de fuerzas en el área del Golfo sin dejar flancos abiertos en otras zonas clave del mundo --como por ejemplo Europa y Rusia--. Entonces, se inicia un retiro de fuerzas que difícilmente pueda ser revertido en los dos años que le quedan de presidente a Bill Clinton; que su sucesor, con la memoria de la guerra ya borrada de la mente pública, podrá revertir aún menos, y que deja el interrogante espinoso de si Israel no es ahora la ultima ratio de la defensa del orden occidental en la región.
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