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VENCIO 2-1 A ESCOCIA EN EL PARTIDO INAUGURAL PERO...
BRASIL PIERDE HASTA CUANDO GANA EN PARÍS

El equipo de Zagallo no produjo lo suficiente como para calmar la ansiedad que su promesa de fútbol había despertado. Sin goles de Ronaldo y una ayuda escocesa, el campeón quedó en deuda.


Cesar Sampaio anticipa a Collins, Burley y al arquero Leighton.
A los reyes del cabezaso los dumieron en el area chica.

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Por Juan Sasturain, desde París

t.gif (67 bytes) Para hablar del partido hay que hablar del contexto, la construcción pormenorizada del espectáculo. Porque hubo continuidad de tiempos --lo que pasó antes fue parecido a lo que pasó durante y después-- y hubo continuidad de espacios --lo que pasaba afuera no era demasiado distinto de lo que pasó adentro de la cancha--. Así, antes de empezar lo silbaron a Havelange y Chirac se cuidó de hablar mucho: dio el corto puntapié verbal y escondió la voz. Los hombres del poder la hicieron sabiamente breve después de tanta ceremonia previa y fiesta previa y eliminatoria previa: eran conscientes de que el Mundial parecía ser que era algo que alguna vez iba a empezar y que no empezaba nunca.

Enseguida La Marsellesa sonó convincente, el himno brasileño sonó con más voces y el escocés fue casi una canción de las que hacen hamacar los brazos extendidos hacia arriba en los recitales: nada de puños al aire ni "el que no salta", aunque los queribles muchachos de la pollerita plisada fueron los que desde un ángulo del Stade más barullo pusieron de fondo a la ceremonia.

Ese era el clima inicial, y la pareja de bastoneros que se alternó a dos voces para aleccionar e informar a la multitud puso el énfasis en la preservación de la armonía dentro y fuera de la cancha. Calma, por sobre todo. Seguridad sin ostentación de aseguradores: no había un solo policía uniformado dentro de una cancha sin alambrado olímpico, con sólo una valla baja separando a la gente del campo de juego. Y las diez docenas de mirones (que para eso estaban, vestidos de rojo cada uno en su banquito de cara a la tribuna) sólo miraban. Fueron los únicos que no vieron el partido. Y eran ochenta mil. Sin tensión.

Y algo de eso hubo: un partido sin presión exterior hacia adentro y sin electricidad de adentro hacia afuera. Un ejemplo: en determinado momento del segundo tiempo, con el marcador empatado, era tal la calma en ese estadio repleto que se escuchó claramente un grito de advertencia de Leonardo a su defensa, como si fuera en partido de tribunas semivacías. Semivacío o, mejor: semilleno. Ese fue el efecto que dejó Brasil. Algo puede estar semilleno porque no produce lo suficiente para llenar o porque por algún lado pierde. Y a este Brasil le pasa un poco de las dos cosas. Arrancó con todo (incluso con un gol tempranero y de hombro) y, parado en campo escocés, pudo definir ahí, en la primera mitad del primer tiempo, porque a pesar de la mala tarde de Giovanni --no le salió una-- y de la imprecisión e inestabilidad de Bebeto --que intentó siempre, igual-- la claridad de Rivaldo, el mejor de la cancha por entonces, y la electricidad de Ronaldo alcanzaban. La buena pegada de Dunga para cambiar de frente y alternar cortas y largas contrastaba con la opacidad de sus dos laderos; los laterales quisieron subir (hubo un gran remate de Roberto Carlos) pero los azules trepaban bien por los costados y no era cuestión de regalar la espalda con Junior Baiano y Aldair de hombros distraídos. Ahí estuvo la cuestión tal vez, y no es nueva: los dos grandotes centrales, lujosos a veces, elegantes y dúctiles para salir jugando, no ofrecen (nunca ofrecieron) garantías.

Así, con tres en el fondo más cinco en el medio, que a veces se convertían en dos líneas de cuatro, los prolijos escoceses dividieron la pelota. Cuando tuvieron un poco de paciencia para circular antes de tirar el pelotazo con tiempo y distancia para los de arriba empezaran los

problemas brasileños. El durísimo Durie, que puso (se tendría que haber ido) y obligó siempre y el goleador Gallacher los supieron apurar con muy pocas ideas. Y el partido se emparejó sin ser dos equipos parejos. Y el empate llegó a la manera escocesa y con complicidad brasileña.

