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Por Matthias Hoenig "Dos horas enteras transcurrieron en los más dulces arrebatos. Por fin arrobados y satisfechos el uno del otro mirándonos con la mayor ternura, juntos exclamamos: '¡amor, gracias!'." Esta es la descripción de uno de los encuentros amorosos de Casanova, el amante más famoso del mundo, quien sedujo a lo largo de su ajetreada vida (1725-1798) entre 120 y 140 mujeres, y de quien este jueves se cumple el 200º aniversario de su muerte. Sin embargo, las aventuras amorosas de este veneciano que medía 1,87 metros son sólo la faceta más conocida de su llamativa vida. Giacomo Girolamo Casanova, caballero de Seingalt, tenía mucho más que ofrecer. "Se desempeñó también como doctor en leyes, sacerdote, violinista de teatro, charlatán, masón, jugador de cartas, timador, hombre de negocios, diplomático secreto y amante de marquesas, por tan sólo nombrar de pasada algunos de sus círculos de acción", escribe Ruth Bombosch en la biografía Casanova à la Carte. "Una vida frenética y el placer del amor" definieron la personalidad de Casanova, afirma. El mismo dijo en cierta ocasión: "Feliz o infeliz, la vida es el único tesoro que el hombre posee, y quien no la ame no es merecedor de ella". Casanova nació el 2 de abril de 1725, en Venecia. Su madre fue actriz y su padre fue presumiblemente el patricio Michele Grimani, pues fue éste quien pagó su formación jurídica en Padua. Casanova fue incluso seminarista; sin embargo, la Iglesia no era lo suyo. Según cuenta el especialista Otto Kraetz, Casanova sólo rezó en dos momentos. Relata también que una vez en la limosnera había más cartas de amor que monedas. En otra ocasión Casanova perdió el conocimiento por estar borracho. Y es que la vida de Casanova podría parecer hoy una road movie del siglo XVIII. Los azares de la vida lo condujeron por toda Europa, de Londres a Constantinopla, de Madrid a Riga. Algunas de sus estaciones fueron París, Varsovia, Berlín, San Petersburgo y Viena. Algunas veces se quedaba tan sólo unos días, en otras eran meses, y sólo en contadas ocasiones se quedaba durante un largo tiempo en el mismo lugar. Algunos biógrafos incluso creen que Casanova fue una suerte de diplomático secreto o mensajero. En el castillo de Dux, en Bohemia, escribió ya a una edad avanzada sus memorias. Llegó a trabajar 13 horas diarias en ello, y escribió cerca de 5000 páginas. "Quiso regalarse la suerte de poder vivir su vida una segunda vez y disfrutarla hasta el final", explica la psicoanalista francesa Lydia Flem sobre el afán de Casanova por escribir su vida. En el castillo de Dux murió el 4 de junio de 1798. El afán por tener reconocimiento social fue uno de los motores de la vida de Casanova, quien siempre frecuentó gustosamente círculos nobles y cortes de toda Europa. Su sobresaliente talento como narrador y conversador, así como su fama de conquistador y lisonjero, le reportaron muchos beneficios, a menudo en forma de dinero contante y sonante. Casanova siempre recordaba dos episodios de su vida. Su legendaria huida de las "cámaras de plomo" en Venecia el 1º de noviembre de 1756 (nadie más logró la hazaña de escapar de la que era la cárcel más segura) y el duelo con pistolas el 5 de marzo de 1766 con el conde Branicki, por una cuestión de honor. Pero Casanova no sólo se destacaba como conversador. Su hambre de saber era enorme, según el retrato de los estudiosos Praetz y Helga Merlin en Casanova, amante de las ciencias, pues también poseía conocimientos de química, física, matemáticas e incluso alquimia. Casanova, que en cierta ocasión también fue afortunado con la lotería de París, le prometió a Madame D'Urfe, una mujer rica con amplios conocimientos de alquimia, que lograría hacerla reencarnar en un niño, por lo cual recibió un buen pago durante años. El aventurero también hizo gala de sus dotes como filósofo y escribió numerosos tratados, panfletos e incluso obras históricas sobre Polonia y Venecia, y llegó a describir su encuentro con Voltaire como uno de los momentos más importantes de su vida. El destino también lo condujo a encontrarse con Federico II --quien alabó su belleza-- y Catalina la Grande. "Un filósofo es quien no rehúsa el placer", dijo en cierta ocasión Casanova para condensar los movimientos de una vida que, aún hoy, sigue siendo objeto de estudio.
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