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na12fo02.jpg (10139 bytes)Panorama Económico
LA CANCHA INCLINADA
Por Julio Nudler

t.gif (67 bytes) Si el fútbol estuviera regido por el FMI, el Banco Mundial y las grandes multinacionales, la Argentina no sería ninguna potencia del balompié, jamás hubiese ganado dos copas juveniles un mismo día --como ocurrió recientemente al derrotar a Francia e Italia-- ni figuraría entre los favoritos de este Mundial. Y al revés, si las relaciones económicas internacionales se rigieran por las normas del fútbol, que son iguales para todos, el Mercosur quizá superase al Nafta. Con ideas así estuvo jugando últimamente Aldo Ferrer, un economista difícil de clasificar en estos tiempos. Estos son sus razonamientos.

¿Qué falta, ante todo, en las relaciones económicas? Falta igualdad de oportunidades, o sobran asimetrías. Un ejemplo es el proceso de liberalización comercial, que está centrado en las manufacturas de mayor complejidad, mientras subsisten restricciones de acceso a los mercados en los productos de mayor interés para los países subdesarrollados (manufacturas intensivas en mano de obra, productos primarios). Otro ejemplo es la forma en que se resolvió la crisis de la deuda externa. En los países centrales, cuando sobreviene una cesación de pagos, la pérdida la asumen los particulares endeudados, en lugar de estatizarse la deuda, violentando todas las reglas del mercado libre, para cargarle a la sociedad los compromisos privados.

En el fútbol, en cambio, las leyes son parejas: dos amarillas equivalen a una roja, independientemente de qué jugador las reciba, y el off side no diferencia equipos ni países. ¿Esto significa que las asimetrías bastan para explicar la distancia económica entre el Norte y el Sur? No, porque un importante factor de desigualdad, más allá de las asimetrías en las relaciones internacionales, radica en que sólo algunos países muestran la capacidad de cohesionarse, de darse estructuras flexibles, modernas, de abrir oportunidades. La dimensión interna sigue siendo fundamental.

Aun en momentos de extrema conflictualidad y violencia en la Argentina, el fútbol constituyó una especie de micromundo, en el que fue posible establecer una organización política y una conducción técnica permanentes en el tiempo que le permitieron al país sacar a la superficie todo lo que tenía de bueno. Un espacio como el que se dio con la política nuclear, donde se mantuvo una estrategia de desarrollo que convirtió a la Argentina en un país emergente de punta en esta materia.

(En realidad, la Argentina como tal no siempre fue exitosa en el fútbol. Durante el decenio peronista, aunque se daba por descontada la incuestionable supremacía del fútbol nacional, el país se mantenía aislado y no participó en los mundiales de 1950 y 1954. El retorno a la confrontación internacional, en 1958, culminó en un desastre, destruyendo el complejo de superioridad. Durante los veinte años siguientes, el cotejo con las potencias futbolísticas añadió una larga lista de fracasos. La historia cambió en 1978, en el siniestro escenario de aquel momento, pero el giro recién se consolidó tras la caída de la dictadura militar.)

A partir de 1986, los seleccionados nacionales recibieron el apoyo de "políticas activas", como las que proponen algunos economistas: los combinados contaron con los recursos económicos y la cesión de jugadores que necesitaban. Los resultados --a pesar de los inevitables tropiezos-- fueron espectaculares. ¿Hubiese podido ocurrir algo parecido con la economía, a pesar de que el FMI o el GATT (actual OMC) se parecen tan poco a la FIFA? Tal vez. En todo caso, hay que tener en cuenta que el fútbol es uno de los pocos deportes en que la potencia deportiva no está supeditada al poderío económico. Se puede aprender y jugar en cualquier potrero de Buenos Aires, San Pablo o Lagos. La competitividad surge más del ingenio que de la fuerza física, la preparación física o el nivel de vida.

Pero el propio Ferrer aclara que las comparaciones tienen su límite. Más allá de nivelar el campo de juego y de que las reglas sean iguales para todos, en terrenos ajenos al del fútbol prevalecen condiciones de asimetría y desigualdad tales que no sería equitativo aplicarles las mismas reglas a todos. En otros términos: las reglas deberían ser más iguales para los países periféricos que para los centrales.

No obstante, el fútbol puede servir de modelo para la globalización. Fue un país central como Gran Bretaña el que lo impulsó y globalizó a través de sus marinos, sus constructores de ferrocarriles, y fijó las reglas de su práctica. Estas fueron asimiladas en la periferia, pero cada país integró el juego en su propia identidad. Cada pueblo juega a su manera, y así se enriquecen todos. Lo fantástico es este contrapunto entre identidad y globalización que expresa el fútbol. Para Ferrer, la forma de vincularse a la globalización es --como en el fútbol-- participar activamente de ella, pero a partir de la capacidad de movilizar el propio potencial. Es exactamente lo que hizo la Argentina desde la década pasada.

De todas formas, las diferencias entre fútbol y economía no son pocas. La competencia entre empresas es a muerte. Cada una trata de quedarse con todo el mercado, lo que implica la desaparición del oponente. En el fútbol es diferente: se compite para ganar, pero la suerte de cada uno depende de que el otro siga existiendo. El éxito de Boca no consiste en destruir a River, aunque algunos lo crean. Cada uno trata de ser el primero, pero necesita que el conjunto del sistema funcione. ¿Qué tiene que ver eso con la cancha inclinada de la economía mundial?

 

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