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PATOTA DE FORAJIDOS
Por Luis Bruschtein

t.gif (67 bytes) Más allá de que Jorge Rafael Videla debería estar preso, el hecho de que deba declarar por el ocultamiento de los cadáveres de dos comandantes del ERP como Mario Roberto Santucho y Benito Urteaga resulta una lección de la historia.

Desde el pusilánime "algo habrán hecho", que marcó culturalmente la época del terrorismo de Estado, hasta los rodeos temerosos que daban otros para reconocer la militancia política de algunos de los desaparecidos, con Santucho y Urteaga no hay forma de hacerse el tonto.

Los mismos victimarios lo reconocen con sus mentiras. Cuando el general Santiago Omar Riveros declaró el martes en el tribunal de San Martín, dijo que "a los detenidos se los pasaba a disposición del Poder Ejecutivo Nacional y los cuerpos de los muertos en combate eran entregados a sus familiares". En Campo de Mayo, donde Riveros era comandante de Institutos Militares, funcionó uno de los mayores centros clandestinos de detención y exterminio durante la dictadura. Riveros miente y el contenido de esa mentira pone en evidencia su culpabilidad, porque está diciendo lo que él sabe que debería haber sido, para ocultar lo que en realidad ocurrió.

Cuando Videla estaba al mando actuaba como si la fuerza y el poder fueran la única fuente de justicia. Más tarde se hizo una diferencia entre víctimas "inocentes" --con derecho a la justicia-- y guerrilleros, simpatizantes o subversivos en general, sin derecho a ella. El mismo Riveros sabe que no hay diferencias y por eso miente, como mentirá Videla cuando se presente el 10 de junio. Videla tendrá que mentir, tendrá que humillarse, y así humillar el uniforme que vestía en esa época, para no reconocer las violaciones a los derechos humanos cometidas al comandante del Ejército Revolucionario del Pueblo, Mario Roberto Santucho, y a Benito Urteaga, otro de sus más altos dirigentes.

Videla sabe que reconocer el escarnio cometido en los cuerpos sin vida de los jefes guerrilleros, que fueron exhibidos como trofeos y ocultados a sus familiares, sería reconocerse como un déspota miserable y cruel, cabecilla de una patota de forajidos.

Y para una porción de la sociedad argentina que se deja arrastrar por arrebatos histéricos y propaganda oficial, la lección es que la idea de justicia es siempre la misma, sea quien sea, del lado que sea y en cualquier circunstancia.


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