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Por Mónica Flores Correa desde Nueva York En la foto deteriorada por el tiempo, el hombre resulta inconfundible. Su melena blanca parece más luminosamente blanca que nunca, el halo alborotado de un ángel viejo; la mirada es escudriñadora y benevolente y en la mano sostiene la infaltable pipa. Al lado, una mujer alta, madura, pero aún atractiva, sonríe apenas, mirando la cámara con cierto aire sobrador. La foto está dedicada: "Saludos sinceros. A. Einstein". Perteneció a Margarita Konenkova, la mujer que aparece en la foto, con quien el científico por antonomasia de este siglo mantuvo un love affaire que duró posiblemente más de diez años. Además de ser alta, elegante y estar muy, muy casada con el escultor Sergei Konenkovo --un busto de bronce de Einstein, de su autoría, puede verse en la Universidad de Princeton--, Margarita fue espía de secretos nucleares para Rusia. Y aunque se presume que es bastante improbable que Einstein haya colaborado con los rusos en la construcción de su propia bomba atómica, debido a que no estuvo directamente involucrado en lo que ocurría en los laboratorios de Los Alamos, Oak Ridge o Chicago, la revelación, ocurrida gracias a una subasta que hará Sotheby's de New York este mes, ha provocado exclamaciones generalizadas de sorpresa y una ola de curiosidad --difícil de satisfacer, pues los protagonistas ya están muertos--, por conocer más detalles de la relación amorosa entre el sabio de los sweaters con olor a tabaco y la Mata Hari que diestramente lo sedujo. Junto a esta foto y a otras cuatro más, Sotheby's subastará el 26 de junio una libreta de direcciones de cuero que perteneció a Konenkova, donde escribió la dirección de Einstein, más un dibujo rudimentario que muestra a Einstein con los pelos de león y la pipa observando un barco que parte y a Margarita leyendo las cartas del científico. Las cartas son el tesoro máximo de la futura subasta. Nueve cartas en envejecidos sobres azules, escritas en alemán con el estilo elegante, casi poético, del científico que, en otras oportunidades, redactó frases que se repitieron hasta el cansancio, como "Temo haber quebrado la armonía del universo" o "Dios no juega a los dados con el universo". Con Margarita fue menos grandilocuente. La ternura y la cotidianeidad prevalecen en las páginas epistolares. Viudo más o menos reciente, escribe sobre su soledad de amante a la distancia. Si bien Margarita y Albert se conocieron en 1935, no está claro si el romance comenzó un poco antes de que muriese la segunda esposa de Einstein, Elsa, en 1936, o un poco después. "Acabo de lavar yo mismo mi pelo, pero no con mucho éxito; no soy tan cuidadoso como tú", le escribe a la presunta espía rusa el 27 de noviembre de 1945 y la carta continúa: "Todo aquí me trae tu recuerdo: el chal de 'Almar', los diccionarios, la pipa maravillosa que pensamos que se había perdido, y todas las pequeñas cosas de mi celda de ermitaño, también el nido vacío". Se especula que "Almar" era un sobrenombre que los amantes habían inventado para llamarse mutuamente y que estaba formado por la conjunción de las primeras sílabas de los dos nombres, Albert y Margarita. Paul Needham, consultor de Sotheby's y traductor al inglés de las cartas, dijo que la autenticidad de las mismas es evidente: "En todos estos años que he estado en Sotheby's, éste es el descubrimiento más interesante que encontré". Estas cartas, dijo, son diferentes a otras cartas personales del sabio de la Teoría de la Relatividad. "Revelan tanto emoción profunda como emoción muy accesible, del tipo con la que cualquiera que haya estado enamorado puede identificarse", comentó. Einstein tenía 66 años cuando le escribió a Konenkova, que tenía 51. Nada en las cartas hace suponer que el matemático estuviese enterado de que la rusa era una espía. Es presumible que ni siquiera miembros de la familia de Margarita supiesen de sus actividades de inteligencia. El nombre de Konenkova vinculado con el espionaje apareció en 1995 en un libro del espía Pavel Sudoplatov. La misión de Margarita, alias "Lucas" en el mundo del espionaje, era influir a (Roberto) Oppenheimer y a otros científicos norteamericanos a quienes frecuentaba en Princeton. En la primera mitad de 1940, Albert Einstein escribió al presidente Franklin Roosevelt alertándolo sobre el horrible peligro de que los alemanes se adelantasen en la construcción de bombas atómicas. El genio convenció al presidente y éste lanzó un programa de investigación. Pero Einstein, que no se dedicaba de lleno a la física nuclear, no tuvo participación directa en el proyecto. Es poco probable que supiese, entonces, los detalles técnicos de la producción del plutonio y del uranio enriquecido. En cambio, es dable suponer que los físicos que participaban en el proyecto, como Oppenheimer, le contasen algunos detalles. Pero nadie cree que Einstein puede haberle contado nada de esto a Kanenkova, quien tampoco podría haber entendido el intrincadísimo lenguaje científico. Lo que sí es más probable es que Einstein le comentara a su amante la magnitud del proyecto y el grado de avance. Si bien esto no habría ayudado a los rusos a producir la bomba, habría acelerado su producción. Ahora, terminada la Guerra Fría parece preferible concentrarse en sus cartas de amor. El encandilamiento amoroso de Einstein no lo obnubiló como para interrumpir su reflexión lúcida sobre lo que consideraba el desvarío de la condición humana. Terminada la Segunda Guerra Mundial y la infamia de los campos de concentración, escribe a la mujer rusa: "Los hombres viven ahora como lo hacían antes (...) y es claro que no han aprendido nada del horror que han experimentado. Las pequeñas intrigas con las que complicaban sus vidas previamente, ocupan de nuevo gran parte de su pensamiento. Qué extraña especie somos". |