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SUBRAYADOS DE LA SEMANA


MENTIRAS QUE MATAN

Por Mario Wainfeld

t.gif (67 bytes) El presidente abusó sexualmente de una menor días antes de las elecciones. Para evitar el escándalo inventa una formidable cortina de humo: una guerra con Albania. La guerra no existe, o mejor dicho sólo existe en la TV. Un equipo secreto la inventa. La opinión pública se come la galletita y, henchida de fervor patriótico, vota en tropel al presidente mentiroso y creativo. Tal el argumento de la excitante película Mentiras que matan que despliega en clave de Hollywood unas obsesiones de muchos apocalípticos: los medios inventan la realidad. Su sospecha (los noticieros y los programas políticos no son realidad filmada sino un truco de montaje al estilo Forest Gump) no es nueva, ha sido desarrollada también por teóricos de las ciencias sociales como Jean Baudrillard y desde luego por políticos y gente del común. Mentiras.. rememora ejemplos para abonarla: entre ellos la Guerra del Golfo, cuyas imágenes remedaban más a un video game o a un efecto especial que a tomas extraídas del teatro de operaciones.

Vale la pena señalar que, hasta ahora al menos, los hechos existen y los medios los divulgan, los exaltan, básicamente los editan. Un partido de fútbol transmitido por TyC es bastante distinto de lo que se ve en la cancha, pero todavía, mal que le pese a Sebreli, los partidos se juegan y algunas, pocas veces sus resultados --como ocurre en el actual Torneo de AFA-- contradicen los intereses de TyC. En política es igual: la guerra del Golfo, no fue un efecto especial, existió y murió muchísima gente. Lo que se trucó es su imagen, algo parecido, aunque más sutil, que lo que se hizo por acá con Malvinas.

La política nacional vive una etapa inflacionaria en materia de filmografía. Videos y cintas colmados de denuncias sobre vidas públicas y privadas aparecen en los despachos de los políticos y las redacciones de los diarios. Ese material no es trucado aunque a veces fue obtenido en forma ilegal y suele manipularse políticamente. No muestran mentiras, pero sí parte de la realidad y editada. Muestran lo que ocurre delante, obligan a pensar qué hay detrás de la cámara.

La pregunta que se impone no es quién inventa la realidad (ese animal no existe) sino cómo se la divulga. El desafío --para los medios y también para los políticos-- no es negar la información sino manejarla con límites éticos, por caso la vida privada. Una situación novedosa y cambiante a ritmo de vértigo (hace un mes Oyarbide "no existía" y Yabrán estaba vivo), genera un dilema inexistente para los protagonistas de Mentiras que matan: cuáles son los criterios éticos para autorregular el flujo de información.


QUÉ LARGO ES EL CAMINO

Por Julio Nudler

t.gif (67 bytes) ¿En qué se diferencian la Argentina y Estados Unidos? En que cada hogar norteamericano gasta en consumo 46.631 dólares anuales en promedio (dato de 1994), mientras que el argentino consume por 19.163 pesos (dato de 1998). Esto quiere decir que la familia norteamericana lleva 143 por ciento de ventaja (que se estiraría algunos puntos si el Estudio de Economía Alpha --que es la fuente de estos cálculos-- hubiese contado con datos de EE.UU. al año actual). Pero hay que considerar, además, que el hogar promedio argentino alberga 3,8 personas, mientras que en la Unión sólo acoge a 2,6. Por tanto, en los gastos anuales en consumo la superioridad per cápita de los estadounidenses es del 256 por ciento.

Estos números no son, hasta aquí, demasiado sorprendentes, porque por algo EE.UU. está en el Norte y la Argentina en el Sur. Pero la comparación cobra especial interés cuando se desagrega el consumo en sus componentes. Entonces puede verse que la diferencia de bienestar material entre un consumidor norteamericano y otro argentino no la hace la comida. La ventaja de aquél se reduce en el rubro Alimentos y Bebidas (¡no alcohólicas!) a apenas 21,5 por ciento.

Esto tiene, para la economista Débora Giorgi, una explicación muy clara: si este país disfruta hoy un ingreso por habitante de unos 9500 pesos anuales, muy superior al de las economías pobres, se supone que los argentinos no tienen problemas para alimentarse (esto, se sabe, es cierto en promedio, y sólo en promedio). Sin embargo, aunque el argentino gasta en comer casi 18 por ciento menos que el norteamericano, se le va en ello una cuarta parte de su gasto en consumo, mientras que el estadounidense dedica al asunto sólo un 8,5 por ciento de su presupuesto consuntivo.

De todas formas, si no está en la comida, la diferencia entre el estadounidense y el argentino debe aparecer en otra parte. Y efectivamente aparece. En comprar auto, por ejemplo, aquél gasta por año 4,5 veces lo que éste. En bebidas alcohólicas y en comidas fuera del hogar, la relación es de 3,7 veces. Y en el resto de los items --servicios, equipamiento del hogar, transporte y otros--, por cada 100 pesos que suelta el argentino, el estadounidense gasta 440.

Según Giorgi, al consumidor argentino le llevará 18 años alcanzar al norteamericano, siempre que el PBI per cápita crezca aquí un 7 por ciento año tras año y el de EE.UU. no crezca nada. Pero en este improbable caso, la economía argentina, como otras muchas, sufriría una brutal recesión. De manera que esta carrera probablemente dure en la realidad tres o cuatro décadas como poco. Ahora bien, ¿valdrá la pena tanto esfuerzo?

