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NETANYAHU SE ACERCA A UN ACUERDO
BIBI, UN VIVO BÁRBARO

El premier israelí se mostró favorable a la retirada del 13 por ciento de Cisjordania y en la coalición gobernante hay  vientos de ruptura. Si hay acuerdo, él sería el gran ganador.

Yasser Arafat con el papa Juan Pablo II, ayer en Roma.
Los palestinos aprueban la propuesta norteamericana.

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Por Pablo Rodríguez

t.gif (67 bytes) La bicicleta de las negociaciones israelo-palestinas parecería estar llegando a su fin. Luego de la propuesta del primer ministro de Israel, Benjamin "Bibi" Netanyahu, de hacer un referéndum sobre la retirada del 13 por ciento de Cisjordania, y de la decisión del líder palestino Yasser Arafat de reorganizar su gabinete --removiendo a los más duros--, el ministro de Agricultura y Medio Ambiente israelí, Rafael Eitan, anunció que, dada la fractura que sufrirá el gabinete en caso de que se firme algún acuerdo, habrá que convocar a elecciones anticipadas. Los miembros ultranacionalistas del partido oficialista Likud ya reaccionaron airadamente contra la idea porque en este escenario hipotético ellos serán los derrotados: hoy, el 75 por ciento de los israelíes apoya el acuerdo y Netanyahu llegaría triunfante a los comicios adelantados. De hecho, el premier se reunió ayer con el líder de la oposición laborista, Ehud Barak, y existen rumores de que estarían negociando un gobierno de unidad futuro.

"Prometo que (la retirada del 13 por ciento) será el último arreglo antes de un acuerdo sobre el estatuto final" de los territorios palestinos, dijo ayer Netanyahu en su nuevo oficio de conciliador. Tratando de bajar el tono del anuncio --que significa un compromiso asumido con los palestinos, algo infrecuente para el que hasta ayer era el intransigente-- advirtió que el acuerdo sobre la retirada podría tardar "varias semanas o meses". Arafat, que viajó hoy a Roma para hablar con el papa Juan Pablo II sobre el proceso de paz, también está dando signos de acercamiento como la reestructuración del gabinete de la Autoridad Nacional Palestina; anteriormente, ya había mostrado su "buena voluntad" al ceder en bajar los porcentajes reclamados de retirada y al encarcelar a varios líderes extremistas palestinos.

"El Likud sugiere que todas aquellas personas que se divierten con variadas artimañas e ideas tales como elecciones anticipadas, demoren sus planes hasta el año 2000", dice el comunicado del principal partido oficialista; pero entre esas personas está el mismo Netanyahu. Y el presidente de la coalición en la que se encuentra el Likud, Meir Sheetrit, dijo ayer que "si la extrema derecha amenaza con derrocar al gobierno, aspiraremos a forjar un gobierno de unidad". Es la primera vez que las amenazas de fractura no provienen de los sectores moderados de la coalición gobernante sino de los duros. El cambio de política de Netanyahu, efectivamente, está invirtiendo las flechas en el escenario político israelí que nació con el asesinato del ex premier Yitzhak Rabin, el que firmó la paz con Arafat en los acuerdos de Oslo en 1992.

En nombre de una coalición de fuerzas que más que apoyarlo lo tironeaban de cada brazo, Netanyahu --que en su campaña rechazaba tajantemente el proceso de paz-- debía mostrarse inflexible pero no hasta el punto de provocar la salida de los moderados del gobierno. No sólo no lo consiguió sino que el constante desgaste de su gabinete le entregó un comienzo de año poco feliz: su canciller, David Levy, se marchaba y con él el partido Gesher, lo cual implicaba quedarse con una mayoría parlamentaria de un solo voto y una constelación de funcionarios, como el actual ministro de Defensa, Yitzhak Mordejai, amenazando con renunciar. El premier prefirió, en estas circunstancias, extremar su posición y asegurarse a los ultraortodoxos, con los cuales pudo sobrevivir. En materia de política exterior, durante esos dos años, se negó a entregar lo que su antecesor había firmado y así se ganó la enemistad de Estados Unidos, su tradicional aliado.

Frente a la propuesta norteamericana del 13 por ciento de retirada, Netanyahu construyó la bicicleta de las negociaciones: asistió a cuanta reunión se lo invitara, en Washington, Londres, París o en la misma Jerusalén, anunciando que no iba a negociar nada para luego decir que en las conversaciones había avances que finalmente terminaba negando. Pero ahora que el premier estaría bajándose de ella, toda la secuencia parece invertida: lograría firmar un acuerdo, pero sin ceder el 77 por ciento de lo estipulado, porque según la serie de tres retiradas sucesivas de un 30 por ciento cada una que figura en el documento de Oslo, Israel ya debería haber abandonado el 90 por ciento de Cisjordania y Gaza. Los palestinos, que el año pasado exigían el 30 por ciento y luego bajaron sus pretensiones hasta un 15 por ciento, ahora aceptan la idea estadounidense.

Y, en el plano interno, Netanyahu podría aparecer como el "arquitecto de la paz pero no a cualquier precio" y así romper hacia adelante el equilibrio de fuerzas: quebrando una coalición que no le aseguraba ningún apoyo y robándole las banderas a la oposición hasta el punto de obligarlos a unirse a él. Es decir, si toda esta secuencia no está demasiado errada, que Netanyahu habría realizado una maniobra admirablemente eficaz.

 

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