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PLAZA DE ALMAS 4 PUNTOS Argentina, 1997 Dirección y guión: Fernando Díaz Fotografía: Abel Peñalba Edición: César D'Angiolillo Vestuario: Analía Invernizzi Música: Luis Robinson Con Alejandro Gancé, Vera Fogwill, Olga Zubarry, Norman Briski, Villanueva Cosse, Roberto Carnaghi y Thelma Biral. Estreno de ayer en los cines Monumental, Santa Fe, Tita Merello, Gral. Paz, Cinemark 8, Tren de la Costa y Rivera Indarte Por Martín Pérez Cuando la parejita llega a la casa suburbana ya está todo listo. No hay lugar para discusiones, que las hubo. La decisión está tomada, y el aborto tiene como prólogo miradas vacías y sólo las palabras indispensables. Después de ir al baño, Laura pasará al cuartito de arriba con la médica y su asistente, y Marcelo se aguantará los nervios desde el patio de abajo. La cámara está tan nerviosa como él, y acompaña la escena con paneos inquietos. Un ruido de puerta, Marcelo --la cámara-- que se da vuelta buscando a Laura allá arriba, pero en realidad el sonido viene de la puerta del baño de abajo, abierta por un anciano en camiseta. Aunque la desolación de la escena está bien plasmada en el largo plano secuencia, éste se completa sin embargo con una burda voz en off que instala a la médica como el villano y a Laura como la víctima. "Abrí las piernas nena, que nos vas a traer problemas", se le escucha decir a una voz profesional pero crispada, que sólo obtiene como respuestas unos gemidos de dolor. Al mismo tiempo que representa indudablemente el mejor momento cinematográfico de Plaza de Almas, la escena del aborto también desnuda abiertamente el maniqueísmo que su director y guionista le imprime a su obra. Díaz no quiere que haya dudas en su film de contrastes: las médicas abortistas son insensibles, las mujeres independientes son crueles, los hombres enamorados son injustamente abandonados y la familia es un lugar al que hay que regresar. Lo que hace de Plaza de Almas una película que presume de humana y a la que le falta humanidad. Incapaz de comprender a sus personajes, confunde lo humano con un embanderamiento hacia una castrada seudobondad, una triste plaza que nunca se ve, y unas almas que terminan penando, atrapadas por la cámara de Díaz en vez de poder vivir libremente su vida. Ganador de un concurso de guiones cinematográficos organizado por el diario La Nación y colaborador esporádico de Marcelo Piñeyro, Díaz elige contar en su ópera prima una historia que podría ser la de cualquier pareja joven. Laura (valerosamente encarnada por Vera Fogwill) es de San Luis, hace promoción callejera de perfumes pero sueña con ser estrella. Marcelo es artista callejero, se lleva mal con su madre y sólo se preocupa por su abuelo. El amoroso Marcelo quiere convencer a la cínica Laura de que pueden ser una pareja, y la lleva de vacaciones a la costa. Pero una noche el cartoncito en el baño se pone azul, y la crisis se hace inevitable. Claro que la crisis no hace crecer a los personajes de Díaz, que a esta altura también son cartones pintados. Que incluso reflejan lo que quieren representar: tantas veces Marcelo utiliza el pronombre "amor" en vez de decir Laura, que es posible abrazar el cinismo de ella aunque toda la película diga lo contrario. Tanto esquematismo apenas si deja lugar para la senilidad bien jugada por Briski en el papel del abuelo abandonado, y la naturalidad de abuela encarnada por Olga Zubarry, en un personaje que sólo puede ser sincero desde la pantalla de un televisor. |