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LA GENTE NO CREE
Por Oscar Steimberg


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T.gif (67 bytes) "La gente no cree." La frase suele repetirse aproximadamente así, con esa brevedad que la cubre de sencillez; pero no dice siempre lo mismo. Cuando se la usa hablando de lo que se cree acerca de una muerte (suicidio, asesinato, suicidio inducido) se puede estar diciendo que la gente ya no cree en general (por haber perdido la posibilidad o la propensión a creer), o, más acotadamente, que no cree en alguien o en algo. Lo que sí parece ocurrir en todos los casos es que la frase sea continuada por algo más: la postulación de un porqué de la caída de la creencia. "La gente no cree porque...", y a veces, también, por una conjetura acerca del procedimiento apto para la restitución de la fe: "La gente volvería a creer si...".

Ante la muerte de Yabrán, se manejaron principalmente algunas interpretaciones de la incredulidad y la sospecha, detrás de las que estarían:

--la percepción del país como un territorio ganado por las mafias;

--la decepción ante el estiramiento y no conclusión de investigaciones y juicios que afectaron a poderosos ligados al delito;

--relacionada con lo anterior, la seguridad acerca de la asociación entre el delito organizado y el poder político;

--el habitual refugio de muchos, ante acontecimientos intolerables, en relatos fantasiosos de corte ficcional, "para huir de la realidad";

--la incredulidad de siempre, tan expandida como la fe y que se alterna con ella (trasladado al plano religioso, todos los religiosos pecan, todos los ateos descubren alguna vez una fe).

Todas las suposiciones son verosímiles, y algunas fueron formuladas en estos días con sutileza y sensibilidad en relación con testimonios de encuestados y de opinantes espontáneos. Pero no son las únicas posibles. Habría que considerar, por ejemplo, el hecho de que atienden sólo a razones que refieren a los extremos de la duración histórica: o la explicación se relaciona con la coyuntura política más local y precisa (las tres primeras) o con rasgos aparentemente ahistóricos del comportamiento humano (las otras dos). El problema es que el suelo parece haberse movido, en cuanto a la estabilidad de la creencia en las instituciones y sus operadores y representantes, en todos lados y no sólo aquí. Junto con la fe en los proyectos políticos generales... y en un tiempo que excede el de los cambios locales, pero no abarca la historia de la humanidad. Caídos de su lugar de hombres diferentes y emulables, los antes "hombres públicos" pasaron a ser percibidos en el lugar siempre oscilante entre lo público y lo privado en que los emplaza ahora el desparpajo (que se convirtió en rasgo de época) del entrevistador periodístico. Se ha pasado en general de la focalización de los roles sociales, antes percibidos como estables, a la época de las fracturas y oscuridades en su desempeño y a la de la condición psicológica de los actores, que aprendimos a describir en términos de conflicto e inestabilidad. Los políticos saben, y se empeñan entonces en comunicar otra cosa que lo que irremediablemente empezó a verse en ellos, pero (según fórmula de Alain Touraine) "el hincapié que se hace en la comunicación es correlativo de la crisis de la representación política", ya que, mientras se multiplican los grupos de presión, "la política no impone ya principio alguno de integración o de unificación al conjunto de las experiencias sociales". Y el problema no es sólo la pérdida de los valores de la representación, sino también el haber aprendido a vivir sin ellos, de un modo que a la palabra política le cuesta reconocer, además de formular.

Puede pensarse entonces: ¿Y si manejáramos otras posibilidades? Por ejemplo, en relación con los porqué de la no creencia en los poderes y en sus representantes:

--la posibilidad de que, en algún lugar recóndito del pensar político, la gente descreyera ya de muchas cosas, pero no estuviera acostumbrada a decirlo;

--la de que algunos lo dijeran, pero por los medios;

--la de que alguna vez alguna gente haya creído, pero en otro tiempo, en otra cultura y casi en otro mundo.

Personalmente, me quedo con las tres posibilidades. Y en relación con la probabilidad de un retorno de la confianza: es que no puede ser, ya que tenía que ver con otra vida social de los secretos de los poderosos, así como lo que se entendía como legítimo en el juego político entre mentira y verdad.

Porque en todo espacio político puede aún ocurrir que felizmente se barra, repentinamente o no, con prácticas corruptas y con poderes basados en la connivencia entre lugares institucionales y grupos de presión. Lo que no parece posible es que entonces retorne (o irrumpa) una confianza en los representantes de la comunidad que permita volver a los tiempos en que aún no se los percibía como seres contradictorios, paradójicos, sólo limitadamente previsibles y por lo tanto sospechables, como todos nosotros.

Lo demás es por ahora estereotipo de discurso, o ilusión de político excesivamente confiado en la magia de la comunicación.

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