Zagallo cambió bien: Leonardo no hizo mucho pero sí más que Giovanni; y Denilson jugó menos de media hora impecable, muy prometedora, al nivel excelente que tuvo en Copa América. Hizo algunas cosas de maravilla. Con eso, la decisión de pararse un poco más adelante, la convicción para jugar y la jerarquía de algunos, más una carambola sobre piso de billar (como apuntó un campañero) alcanzó para el triunfo de Brasil. Sin excesos, sin batucada, con el prolijo saludo de los 22 buenos alumnos de la gran familia FIFA despidiéndose con un "hasta mañana, saludos, suerte" y un beso en el centro de la cancha. Tudo bem. Si hasta parece en serio que se trata de una fiesta.

 

                 PESE A LA AYUDITA DE MENEM
     MARRUECOS NO PUDO GANAR
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t.gif (67 bytes) Noruega y Marruecos completaron la primera jornada del grupo A con un empate en dos goles. El conjunto marroquí no pudo alzarse con la victoria pese a los augurios que Carlos Menem ofrendó hacia el equipo noruego hace dos semanas cuando visitó Oslo en el marco de la gira presidencial, cuando recibió de recuerdo una camiseta con el número nueve y su nombre impreso en la espalda. El encuentro fue realmente complicado para el equipo nórdico ya que la imprecisión de Marruecos logró desacomodarlo. Errores incalculables en defensa y la colaboración imprescindible del arquero Driss Benzerki les facilitaron a los noruegos remontar dos veces un resultado adverso. Eso sí, los goles fueron para coleccionar. El primero, de Moustapha El Hadji --Marruecos--, fue una escapada por la izquierda definiendo de derecha con gran categoría, aunque parezca increíble. El de Noruega llegó de cabeza y en contra; Youssef Chippo encontró un rebote del arquero y marcó la igualdad para los escandinavos. El segundo de Marruecos fue de Said Chiba, con un fortísimo remate de derecha y el empate final lo marcó Eggen, también de cabeza, tras otro pésimo rechazo del arquero marroquí.

 

 2 NORUEGA: Grodas; Berg, Johnsen, Eggen, Bjornebye; Leonhardsen, Mykland, Havard Flo, Rekdal; Tore Flo, Solskjaer. DT. Egil Olsen.
2 MARRUECOS: Benzekri; Saber, El Hadrioui, Rosi, Naybet; Chiba, Tahar, Chippo, Hadji; Bassir, Hadda. DT. Henri Michel.

Estadio: Estadio De la Mosson, Montpellier. Arbitro: Pirom Un-Prassert (Tailandia). Goles: 38m. Hadji (M); 46m. Chippo, en contra (N); 59m. Hadda (M); 61m. Eggen (N). Cambios: 45m. Riseth por Solskjaer (N); 72m. Solbakken por Havard Flo (N); 78m. Amzine por Chippo (M); 87m. El Khattabi por Hadda (M); 91m. Azzouzi por Tahar (M).


CASI POLÍTICAMENTE CORRECTO

Por J.J.P.  desde París

Casi todo fue prolijito, sincronizado y políticamente correcto en el inicio de la Copa del Mundo.
* La ceremonia inaugural empezó y terminó a las horas previstas.
* Cada persona se sentó en el asiento que le correspondía.
* Los jugadores salieron a la cancha juntos, con la bandera de la FIFA y se saludaron uno por uno.
* El partido empezó a las 17.30 y no hubo demoras por gente trepada al alambrado. Es más, no hay alambrado.
* Los caballeros rojos de la seguridad que tenían la obligación de mirar a las tribunas, miraban a las tribunas, salvo alguna ojeadita al terreno de juego de vez en cuando.
* Los ball-boys no gritaron ningún gol y los fotógrafos tampoco.
* Cuando terminó el partido, los veintidós jugadores se juntaron en el círculo central.
Casi todo previsto, ordenadito. Casi ...
En el intervalo no vendían café, para desgracia de todos los periodistas argentinos. A la salida no vendían choripán, ni pizza de cancha, ni había buscas vendiendo paraguas ... con lo que llovía. Y encima nadie previó, al final, el embotellamiento de peatones en dirección norte, en el cruce con peatones en dirección sur por lo que Saint Denis se transformó en Lavalle un sábado a la medianoche. Como bien dijo el poeta, "todo no se puede".

