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Por Julio Nudler
El compacto se llama La joven guardia del tango. Lo editó la
Biblioteca Nacional, incluyendo diez muestras de la actual movida porteña. Quien se lo
proponga podría seguir la serie con muchos grupos más, excluidos de este disco. Porque
desde hace algunos años, y a partir de focos fundamentales como la Escuela de Música
Popular de Avellaneda, innumerables músicos nuevos fueron confluyendo hacia el tango a
medida que lo descubrían, escondido como está por la negativa de los medios masivos a
difundirlo. Muchos de esos chicos fueron seducidos por Astor Piazzolla, pero pronto se
dieron cuenta de que Astor venía de alguna parte y empezaron a rastrear sus fuentes.
Llegaron así a Troilo, a Gobbi, a Salgán, a Pugliese y a muchos más, y quizás a los
hermanos De Caro. Y repararon en los grandes compositores, los Arolas, Bardi, Martínez,
Delfino, Mora, Laurenz... Algunos decidieron dejar el saxo por el bandoneón, o el bajo
eléctrico por el contrabajo. Suelen contar que el tango los fascinó, y que los guió
hacia él la necesidad de algo propio, un arte nacional en el que poder expresarse. Luego
sobrevino la difícil búsqueda de un lenguaje personal, que derivó en el curioso abanico
del tango joven actual. Hay grupos como El tranvía, decididamente postpiazzolleanos.
Otros, como La camorra, vanguardistas pero muy tangueros. Está El arranque, que prefiere
ir en pos del mejor tango que se hacía en torno del 50. Cantantes como Silvana Grégori o
Lidia Borda exploran repertorios de los 20 y los 30. A Susana Blaszko se le da más por el
candombe y la milonga. A Federico Zypce, por el lunfardo. Hay mujeres bandoneonistas, como
Susana Ratcliff o Eleonora Ferreyra, impensables hace algunos años. A todos, más allá
de sus desniveles, se les hace cuesta arriba: graban sus compactos a pulmón, cuántas
veces actúan gratis o por dos pesos, sueñan con giras salvadoras por Europa, que sólo a
algunos se les dan. Nadie se ha hecho famoso. Todo el fenómeno sigue teniendo sabor a
marginalidad, a expresión despreciada por los grandes dueños del negocio mediático y
discográfico. El tango joven no encontró aún su Soledad, alguien capaz de derribar los
obstáculos y volverse masivo. No es fácil lograrlo --si es que vale la pena-- con
expresiones tan complejas musicalmente que el maltratado público actual no es capaz de
entender, ni con la mera exhumación del pasado. Buenos Aires pide un tango nuevo, además
de joven. Triunfando o fracasando, es lo que en su momento comprendieron Piazzolla,
Rovira, Julián Plaza, el propio Pugliese y otros más. Para esto es necesario que
también los compositores y los letristas de hoy tengan su espacio y expresen esta ciudad,
que ya no es la de Piana ni la de Manzi. |