|
Amalita, Rocca,
Soldati, Gallo. Unos ponen, otros toman. |
|
Por Martín Granovsky La palabra menos seria del periodismo tiene dos letras: "se". Es el pronombre del chimento. Lo susurran fuentes bien informadas a periodistas curiosos, fuentes confiables a cronistas que son todo oídos, taxistas a pasajeros, políticos a políticos, empresarios a funcionarios. En la Argentina el "se" es, por sobre todas las cosas, el pronombre de las finanzas políticas. Se dice que Alfredo Yabrán puso plata en la campaña de Menem en 1989. Se dice que volvió a poner plata en 1995. Se dice que Monzer Al Kassar también puso. Y pusieron los paraguayos que admiran a Alfredo Stroessner. Se dice que Amalita puso para radicales y peronistas. Que los Macri pusieron para todos la última vez: radicales, peronistas y frepasistas de Bordón-Alvarez. Se dice que ponen dinero los Bulgheroni. Que, ahora, prometieron dinero a la Alianza y a los peronistas. Se dice que algunos dirigentes del Frepaso han comenzado a diferenciar entre más buenos y más malos cuando hablan de los grandes grupos económicos. Entre "productivos" y "financieros", como si a esta altura de la Argentina, y tras las privatizaciones, pudiera distinguirse la economía con las claves de la década del '50. Se dice que Santiago Soldati les prometió dinero a todos. De Juan Navarro, todavía, no se dice nada. Se dice que los empresarios ponen un poco más a ganador que a perdedor. Se dice que hay más empresarios oficialistas (del oficialismo de hoy) que opositores (de la oposición de hoy). Se dice que Amalita pone para las campañas del Gobierno. De éste y, antes, del radical. Se dice que a la diosa del cemento le encantaría trabar relación con la pata frepasista de la Alianza. Pero no concreta una cita porque (esto no se dice, esto lo informó a Página/12 un interlocutor de la señora Lacroze) suele comentar a sus amigos empresarios: --Si yo la veo a Graciela, Carlos me mata. Graciela es Graciela Fernández Meijide. Carlos es Carlos Menem. Se dice que los Rocca, de Techint, simpatizan más con la Alianza que con el Gobierno. Se dice más. Se dice, por ejemplo, que Adalberto Rodríguez Giavarini renunció a la Secretaría de Hacienda del gobierno porteño porque, entre otras cosas, estaba molesto con la compulsiva necesidad de financiar la política y las campañas. Se dice que el hombre que mejor entiende en la Capital Federal la necesidad de darle de comer al elefante --como el de Pumpernick, se alimenta con basura-- es Nicolás Gallo, el secretario de Obras Públicas. Gallo fue el fundraiser, el recolector de fondos de las campañas de Fernando de la Rúa. Un cargo absolutamente honorable y necesario, por cierto. En todo caso, como sucede con otros políticos, cualquier sospecha sobre Gallo hay que atribuírsela al propio recaudador. --No voy a delatar a quien puso dinero --dijo a Página/12 tras la última campaña, entre irónico y serio. Pero se delata un crimen. Los objetivos, las estrategias, la recaudación de dinero limpio, el diseño de campaña y la financiación de la política se informan. Como diría el Presidente, el fenómeno es mundial, no tan sólo argentino. En todo el mundo la televisión encareció el costo de la política y para cualquier director de campaña la publicidad pasó a ser un insumo imprescindible. El director enfrenta el mismo estilo de problemas que debe enfrentar el gerente de marketing de una gran empresa. Pero no se trata solamente de propaganda. La política, excluyendo incluso el enriquecimiento ilícito, consume cada vez menos voluntarios y más estructuras, profesionales de la militancia, cuadros medios rentados, centros de documentación e investigación, almuerzos y cenas, viajes por el interior y al exterior. Italia vivió su gran escándalo de corrupción y financiación política, la Tangentopolis, que terminó en la operación Manos Limpias y provocó el estallido del