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Por Fernando D'Addario A Chango Spasiuk el destino se le presentó como un entrevero de flashes encontrados que le cambiaron la vida para siempre. La madrugada del 6 de marzo pasado, la combi que lo traía junto a su banda desde Ayacucho se estrelló contra un camión parado en la ruta. Chango sufrió lesiones leves, pero murieron Gabriel Villalba (uno de los mejores guitarristas de folklore de Argentina) y uno de los asistentes, mientras que Sebastián Villalba (guitarrista hermano de Gabriel) tuvo heridas graves y se está recuperando. Pocos días más tarde, el 28 de marzo, nació Lucía, la hija que le devolvió las ganas de construir. Hoy no tiene grupo, porque, dice, "una banda no es una cosa que se cambie así como así. Yo no podría escuchar a otro músico tocando las cosas de Gabriel. Me burlaría de quien lo intentara. Gabriel era muy grosso. Así que me dedico a tocar solo, y que las cosas vayan surgiendo... El Chango es descendiente de inmigrantes ucranianos que se establecieron a principios de siglo en Apóstoles, Misiones, y ahora trabaja en un disco de recopilación de sus raíces, aunque reconoce en la entrevista con Página/12 que, en el modo de encarar su carrera, hay un antes y un después de ese marzo fatídico y maravilloso por diferentes motivos: "Mi vida cambió radicalmente. Hoy siento que si subo a un escenario y hay mil tipos silbándome me importa un carajo. Me resbalan el marketing, lo que hay que hacer, lo que no hay que hacer. No me importa nada, salvo mi hija. Y en lo musical me llevó también a un replanteo. Ya lo dijo Buda: 'No hay evolución sin sufrimiento'". --Hablando de evolución, ¿cree que se están superando los prejuicios que siempre existieron con respecto del chamamé? --No. El mismo folklore discriminó históricamente al chamamé, sin ver que es una de las músicas con más swing de Argentina. Cuando se habla de la música popular de este país, se menciona siempre a Troilo, el Cuchi Leguizamón, Piazzolla, Atahualpa... y se olvidan de un genio como Ernesto Montiel. Para mí, Montiel está a la altura de Troilo. Y musicalmente está por encima de Yupanqui. Ojo, Atahualpa era un poeta impresionante, un pensador muy lúcido, pero su música no es tan interesante. --Más de uno va a reaccionar indignado con esas declaraciones... --Sí, seguro, pero no me importa. Me molesta mucho que se discriminen algunas formas de expresión artística en beneficio de otras. La base de esta marginación es la ignorancia. Quienes no conocen en profundidad el chamamé, aun dentro del mismo folklore, lo consideran sólo "una música divertida". Y desafío a cualquiera a que intente traducir al piano las armonías de las composiciones de Cocomarola, o de Montiel... --¿No será que la discriminación musical es consecuencia de otra marginación? --Todo nace de ahí. Cómo va a ser bueno ese chamamecero si es un grasa, un "mencho"; ése el concepto peligroso. Ahora, si es un negro estadounidense y está en el festival de Montreux, acá se caen de espaldas de admiración. En otros países no existe esa mentalidad. Si Jimi Hendrix hubiese conocido a Cocomarola, se lo hubiese llevado a Woodstock. --Ahora se dice que el folklore está experimentando una etapa de resurgimiento, y se la compara con el boom de la década del 60. --Me parece una mierda que se siga recordando a los 60 como la "década de oro". Como si no hubiese habido nada antes ni después. A la vuelta de mi casa siempre hubo folklore, en los 70, en los 80 y ahora, pero siempre nos dijeron cuál era el folklore que debía institucionalizarse. Pero aún no soportando ese juicio errado, estoy convencido de que aquella movida era menos reaccionaria que ésta, la del supuesto "folklore joven". --¿Por qué? --Porque si uno no se adecúa a los moldes que impone esa etiqueta, se queda afuera. La fórmula para entrar es muy fácil: se hace lo mismo de siempre y se maquilla un poco. Y, si se tienen propuestas nuevas, mejor quedarse en casa. Nadie quiere escuchar cosas nuevas. Es mejor agruparse con las 700 bandas que hacen "A don Ata". --¿Es el público el que pide eso, o se lo induce a consumir ese tipo de música para inhibir su capacidad para pensar? --No estoy seguro. Pero es evidente que desde algún lugar se estimula que la música sea un distractivo y no un vehículo de expresión. Hay en la música en general --en el folklore también-- una especie de espíritu bailantero. La gente no va a escuchar una propuesta artística, sino que es parte del show. Cuando suena una canción parecería que se grita un gol. Si se siguieran esos parámetros, los recitales de jazz serían una mierda. --Pero la música también es un fenómeno social... --Sí, pero si hace olvidar que lo principal es la cuestión artística, algo anda mal. Puede caer mal esto, pero el arte está arriba del escenario, no abajo. Hoy en el folklore la monada manda una energía tan fuerte que es muy difícil pelear contra eso. No sé, hay que ser Mercedes Sosa o Gardel para adueñarse de la situación. --O Soledad... --Claro, aunque Soledad es la emergente de ese proceso. No se trata de caerle encima a ella. Yo a su edad no podía ni jugar a las bolitas. Pero además hay que tener en cuenta una cosa. El problema del gusto de la gente también está relacionado con lo social. Para haber escuchado a Beethoven, por lo menos debés haber tenido una madre concertista de piano o algo así, y no provenir de cualquier ambiente. No hay igualdad de oportunidades. --Se puede pensar que se queja porque no vende tantos discos... --Quien me escuche y no me conoce, puede ser. Pero hay que separar la paja del trigo. Yo estoy muy conforme con mi carrera. Aunque esté tocando solo y no venda millones, siento que mi música está cada vez más sólida. Y eso no se cambie por dinero, ni por fama. A mí, por lo menos, me pasa eso.
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