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Final de juego

Por James Neilson

t.gif (67 bytes)  Puede que en el universo haya muchas formas de vida que sean más inteligentes que la del Homo sapiens, pero sorprendería que hayan alcanzado un nivel tecnológico netamente superior por tratarse de una proeza que supondría la adquisición de la capacidad para autodestruirse. Pues bien: ¿es concebible una especie que no sólo esté en condiciones de dotarse de armas mortales sino que también tenga la sabiduría para no usarlas? Además de inteligencia, el progreso científico requiere la voluntad de imponerse a las cosas, es decir, cierta dosis de agresividad. No es casual que los grandes avances hayan sido obra de los pueblos más competitivos. Por eso, es lógico suponer que cuando una especie se entera de "los secretos del átomo" firma su propia sentencia de muerte: el conocimiento y la agresividad que le posibilita constituyen una combinación que es intrínsecamente fatal.

Ya son siete las potencias nucleares confesas, sin contar Israel. Es probable que pronto haya diez y entonces veinte o treinta. En tal caso el apocalipsis sería inevitable. La especie que en los años últimos ha producido líderes como Hitler, Stalin y Pol Pot, a los cuales la muerte de millones de personas les pareció anecdótica, no tendrá dificultad de encontrar muchos otros igualmente malignos. ¿Vacilarían un solo instante en ordenar la destrucción masiva? Lo único que los haría titubear sería la conciencia de que tal vez no quedaría nadie --con la excepción de su dios particular-- para celebrar la majestuosidad de su despedida. Por fortuna, tales personajes suelen ser vanidosos, pero el deseo de hasta los lunáticos de ser recordados por alguien no garantiza nada.

¿Existe una forma de por lo menos demorar el desenlace previsible de la "proliferación" nuclear? Quizá ninguna salvo la supuesta por el desarme forzoso de los rechazados por el club conformado por las cinco potencias "legítimas" seguido muy pronto por la desnuclearización voluntaria de las propias privilegiadas. De haber sido Irak o Corea del Norte el primer intruso, la fase inicial de tal reacción ya estaría en marcha, pero como quiera que una invasión convencional de Pakistán e India sería horriblemente costosa esta alternativa ha sido descartada. Otra opción --acaso la última que nos resta-- consiste en la esperanza de que una guerra atómica entre los dos advenedizos provocaría una catástrofe lo bastante aterradora como para convencer a los más poderosos de que realmente valdría la pena hacer lo necesario para postergar algunas generaciones el gran estallido final.

 


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