 

AL MUNDIAL SE LLEGA EN SUBTE

Por Juan José Panno   desde París

Al norte, a la altura de Olivos, digamos, el estadio Saint Denis. Al sur, más o menos en Parque Patricios, el centro de prensa. El recorrido es de unas 20.000 leguas de viaje subterráneo o unas treinta y pico de estaciones. No se tarda más de 20 minutos en llegar a buen puerto. Un viaje tranquilo, normalmente. Pero ajetreado si se trata del día en que empieza el Mundial. En todos los vagones hay escoceses y brasileños. Cantan, hacen ruido, bailan. En el vagón que el destino nos ha deparado, se incluye, fuera de programa, un round de boxeo. Un pibe francés, categoría medio pesado, poco pelo y menos pulgas, no se copa ni medio con el brasileño que golpea, haciendo ritmo con la mano, sobre un cartel indicador del vagón. A la distancia le tira la bronca; el brasileño, medio mamao el hombre, no le da bolilla o, peor que eso, hace señas inequívocas con el dedo mayor en alto. Al llegar a la estación siguiente el francés que recuerda a Bouttier sale rápido por una puerta; encara la otra y sin decir agua va, le mete un piñazo al brasileño y lo saca de combate. Para completarla, lo empuja hacia el andén, salta antes de que el tren arranque y se corre hacia el interior. Los compañeros del varón golpeado, ni jota. Francia 1, Brasil 0.

En el viaje de vuelta, huyendo del diluvio, la multitud trepa al metro. En el canto de sardinas empatan brasileños y escoceses, todo es alegre y divertido hasta que un escocés, con vocación de stripper, se baja los pantalones por un instante mientras un par de compañeros deciden que es un buen momento, con el vagón al taco, de fumarse un fasito. En la estación siguiente, se ve que los servicios funcionan rápido, los espera la policía francesa y los baja poco menos que a las trompadas. Cuando el Arca de Noé llega a destino, bajan como cincuenta policías. Todo muy lindo.


EN BUENOS AIRES
TENTACIÓN EN EL MICROCENTRO

Por Adrián De Benedictis

En la zona del microcentro porteño, se podía notar que ayer no era un día más. Por Florida, los hombres --de impecable traje-- llevaban por primera vez un walkman, para escuchar absolutamente todo de lo que sucedía en el Stade de France. Los más privilegiados se paraban frente al primer televisor que podían encontrar entre tantas ofertas. La cita principal era en la esquina de Florida y Corrientes. Un local de ropa deportiva instaló una pantalla gigante en la que se verán los 33 partidos.

Muy cerca de ahí, un anciano se quedó encandilado en el aparato de TV de una agencia de juego, luego de probar suerte con algunos números de la quiniela, mientras el gran momento se acercaba. Exactamente a las 12.15, cuando Brasil y Escocia salieron a la cancha, la emoción entró en su punto máximo. Con la imagen de Ronaldo levantando los brazos saludando al mundo, quedó claro que el Mundial había comenzado. Nadie quería perdérselo. Hasta los empleados de la AFJP Consolidar, en la esquina con Lavalle, solicitaron un televisor especialmente para la ocasión. "El gerente nos autorizó, creo que durante el mes que dure el campeonato nadie se va a perder un solo partido, la verdad es que el trabajo no sé quién lo hará", fue la confesión del encargado de personal.

A los cuatro minutos, Brasil ya ganaba 1-0. "Lo dejaron cabecear solo", protestaron algunos. "Los escoceses siguen borrachos", dijo otro. Algunos "despistados" pasaban a las corridas y, sin dejar de hablar por su celular, preguntaban cómo iba el partido, aunque solamente por compromiso. En la otra esquina de Florida, una casa de electrodomésticos ordenó alrededor de 40 pantallas, de manera que nadie se perdiera ninguna jugada. En uno de los tantos patios de comidas, no se encontraba una sola mesa libre para el almuerzo. Sobre el final del partido, un joven cargaba el televisor que acababa de comprar para poder llegar a la victoria brasileña. La gente ya no caminaba por la peatonal. No era un miércoles más. Todo el nerviosismo con el que suelen andar los ejecutivos descansaba en alguna pantalla televisiva. Hasta el 12 de julio la calle Florida tendrá otra escenografía. El Mundial de Francia es capaz de todo.



