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Por Martín Pérez El fenómeno comenzó el año pasado, cuando Comodines y La furia protagonizaron otro eterno retorno del cine argentino facilista. Las críticas fueron prácticamente unánimes, por supuesto, pero los medios de los respectivos holdings se las arreglaron para hablar de un nuevo boom, saludando, en realidad la llegada de los multimedios televisivos a la pantalla grande con su propia estética y marketing. Para fin de año los habituales balances de la temporada eligieron recordar otros films, poniendo a aquéllos en su lugar. Doce meses más tarde, casi con la puntualidad de una nueva estación climática, los éxitos de la TV en el cine han regresado. Exitosos y subsidiados, otra vez Adrián Suar y esta vez Guillermo Francella en lugar de Diego Torres, llegaron para romper boleterías y ocupar tanto pantallas grandes --con sus films-- como pequeñas --con los avisos--. Porque el fenómeno de los 300 mil espectadores en su primera semana de los que se enorgullece Un argentino en Nueva York --y los 100 mil que ostenta Cohen vs. Rosi-- no es tanto el hecho de que las estrellas de la televisión decidan probar suerte en el cine (una exitosa mudanza de medios que desde La Familia Falcón es algo común), sino el hecho de que los que prueben suerte sean los capitales de la TV, adueñándose cada vez con más decisión del negocio del cine argentino. Mudanza que concretan con el aval de los organismos oficiales --ambos films abren su proyección con el bendito cartelito que agradece al Instituto-- que deberían dedicarse a subsidiar talento en vez de negocios. "Me parece bárbaro que Francella tenga éxito, hasta me parece lógico. Pero me importa un reverendo huevo. Lo que me preocupa es que, además de Francella, no haya lugar para otro tipo de propuestas", dice el pensador Tomás Abraham, que acaba de publicar un libro dedicado a la televisión, resumiendo el dilema principal de un estado de cosas que parece haber llegado para quedarse. "Que la televisión invierta en el cine no es ninguna novedad", recuerda el director Rodolfo Hermida. "El cine de Europa, por ejemplo, resiste los embates de Hollywood gracias al dinero de la RAI, la TVE o Canal Plus. La puerta de los multimedios locales para acceder al cine fue la ley de la actividad, que los obligaba a pagar un impuesto. En ese momento se dieron cuenta de que ese impuesto podía volver, que podían entrar en el negocio cinematográfico y recuperar la inversión." Una rápida lectura de la más reciente historia de los multimedios locales obliga a recordar que, luego de la crisis del negocio cinematográfico en el ocaso del alfonsinismo y con la privatización menemista de los canales de TV, muchos directores --e incluso productores-- de cine encontraron en la televisión un espacio donde seguir trabajando. "En realidad, salvo algunas excepciones, no es que los directores de cine trabajen en la televisión, sino que han encarado producciones independientes pensadas para ese medio", precisa Hermida, que recuerda que la televisión no se ha abierto del todo al cine. En particular en el género telefilm. "Si bien hubo concursos en el Instituto, es un espacio que aún no ha sido explorado." Está claro: a la televisión argentina no le interesa hacer de Channel 4. Prefiere hablar sólo de negocios. Aunque, en materia de estética, es cierto que la televisión ha aprendido algo del cine. Por lo menos para las aperturas de los nuevos programas, para los que se elige soporte fílmico. Y también en los métodos de trabajo de los ciclos locales más exitosos. "Los que trabajamos en `Verdad Consecuencia' trabajamos como en el cine. Somos técnicos del medio, que antes de rodar colocamos las vías, marcamos todo con cinta adhesiva. Es como si estuviéramos en un set. La única diferencia es que trabajamos todos los días, no como antes que sólo había trabajo cada cuatro años", cuenta Daniel Barone, director de "Verdad Consecuencia" para Pol-Ka, y debutante con Cohen vs. Rosi, el segundo largometraje de Suar. Barone cree que el exitoso camino que la TV para la que trabaja hizo para acercarse al cine en la pantalla chica continuará también en la pantalla grande. "Creo que en el cine Pol-Ka va a invertir y mejorar sus productos tal como lo hizo en la televisión. La misma dedicación para mejorar los detalles técnicos que mostraron en TV la van a llevar al cine". Hasta que ese camino se haya completado, sin embargo, habrá que esperar productos que se basan en la promoción antes que en la calidad. Como dijo alguna vez Mario Pergolini, en referencia a los bodrios y fracasos televisivos que atravesó antes de llegar al exitoso "Caiga Quien Caiga": "Lo mío es como la escuela pública, mi educación la terminaron pagando los demás". Una cosa es clara: el público está. En un país desconfiado por naturaleza, la gente cree en las estrellas televisivas y concurre puntualmente a la cita cinematográfica. No estaría mal que se responda a esa confianza con productos a la altura de esa respuesta. "Que exista un cine argentino exitoso es algo que alegra a todo el que forme parte de la industria", dice Fernando Spiner desde Chile, donde está terminando de dar forma a La Sonámbula, su ópera prima. "El riesgo es que cuando una fórmula tiene éxito, los productores se dedican a repetirla de una manera casi obscena. Como si no hubiera otros éxitos más que ésos", advierte. "Yo sé que si quiero hacer mi película tendré que seguir el camino de todos los directores de cine, pedir un crédito en el Instituto y demás. A Pol-Ka no lo veo invirtiendo en cosas chicas", dice Barone. "El cine argentino parece estarse recuperando", opina Hermida. "Pero los frutos de esa recuperación están yendo hacia los que más tienen. Hoy existen los multimedios y las producciones independientes, y la competencia se está volviendo desleal. A tal punto que se está proponiendo una ley de recuperación proporcional de taquilla, que les dará más dinero a los que más tienen. Eso es algo que hay que corregir, para que los multimedios no terminen asfixiando la noble producción independiente."
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