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UNA OBRA EN GIRA POR LAS BIBLIOTECAS PORTEÑAS
LORCA AL ALCANCE DE LA MANO

Nunca antes representada en la Argentina, "222Amor de Don Perlimplín con Belisa en su jardín" es un simpático "aleluya erótico".

Ingrid Pelicori y Horacio Peña se lucen en una puesta despojada.
La obra puede verse gratis en las bibliotecas y es excelente.

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AMOR DE DON PERLIMPLIN CON BELISA EN SU JARDIN 9 puntos
de Federico García Lorca.
Intérpretes: Ingrid Pelicori y Horacio Peña.
Dirección: Rubén Szuchmacher y Edgardo Rudnitzky.
Lugar: ver recuadro.

Por Cecilia Hopkins

t.gif (67 bytes) Al igual que los ateneos y sociedades de fomento en otros tiempos, las bibliotecas barriales también gozaron décadas atrás de prestigio al funcionar como centros divulgadores de la cultura, convirtiéndose en un sitio privilegiado para la organización de conferencias y representaciones teatrales. La idea de retomar esa vieja tradición parece haber inspirado el flamante proyecto de la Dirección General de Bibliotecas. Cada sábado de junio, una obra de Federico García Lorca nunca estrenada en el país rotará por las salas de cinco bibliotecas públicas, en funciones de carácter libre y gratuito. Se trata de Amor de Don Perlimplín con Belisa en su jardín, subtitulada "aleluya erótico en cuatro cuadros" por su autor. La dirección pertenece a Rubén Szuchmacher y el músico Edgardo Rudnitzky, con la interpretación a cargo de Ingrid Pelicori y Horacio Peña, dos actores que parecen haberse convertido en la pareja-fetiche de Szuchmacher, ya que ésta es la cuarta puesta que protagonizan bajo su dirección (Decadencia, de Steven Berkoff, fue la primera, luego estrenaron Polvo eres, de Harold Pinter y actualmente presentan Martes eróticos en Babilonia).

De pequeño formato, el montaje concreta una versión compacta y entrañable de la obra de Lorca. Estrenado el sábado pasado en la Biblioteca Ricardo Güiraldes, el espectáculo logró tal convocatoria de público que fue necesario agregar para esta misma noche una nueva función. Como si esta propuesta de cámara hubiese estado pensada para contrarrestar las críticas suscitadas a raíz de los megaespectáculos impulsados desde la Secretaría de Cultura del Gobierno de la Ciudad. Ambos vestidos en terciopelo negro, los actores toman asiento frente a una mesa cubierta con una variedad de instrumentos de percusión, de los que se utilizan para ambientar los radioteatros. La sobriedad de la puesta estuvo basada en un calculado plan de simetrías que le dio al conjunto un carácter estético de gran definición. Pelicori y Peña sugieren las distintas situaciones del texto con movimientos mínimos, de singular precisión.

Así como un personaje se hace presente apenas un actor repliega su cuerpo, el cambio de ámbito se adivina según la posición de los taburetes giratorios que usan los intérpretes. A los sencillos recursos empleados se suma el encantador juego de sonidos con que ellos mismos acompañan una declaración de amor o subrayan el ritmo de un cambio de ideas. Otro detalle es capaz de ilustrar el carácter artesanal de la puesta: una servilleta de papel arrugada entre las manos tiene el poder de sugerir el rumor de los encajes de un vestido y, en otro contexto, acompaña con delicadeza el crispado nerviosismo de una escena.

En el contraste entre voz y actitud física, Pelicori asume a la fiel Marcolfa, criada de Don Perlimplín y a la sensual Belisa, que tras un dejo de timidez disimula su ardor natural y hace de las suyas, como otras doncellitas que en la literatura española se han visto obligadas, como ella, a desposarse con hombres maduros. La mesurada expresión de Peña anima al enamorado Perlimplín: con voz profunda y un sabio manejo de las pausas, el actor guía al espectador a través del peligroso juego de seducción que idea su personaje con la intención de fundir el amor y la muerte en un mismo acto, el inesperado desenlace que se cumple entre los cipreses y naranjos del jardín.

 

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