"MIS PERSONAJES HACEN LO QUE PUEDEN"
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Por Luciano Monteagudo "La idea de My Name is Joe nació en Nicaragua, durante los últimos días del rodaje de La canción de Carla, cuando el guionista Paul Laverty y yo pensamos que sería bueno hacer toda una película en Glasgow, filmar en un clima al que estuviéramos más acostumbrados. Y donde no hubiera tantos mosquitos". Sentado en uno de los jardines del Hotel Resideal, en medio del bullicio y la agitación de Cannes, el director británico Ken Loach parece sin embargo, ajeno a la feria de vanidades que tiene lugar a su alrededor. De trato sencillo, tan modesto y transparente como su propio cine, Loach (61 años) es todo un veterano del festival, de donde Agenda secreta y Como caídos del cielo salieron premiadas, y sabe que "Cannes representa cosas muy distintas, todas a la vez, pero para mí es la oportunidad de presentar la película en sociedad, de mostrársela al mismo tiempo a gente de los más diversos países y también, por qué no, de tomar un buen trago a la tarde y eventualmente tener una conversación inteligente". My Name is Joe fue una de las películas más aplaudidas de la muestra que culminó la semana pasada y le valió a su protagonista, el actor escocés Peter Mullan, el premio al mejor actor, por su magnífica composición de un desocupado de la flamante era Blair, un ex alcohólico que trata de rehacer su vida junto a una asistente social, pero al que las circunstancias sociales lo ponen ante opciones cada vez más difíciles, en una encrucijada donde no existe la posibilidad de un esquemático final feliz, aunque no falten momentos de humor, un poco a la manera de la recordada Riff-Raff. Para Loach, se trata de un regreso a las fuentes y de eso y de política y de televisión habló con Página/12 en una soleada tarde de Cannes. --Con "Tierra y libertad" y "La canción de Carla" su cine parecía apartarse de la realidad británica. ¿De qué manera "My Name is Joe" se conecta con su obra previa? --Sí, Tierra y libertad y La canción de Carla son para mí films muy personales, pero tenían cierta dimensión épica que My Name is Joe no tiene, porque es una película más intimista, que busca sobre todo las relaciones entre los personajes, aquello que los atrae y que los separa. Pero estas relaciones, a su vez, también hablan del mundo en que viven. Y aquí, a diferencia de mis dos películas anteriores, volví a jugar de local, por lo que todo fue también más simple. Como Ladybird, Ladybird o Riff-Raff, My Name is Joe es una película a pequeña escala, más sencilla en términos de logística, pero no por ello menos intensa. Lo que me importaba en My Name is Joe era que lo que le sucediera a los personajes fuera indicativo de lo que estamos viviendo en estos días en mi país. Pero siempre teniendo en cuenta que no se puede utilizar un personaje para decir lo que el director tiene para decir. --De otro modo faltaría esa autenticidad que es esencial en su cine... --Lo que diga Joe, lo que diga su compañera Sarah siempre debe responder a lo que ellos sienten como personajes. Lo importante siempre es la lógica de las situaciones. Se trata de establecer los personajes y echarlos a andar y averiguar quiénes son y por qué actúan como actúan. Hay que ser consecuente con los personajes y seguir la lógica de su forma de pensar. Hay que respaldarlos en sus sentimientos. El tema de la solidaridad, por ejemplo, que aparece en la película... No se puede ser simplista en esto. Mis personajes hacen lo que pueden los unos por los otros, lo mejor que pueden, considerando el medio en el que viven, porque las circunstancias objetivas son muy destructivas para ellos. No es cuestión de forzar un final feliz ni nada que se le parezca. Se trata simplemente de decir: aquí está esta gente, así son y así viven. Lo que me interesa como cineasta son las vidas y las emociones de la gente común que, enfrentada a una situación difícil, es capaz de mostrar un talento insospechado, una energía espiritual y una fuerza sobrehumanas.
--¿Cómo eligió a Peter Mullan, que está tan natural en su papel? --Ya habíamos trabajado juntos en Riff-Raff y siempre pensé en él para Joe, por su franqueza y por su sentido del humor, que es algo que siempre aprecio mucho. Es un actor con mucha verdad, muy auténtico. Igualmente hicimos largas sesiones de casting y entrevistamos un montón de gente, pero todo este proceso no hizo sino confirmar nuestra certeza de que habíamos dado con el actor indicado. --¿De qué manera trabaja con los actores? --No me gusta ensayar mucho, porque se pierde espontaneidad en la toma. Prefiero conversar con ellos, compartir las experiencias que yo he tenido con gente parecida a sus personajes, pero de carne y hueso. Hablamos mucho del pasado de los personajes: quiénes son, de dónde vienen, cosas muy concretas, que después no aparecen en la película pero que quedan fijadas de manera muy fuerte en los actores en el momento de hacer ciertas escenas. Nunca creí en la necesidad de decirle al público todo, pero hay cosas que tienen que estar muy claras para los actores, para que puedan transmitir toda la verdad y la complejidad de sus personajes. Por eso, cuando uno ve la escena terminada puede parecer espontánea, pero la clave está en la preparación, en el trabajo previo, que no es necesariamente un ensayo, en términos convencionales. --Su cine siempre ha tenido un fuerte contenido social. ¿Piensa que una película suya puede influir en la realidad? --Probablemente una película mía pueda causar una gran impresión en un grupo muy pequeño de gente y una impresión superficial en un público más amplio. Si hay un cine que realmente tiene una influencia profunda en el gran público ese es el peor cine posible, el más peligroso, el cine de los grandes estudios de Hollywood, ese cine que dice que todo en el mundo lo puede resolver una persona por sí sola, si tiene un arma en la mano. --Usted empezó haciendo películas producidas y destinadas a la televisión, como "Cathy Come Home", que fue su primer éxito. ¿Cuánto ha cambiado la relación entre el cine y la televisión desde aquellos comienzos? --Muchísimo. Se han producido cambios enormes, sobre todo en lo que tiene que ver con la multiplicidad de ofertas que ofrece ahora la televisión. Cuando yo empecé haciendo cine para la televisión, a fines de los años 60, en Gran Bretaña había solamente tres canales y cuando uno hacía una película que valía la pena, todo el país la veía por TV, era un acontecimiento nacional. Ahora la televisión sigue aportando capitales para la producción de cine, pero prácticamente se fagocita a las películas, porque con la infinidad de canales de aire y de cable y satelitales que hay hoy la dispersión es enorme y todo da lo mismo. Nada adquiere valor. Además, cada vez más la televisión exige el formato de "serie", en capítulos, que también contribuye a la fragmentación del material. Ahora todo está mucho más mecanizado, todo son fórmulas. No era así cuando yo me inicié.
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