 

L'AMOUR FOOT
LOPÉZ, L'EXTRATERRESTRE

Por J. S.   desde París

t.gif (67 bytes) El conductor dice "merde" y clava los frenos un par de metros delante de los desaforados escoceses que celebran antes, por si acaso, desde hace dos días por lo menos. Los muchachos de pollerita no se inmutan y siguen contribuyendo a los gritos al desorden general. A las tres de la mañana, les Champs Elysées y alrededores parecen lo que ha quedado de un simulacro light de las batallas de Mayo '68, treinta años después. En lugar de adoquines dispersos, los bulevares mojados están sembrados de millones de latas de gaseosa abandonadas por la multitud que se acercó a ver la gigantesca función de títeres de la Fête du Foot. Las vallas, hasta poco después de medianoche herméticamente acopladas para canalizar las evoluciones de los miles de figurantes, ahora tienen brechas por las que se filtran los sobrevivientes del festejo a tomar posesión de la calle.

La noticia de la detención de Videla ha llegado al filo de la medianoche a París y ahora el cronista acompaña al corresponsal del diario en la búsqueda del Menem perdido o de cualquiera que dé la cara. Pero no es fácil llegar con las avenidas cortadas al lujoso hotel del Presidente y su comitiva. Porque además hay animales sueltos en el camino. El conductor del taxi vuelve a putear en francés contra el Mundial y la invasión extranjera en general y después de buscar un acceso que resulta una vez más infructuoso los deja cerca pero no tanto:

--Voy a intentar aunque sea despertar a alguien --dice el abnegado corresponsal.

El cronista lo felicita, se despide y opta por irse a dormir. Enseguida comprende que no será fácil. Flagrantes de prejuicio y escarmentados por algunos golpes de botellas en el capot, los taxis huyen de las bandas gaiteras y de cualquier peatón con acento extranjero. Como si fueran fugitivos de un zoológico o de un circo fantástico incendiado y disperso, hombres-árboles, mujeres peces y extraños insectos semimutilados pero veloces sobre sus rollers se resisten a sacarse los disfraces y beben en las esquinas, esperan buses que ya no pasarán.

Cuando el cronista ya se resigna a caminar treinta cuadras sin garantía de encontrar el hotel donde supone que lo había dejado a la mañana, la cabeza de un alienígena --una especie de muñequito Sugus pero plateado y de ojos cual ranuras orientales-- asoma con esfuerzo por la ventanilla trasera de un taxi y le hace gestos, le grita:

--¿Para dónde va? --y la voz no suena metálica ni a doblaje de Star Trek sino absolutamente castiza.

--Al Arco de Triunfo, o por ahí.

--Suba. Lo llevo.

El hombre --la voz es joven-- no se saca la máscara para presentarse:

--Antonio Lopéz... López, bah --dice extendiendo una mano de tres dedos tan plateados como el resto--. Soy gallego pero vivo en Francia hace cinco años. Tengo parientes en Argentina --y le señala la credencial por la que lo ha identificado.

El cronista le agradece la cortesía de llevarlo y se queda un poco cortado.

--¿Qué tal la fiesta? --dice finalmente.

Lopéz o López bambolea la cabeza en gesto de más o menos.

--Oye, y si no me saco esta cosa es porque quiero sorprender a mi chaval en casa. Y si me lo saco no sé si podré ponérmelo de nuevo, sabes... --aclara el extraterrestre.

El cronista sonríe y, cuando va a preguntar algo, es Lopéz el que quiere saber de la Argentina.

--Videla está preso --informa el cronista casi por reflejo.

Y aunque no dice nada, el pulgar plateado del alienígena se yergue hacia arriba, asiente con la cabezota plateada.

Mientras recorren las avenidas mojadas de la madrugada, el cronista siente que podrá contar que la noche de la Fiesta del Fútbol en la Place de la Concorde en París, la noche en que el dictador Videla, veinte años después de su Mundial sangriento volvió a la cárcel, esa noche un extraterrestre lo llevó de vuelta al hotel.

 

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