viejo clientelismo. Los ingleses se pusieron de acuerdo para limitar los gastos de campaña. Advirtieron que el derroche irritaba al ciudadano medio, cada vez más receloso de los políticos profesionales. Los norteamericanos viven discutiendo la cuestión del dinero en política. En los Estados Unidos una parte del proceso de financiación ya es transparente y conocida, y puede provocar un shock cultural en periodistas y turistas políticos. Un recuerdo personal: un gran salón en las afueras de Atlanta, Georgia, en 1988. Banderitas demócratas. Se apiñan miles de delegados a la convención que al día siguiente elegirá a Michael Dukakis como el candidato a ser derrotado por George Bush. Están ahí, juntos, eufóricos, los representantes de los progres de todo Estados Unidos, y se emocionan cuando la locutora anuncia: "Auspicia este baile... ¡American Express!". Por eso en Washington ya no se discute si los partidos deben recibir o no dinero de las empresas, sino cómo deben recibirlo, dónde tienen que inscribir la donación y de qué modo deben evitar la transformación del aporte en un futuro compromiso comercial. Estos días los diarios reflejan el caso de Bernard Schwartz, el presidente de Loral Corporation, que en 1994 donó un millón de dólares al Partido Demócrata. En ese mismo momento, Schwartz pidió ser incluido en una misión comercial a China y consiguió una relación de gran provecho que, después, le permitiría lanzar un satélite de comunicaciones a bordo de un misil chino. La operación no fue en absoluto ilegal. Como saben los argentinos por Mr. Todman y Mr. Cheek, el Departamento de Estado considera un tema de interés nacional que las empresas hagan negocios Made in USA fuera de USA. El problema surgió cuando el Departamento de Justicia opinó que la aprobación oficial a la participación de Loral Co. en China podría interferir en una investigación en marcha. El fiscal quería saber si Loral suministró sin autorización asistencia técnica al programa militar de misiles balísticos de China. De la fellatio a los misiles. Los críticos de Clinton se alegraron ante la llegada de otro caso fálico jaqueando a la Casa Blanca. El senador Arlen Specter, republicano por Pennsylvania, dijo: --El Presidente autorizó transferencias tecnológicas que ponen en juego la seguridad nacional. Para colmo, esa tecnología pasó de manos simultáneamente con la donación de enormes contribuciones financieras al Partido Demócrata. Mirado desde la Argentina, el episodio parece infantil. Aquí aún se vive la prehistoria de la financiación política, ese estado de alegre salvajismo donde nadie sabe quién paga y cuánto pone y el dinero va y viene como si los chicos estuvieran jugando al Estanciero. Ni Georges Duby podría responder cómo hará la Argentina para entrar a la Historia, pero el olfato indica que el cambio se acerca. Para que --al fin-- ese instante llegue, una variante es que sólo ponga dinero el Estado y otra variante es que los privados sigan financiando. Pero, eso sí, con transparencia, registro y control, y tal vez con un tope por contribución. Es muy posible que termine imponiéndose la segunda alternativa. Pero el fondo de la discusión no será sólo quién pone sino cómo perciben los ciudadanos esta relación --a la vez necesaria y acuosa-- entre dinero y política. Una sugerencia: ¿por qué el Frepaso y la UCR no abandonan la discusión abstracta y se comprometen a difundir los costos de la interna, centavo por centavo? ¿Por qué no dicen ya cómo consiguen el dinero? Si no se ponen de acuerdo, ¿por qué no lo hace Graciela para desafiar a Fernando? ¿O Fernando para desafiar a Graciela? Los políticos son gente práctica. Quizás alguno advierta que transparentar las cuentas --dejar el "se dice"-- es bueno, es justo, es correcto, es republicano pero, además, en una sociedad escéptica, es útil. Trae votos. Al menos, eso es lo que se dice.
|