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El hombre transformó la Plaza de la República en un nuevo escenario de protesta. Desembarcó en el Obelisco con la luminosidad del amanecer y se encadenó a una de sus rejas. Dos carteles que colocó a sus costados traducen la insólita historia que lo tiene como protagonista: Norberto Reymundo asegura que en 1993 jugó al Loto, ganó tres millones y medio de pesos, pero nunca se los pagaron porque --según le explicaron-- su tarjeta no había entrado al sistema de cómputos. Inmediatamente reclamó en la Justicia y conoció la sentencia hace unos días: el juez federal Edmundo Carbone no sólo rechazó su demanda sino que lo condenó a pagar 1.300.000 pesos de costas del juicio. Consideró que Reymundo no puede cuestionar la validez de los reglamentos del Loto, después de haberlos aceptado y conocido, y que su actitud no es otra cosa que la "invocación de su propia torpeza". El 22 de mayo el juez federal Edmundo Carbone rechazó la demanda de Reymundo y absolvió a la Lotería Nacional, a Ciccone Calcográfica (proveedora del servicio) y a la dueña de la agencia El Gol, de Constitución, donde se jugó la cuestionada tarjeta del Loto. El supuesto ganador se convirtió en un repentino perdedor. "El juez me sentenció a pagar 1.300.000 pesos cuando no tengo una moneda encima, es una sentencia a muerte", dijo a este diario. En su fallo el juez Carbone rechazó su reclamo porque consideró que cuestionó tardíamente la validez de los reglamentos del Loto, esto es, después de haberlos aceptado y conocido. En uno de los párrafos concluyó que "su posterior cuestionamiento no es otra cosa que la alegación de la propia torpeza. En definitiva, jugar al Loto no es obligatorio: juega el que quiere, lo cual importa someterse voluntariamente a las reglas impuestas por la Lotería, aunque puedan parecer duras". Si bien es cierto que en los juegos de azar el público apostador no tiene otra alternativa que aceptar las normas si quiere participar, no es menos real que tal reglamentación es desconocida por la mayor parte de los jugadores. Una de las cláusulas menos conocidas y más cuestionadas indica que la aceptación de la jugada es condicional hasta que se verifique su efectiva participación en el sorteo. Osvaldo Pellegrini, gerente de Sistemas de Ciccone, afirmó a este diario que la tarjeta que Reymundo asegura haber jugado "nunca entró en concurso" porque no estaba entre las que recibió de la agencia de Constitución. "En todas las verificaciones posteriores no se pudo demostrar que esa tarjeta había entrado en el sistema de procesamiento. Yo lo lamento por el señor, pero nosotros nos limitamos a cumplir con las normas de la Lotería Nacional." Reymundo tiene 55 años. Cuenta que desde que escribió los seis números que resultaron ganadores de la jugada 133 del Loto, su vida se transformó --paradójicamente-- en un infierno. "Fui taxista toda mi vida hasta que el juez me mandó peritos médicos que me dieron el 41 por ciento de ineptitud, tuve problemas con mi esposa y con mis hijos, y debí guardar la tarjeta en cajas de seguridad porque me la querían robar. Desde ese momento duermo, me despierto y pienso en todo lo que me puede pasar", asegura encadenado desde pleno centro porteño. La historia que tiene derivaciones insólitas comenzó el 3 de abril de 1993. Ese día, Reymundo se bajó del taxi que manejaba y apostó a los números 0, 5, 23, 31, 33 y 35 en una agencia de Constitución. Creyó que había tocado el cielo con las manos cuando escuchó que los números ganadores eran los mismos que había apostado. Pero fue a cobrar y le dijeron que su tarjeta no había entrado en el sistema de cómputos. Según la Lotería Nacional, el único ganador había sido Mario Franco, cuya tarjeta sí ingresó a los sistemas de cómputos de Ciccone Calcográfica. "Me voy a quedar encadenado hasta que me solucionen el problema o hasta que me muera", amenaza Reymundo, encadenado en la plaza de la República para que "la República se entere". |