|
Por A.G.B. Después de activar la bomba durante varias semanas, los fundamentalistas pakistaníes decidieron explotarla ayer. Y fue un triunfo. En un solo día hicieron cinco pruebas nucleares, algo que al gobierno nacionalista hindú le había llevado una semana. En un mensaje televisivo, el premier Nawaz Sharif anunció ayer que la cuenta estaba saldada con la India: cinco pruebas por cinco pruebas. Pero nada parece indicar que el precario equilibrio vaya a durar, y nadie le creyó a Sharif cuando dijo: "La bomba es para autodefensa". Las cadenas de mandos de India y Pakistán dieron muestras en el pasado de ser las más impulsivas del mundo, y los reflejos podrían provocar una colisión inmediata. Desde la asunción en marzo de un gobierno integrista en la India que prometió el respaldo nuclear para la seguridad nacional, la carrera armamentista entre los dos fundamentalismos no hizo más que avanzar con eficiencia ininterrumpida. A diferencia de lo que ocurrió con las pruebas indias, esta vez la CIA estaba enterada de los planes del régimen de Islamabad, pero en sus multiplicadas conversaciones telefónicas con Sharif las amenazas y los sobornos del presidente Bill Clinton resultaron de una eficacia limitada. Pakistán anunció sus grandes éxitos, pocas horas después de denunciar un plan de la India para aniquilar sus instalaciones nucleares. El gobierno de Nueva Delhi desmintió inmediatamente las acusaciones, que en este caso carecían de fundamento. Pero Islamabad ya se sentía justificado, y siguió adelante con lo que de --todos modos-- tenía en sus planes. "Lo que ocurrió en Hiroshima y Nagasaki no hubiera ocurrido si Japón hubiera tenido capacidad nuclear", declaró Sharif con orgullo refiriéndose a las bombas norteamericanas que obligaron a capitular al imperio japonés en la Segunda Guerra mundial. Sharif demuestra así que el régimen de Islamabad tiene poco claros los límites de un conflicto convencional, y en que está poco involucrado en prevenir que accidentalmente se convierta en un conflicto nuclear. Para el premier hindú Atal Behari Vajpayee, las explosiones de ayer fueron como la felicitación que esperaba por su política decidida y agresiva, en un momento en que la luna de miel nuclear empezaba a mostrar fricciones en la India por obra de la oposición. "Los pakistaníes demostraron que teníamos razón", dijo ayer en el Lok Sabha, la cámara baja. También puede estar satisfecho, porque la relación de fuerzas atómicas entre la India y Pakistán sigue siendo desigual. De acuerdo con David Albright, presidente del Instituto para la Ciencia y la Seguridad Internacional, con sede en Washington, Pakistán tendría material fisionable para al menos 10 ojivas nucleares, con la posibilidad de duplicar el inventario este año. La India, en cambio, tendría ya material para 75 ojivas. Los cálculos estratégicos de Estados Unidos, de la Unión Europea, de Rusia y de China fueron hechos pedazos por el ingreso sin pedir permiso de dos nuevas potencias en el club nuclear. Un ingreso, por otra parte, que los analistas políticos anunciaban como inminente al menos desde la caída del Muro y el fin de la Guerra Fría. La volatilidad de los conflictos en Asia es extrema. El próximo fundamentalismo en aspirar a la bomba es Irán, y las posibilidades son máximas de que la tecnología se filtre del islamismo sunnita de los pakistaníes al chiíta de la revolución de los ayatolas. Esto acercaría el armamento nuclear al Oriente Medio, donde el premier israelí Benjamin Netanyahu fue muy cauto al no condenar las explosiones indias. Con la explosión de las bombas pakistaníes, otro presupuesto de la diplomacia norteamericana demostró ser inservible, a pesar de haber durado por más de 25 años: la idea de que la estabilidad regional podía conservarse gracias a una ambigüedad bien educada y bien calibrada sobre los programas atómicos indio y pakistaní. Los tests destruyeron también otro presupuesto norteamericano: que se podía seducir al subcontinente con lazos económicos y diálogo político y convencerla de que las armas nucleares no son necesarias para su seguridad. Una ley inusualmente clara no le deja ahora a Washington otra opción que las sanciones. "No tenemos otra opción", dijo ayer el presidente Bill Clinton expresando lo obvio, y reconociendo que la opción punitiva, por dolorosa que esperen que resulte para Pakistán, es la confirmación del fracaso diplomático y de las ofertas que habrían opuesto un régimen condenable (el de Nueva Delhi) a otro favorecido y malcriado como ejemplar por la comunidad internacional. Pero ésta, encabezada por Japón, el único país que sufrió explosiones atómicas en su territorio, fue rápida en reaccionar, y va a repetir las mismas sanciones que sufrieron los indios. Islamabad se perdió el premio, "una oportunidad de oro de recibir ayudas económicas y en materia de seguridad" en palabras de Clinton. Las sanciones resultarán más duras para Pakistán que para la India, por la debilidad regional de su economía. El mercado de valores cayó un 30 por ciento con las explosiones indias, y caería aún más en las próximas sesiones. Pero como la India, Pakistán quiere demostrar indiferencia y fortaleza religiosa ante la perspectiva del castigo internacional. "Ya hemos soportado castigos, ya hemos soportado tensiones, estamos acostumbrados a la discriminación", anunció ayer en Ginebra el embajador pakistaní ante la Conferencia para el Desarme de las Naciones Unidas, reafirmando una peligrosa vocación de aislacionismo islámico. La ayuda de Washington y Tokyo, que se cortará de inmediato, suma más de 2000 millones de dólares. Y rápidamente se intervendrá para que se corten los préstamos de las instituciones bancarias internacionales. Es por el camino del castigo, según indicó el ministro de Relaciones Exteriores británico Robin Cook, que la Unión Europea espera que los vecinos litigiosos firmen un compromiso para autolimitarse en lo sucesivo en las pruebas nucleares. China ha sido tradicionalmente acusada de auxiliar a Pakistán para protegerse de una India demográficamente hiperactiva. Tanto la India como Pakistán se negaron a firmar a fines de 1996 el Tratado de Prohibición Total de Ensayos Nucleares. Entre abril y noviembre de 1947, cuando ocurrió la partición de la India inglesa, 15 millones de personas, entre musulmanes e hindúes, se desplazaron huyendo, respectivamente, hacia Pakistán o India. Y cerca de dos millones murieron en las carreteras o en los "trenes de la muerte", a manos de bandas de musulmanes, o de hindúes y sijs, armados con hachas, cuchillos o palos de hockey. Desde entonces, los dos países se enfrentaron en tres guerras fértiles en muertos. Dos de esos conflictos tuvieron lugar a causa de Cachemira, un territorio musulmán en el Himalaya que se disputan, y sobre cuya frontera intercambiaron disparos la semana pasada. Cachemira es el único estado mayoritariamente islámico en la India. Como no podía ser de otro modo, ayer festejaba en las calles por el triunfo de la ciencia musulmana.
|