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EL SUTIL UNIVERSO DE HENRY JAMES, EN UN FILM EMOTIVO

"La heredera", de la realizadora polaca Agnieszka Holland, se las arregla para contar con precisión melancólica la historia de una joven poco agraciada, que se debate entre el amor y el dinero.

Jennifer Jason Leigh concreta una actuación consagratoria en el film.
"No era fea: su aspecto era simple, suave, opaco", la describe James.

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LA HEREDERA 7 puntos
(Washington Square) Gran Bretaña, 1997.
Dirección: Agnieszka Holland.
Guión: Carol Doyle, basado en la novela de Henry James.
Fotografía: Jerzy Zielinski.
Música: Jan A. P. Kaczmarek.
Intérpretes: Jennifer Jason Leigh, Albert Finney, Maggie Smith, Ben Chaplin.
Estreno de hoy en los cines Monumental, Santa Fe, Patio Bullrich, Multiplex Belgrano, Cinemark de Caballito, Puerto Madero y Adrogué, Tren de la Costa San Isidro, Cinemark Showcase de Haedo, Plaza Oeste de Morón, Village Avellaneda y Pilar y Gral. Cinema de Quilmes

Por Luciano Monteagudo

t.gif (67 bytes) "Era una muchacha sana y bien criada, que no poseía ni un solo rastro de la belleza de su madre. No era fea: su aspecto era simple, suave, opaco. Lo más que se había dicho nunca de ella era que tenía un rostro 'agradable', y aunque se trataba de una heredera, nadie había pensado jamás en considerarla una belleza." La sutil contundencia con que Henry James, en unas pocas líneas, define a Catherine Sloper, la protagonista de su novela Washington Square, sirve también para marcar uno de los temas más recurrentes en su obra, el eterno conflicto entre el amor y el dinero. El valor que podía tener Catherine en la sociedad neoyorquina de mediados de siglo pasado no estaba precisamente en su gracia, inteligencia y distinción --atributos que su padre era el primero en reconocer que no tenía-- sino en su condición de heredera. Esta nueva versión cinematográfica del texto de James, que tiene que remontar el estupendo precedente que marcó en 1949 la recordada adaptación dirigida por William Wyler, tiene la suficiente habilidad como para que ese dilema siga siendo el motor moral del relato, para que marque a fuego no solamente el drama de Catherine sino también las desventuras de todos los que la rodean.

Si hay algo que cabe reprocharle al film dirigido por la realizadora polaca Agnieszka Holland es que se proponga ser mucho menos ambiguo que la prosa de James, que se preocupe por hacer explícito --sobre todo en el comienzo de la película, una suerte de prólogo ajeno a la novela-- aquellos rasgos que el texto siempre atempera según el punto de vista adoptado, como la fragilidad de Catherine y la rígida autoridad de su padre, Austin Sloper, ese médico orgulloso de sus propios méritos, que nunca termina de aceptar que su hija no esté entre ellos.

Si esta falta de ambigüedad se hace evidente en la puesta en escena de la realizadora, no puede decirse lo mismo del guión firmado por Carol Doyle que --más allá de ciertas desviaciones del original que podrán irritar a los puristas-- demuestra una agudeza y una puntería en los diálogos que le hacen honor a James, tan trajinado últimamente por el cine, como lo prueban las versiones recientes de Retrato de una dama y Las alas de la paloma, estrenada apenas la semana anterior. Otro mérito de esta Heredera es haber confiado esos cruces de espadas verbales a un elenco ciertamente impecable, que en su binacionalidad logra transmitir algo de esa cultura a dos aguas entre el viejo y el nuevo continente y de la cual fue el cronista por excelencia.

Como la dolida Catherine, Jennifer Jason Leigh es capaz incluso de ser más convincente que Olivia de Havilland, que lucía quizá demasiado ingenua en la versión de Wyler, por la que obtuvo un Oscar a la mejor actriz. En el papel de Morris, su inasible pretendiente, Ben Chaplin puede perder en la comparación con Montgomery Clift, pero le otorga a su personaje una ambición y un pragmatismo muy propios de una lectura contemporánea de la novela. La tía Lavinnia no podía haber quedado en manos mejores que las de Maggie Smith, capaz de darle un tono farsesco a su personaje sin por ello perder de vista su esencial mezquindad y patetismo. Finalmente, last but not least, el magistral Albert Finney hace del severo Austin Sloper un padre de múltiples facetas, un hombre inflexible pero infinitamente herido por la muerte de su esposa, una pérdida que su hija Catherine pagará de todas las maneras posibles. Si medio siglo atrás Ralph Richardson había hecho del mismo personaje un ser astuto y sinuoso, Finney prefiere en cambio dibujar diversas sombras a su alrededor, como para dar a entender que la felicidad que le niega obstinadamente a su hija es la felicidad que él mismo de pronto perdió, en manos de un destino insensato y cruel.

 

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