 


POLITICA EN TIEMPO REAL

 

Por Claudio Uriarte

t.gif (67 bytes) En el léxico del cine, filmar "en tiempo real" significa que la película se desarrolla en el mismo período en que supuestamente se despliegan los hechos. Para citar un ejemplo contemporáneo (y notable): en Titanic, de James Cameron, a partir del momento en que alguien dice "queda una hora para que se hunda el barco", se empieza a contar la historia en tiempo real: uno sabe que Cameron contará los restos del día exactamente como sucedieron o habrían sucedido, lo que añade la carga de suspenso de vivir la misma condena a muerte a plazo fijo de los protagonistas.

En política --tanto nacional como internacional-- y en economía --tanto nacional como internacional-- ha empezado a suceder una cosa parecida. La velocidad de las cosas --para citar el título de una gran novela en ciernes-- ha sido reemplazada por su instantaneidad, y por la certeza de su casi instantáneo vencimiento. Por ejemplo: se suicidó Yabrán y eso dejó al descubierto la presencia de una mafia terriblemente poderosa en la Argentina, pero eso "ya fue"; India y Pakistán están por enredarse en la primera guerra termonuclear de la historia, pero eso ya está a punto de haber sido y reemplazado por la próxima catástrofe. Que puede ser la desintegración rusa, el ingreso de Asia en la entropía y otras noticias tremendamente excitantes pero que, por otro lado, hacen sentir razonable una eventual propuesta de distribución universal y gratuita de lexotaniles.

Para un periodista, esto debería ser inmediato motivo de interrogación y de análisis. En principio, aparecen tres motivos posibles: la globalización, la Internet y la CNN. Que están profundamente interrelacionados y mutuamente causados: como la globalización implica mercados que funcionan en realidad las 24 horas, todo ocurre al mismo tiempo y a borbotones y se necesitan auxiliares como la Internet y la CNN para que sirvan de canales para el vertidero de las informaciones que se necesitan para operar en el mundo global. Pero, por la contraria, esto instala la paradoja de un mundo en que la próxima noticia está sobredeterminada por la Internet o por la CNN: porque los yuppies pasados de cocaína que operan los mercados globales van a sobrerreaccionar a las noticias que les lleguen por estas terminales informativas del mundo. En otras palabras, la noticia de este nuevo mundo infeliz es que estamos en manos de una banda de irresponsables.


LAS MOSCAS Y EL CINE

Por Carlos Polimeni

t.gif (67 bytes)  Una semana después del estreno de Un argentino en Nueva York, producida por Telefé, el holding que integra Canal 13 puso en los cines Cohen vs. Rosi. Si la semana pasada fue el momento de las loas a las recaudaciones del engendro firmado por Juan José Jusid, en ésta le llegará el turno al producto de la cínica factoría que orienta Adrián Suar, que de entrada cuenta con desventajas considerables: menor cantidad de salas, ningún día lluvioso y minga de feriado largo. La competencia está planteada, viene de la temporada anterior, de la puja entre otros dos especímenes de similar calibre e idénticas pertenencias, como La furia y Comodines, y está coronando un lento proceso por el cual los colosos de la televisión argentina desembarcan en el cine. Esto es una manera de decir, claro. En realidad, lo que ocurre es que una parte del dinero cuantioso que ganan los canales y las productoras televisivas está volcándose a otro negocio, y de algún modo desnaturalizándolo. En principio, porque las cuatro películas no son más que programas de televisión alargados, con actores televisivos, guiones televisivos y aspiraciones televisivas. Detrás de los intentos, está claro que las palabras dinero y ganancias se repiten mucho más que las palabras belleza y profundidad. El cine financiado por la televisión es al cine argentino lo que el cine estadounidense es al cine del resto del mundo: un monstruo grande que pisa fuerte --como Godzila, que se viene-- que anula el territorio de las discusiones con la prepotencia de las cifras y que termina acostumbrado al público a una suerte de consumo de cultura-basura, rápido, fácil, de digestión inmediata. Que un chico coma hamburguesas no está mal: que un chico coma sólo hamburguesas es peligroso. En buena parte del mundo, y sin control del Estado, sólo se ven films estadounidenses. Esta semana, las dos películas argentinas financiadas por los canales que se enriquecieron durante el menemismo tienen tomadas 30 salas en Capital Federal. Otras 8 son para El faro, también del 13.

"El regreso del Jedi Francella" como "El imperio Clarín contraataca" no encuentra ni entre los asalariados de sus respectivos holdings defensores de su calidad artística. Clarín calificó como "regular" --que en el argot del medio significa mala-- la película de Suar, aunque presentando la crítica a un costadito de una producción de tres páginas. Lo que todos los medios del intrincado conglomerado de los holdings, y otros que caen en un juego que termina encantándolos, tienen para exhibir en defensa de estos productos son las cifras, que en arte son materia siempre discutible. En ese engaño a la razón y a la historia caen algunos de los más pintados, en un círculo que podría sintetizarse en un slogan bizarro: "Coma mierda, millones de moscas no pueden estar equivocándose". Si la historia del arte fuese dimensionable por las cifras, Titanic sería imperecedera y El acorazado Potenkin un naufragio, Ingmar Bergman un perdedor y Sylvester Stallone un grande, Poldy Bird una genio y Juan Gelman un idiota, Kandinsky un pobre tipo y Federico Klem un ídolo, Ryuichi Sakamoto un intrascendente y Julio Iglesias, bueno, Julio Iglesias sería Gardel.

 



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