Entre las ilustres tumbas que cobija la iglesia florentina de Santa Croce está la de Galileo Galilei. Galileo nació en 1564 y murió en 1642. Fue --en el más profundo sentido de la palabra-- un hombre renacentista. Tanto, que su osadía late en la filosofía cartesiana y aun en los laberintos gnoseológicos kantianos. Galileo representa, para siempre, la figura del hombre de ciencia que se enfrenta al mundo de las sombras del dogmatismo. Es un progresista. Incluso su abjuración esboza su grandeza. Porque la abjuración de Galileo, antes que expresar su cobardía, ha permanecido como el símbolo del poder dogmático, inquisitorial. Como el símbolo de la estupidez humana silenciando a la inteligencia, a la verdad. Nunca sabremos si dijo o no dijo "eppur si muove", pero si la frase ha permanecido con tal fuerza, si con tanta obstinación se le atribuye es porque, de algún modo, la dijo. Galileo, al decir "eppur si muove", está diciendo: "Nadie podrá detener a la verdad. Yo puedo renegar de mis afirmaciones, pero mi acto sólo expresa mi temor ante el poder feroz de la Inquisición, sólo expresa los límites de mi coraje, no expresa la verdad. La verdad existe más allá del poder inquisitorial y de los juramentos que ese poder y su terror han logrado de mí. Señores, eppur si muove". En su obra de 1623, Il Saggiatore, Galileo, cercano aquí a la belleza absoluta de las cosmogonías, postula al Universo como un libro, como un gran libro que contiene en sí toda posible filosofía, un gran libro abierto perennemente ante nuestros ojos y en el que sólo debemos leer con atención para encontrar lo que allí existe: la verdad. De este modo, ¿cómo no habría de mirar obstinadamente hacia las estrellas un hombre que postulaba al Universo como un gran libro poseedor de todas las verdades? ¿Cómo no habría --este mismo hombre-- de descubrir, en 1608, el telescopio? ¿Cómo no habría de hacerle levantar vuelo a la dramaturgia de Bertolt Brecht? Siempre me conmovió el final de la anteúltima escena de la obra de Brecht sobre Galileo. (Con buen criterio, la mayoría de las puestas concluyen con ella la pieza. Existe una decimoquinta escena, pero no añade mucho y diluye la belleza que, como final, propone la anterior.) La escena es así: Galileo --cansado, derrotado, padeciendo aún el dolor moral de su abdicación-- le pregunta a su hija Virginia: "¿Cómo está la noche?", y su hija, sencillamente, responde: "Clara". El gran libro sigue abierto; las estrellas brillan; otros leerán en ellas. Poco importa que Galileo haya cedido ante la Inquisición. La verdad aún existe. La noche está abierta (clara) para que la osadía de develar sus secretos y hacer avanzar la historia del conocimiento humano --que es la historia de la liberación del hombre de las garras del oscurantismo-- todavía sea posible. El interior de Santa Croce --que es, a partir del siglo XV, el mausoleo de los ciudadanos ilustres de Florencia-- alberga tumbas tan prestigiosas como las de Miguel Angel, Ghiberti y Maquiavelo. Aquí está la tumba de Galileo, construida recién en 1737, cuando por fin se accedió a concederle un entierro "cristiano". Es magnífica, deslumbrante, pero lo que más deslumbra es la concepción de la obra. Por decirlo claramente: la imagen que propone de Galileo. Galileo mira hacia lo alto y, en su mano derecha, sostiene ese telescopio que descubrió en 1608 y con el que, en 1610, vio los satélites de Júpiter. Es la imagen de eso que hoy se llama utopía. Es la imagen del hombre revolucionario, del hombre que mira al futuro, del hombre que ha inventado y esgrime el instrumento con el que se mira el futuro, del hombre que se ha revelado contra el orden arcaico, perimido. Del hombre que crea la historia y el porvenir con el poder de su mirada. Resulta arduo no ceder a la tentación de asimilar la imagen de Galileo en su tumba de Santa Croce de Florencia con la imagen del Che, con la imagen de la foto de Alberto Korda, esa en la que Guevara, como Galileo, ha lanzado su mirada hacia el futuro buscando allí el espacio de la liberación de los hombres, del triunfo final de la luz sobre las sombras de la opresión. Al cabo, Galileo y Guevara son hombres de izquierda. Galileo, porque la izquierda se constituyó alrededor de la idea de progreso, tanto del progreso científico como del social y el económico. Y Galileo fue una víctima de las oscuras fuerzas que siempre se oponen a la verdad y a la liberación de los hombres que esa transparencia, la de la verdad, torna posible. Guevara, porque sus ojos miran tan obstinadamente hacia el futuro que, al hacerlo, lo inventan; incluso en momentos tan inciertos de la historia como este, en el que pareciera no existir. Y si Guevara carga una carabina M2, Galileo carga su telescopio, que es su carabina, el arma con que se ha propuesto horadar los muros sombríos de la intolerancia y lanzarse a la infinita lectura de ese libro que tanto ama: el Universo. Florencia, 24 de mayo de 1998 |