LLEGO CON UN COMBINADO DE RECONQUISTA, GRIFFA LO DESCUBRIO Y ALLI COMENZO LA HISTORIA

De aquel "Gordo" del Parque a este "Señor" europeo

Gabriel Batistuta fue goleador y figura en el primer partido de la Selección Argentina en Francia. En ñuls jugó 24 partidos y convirtió 7 goles. Era conocido por su apetito, que después trasladó a las redes rivales.

Por Rafael A. Bielsa

Ayer, Argentina fue Bati diez y el triunfo. Las banderas argentinas, que algunos automóviles oreaban bajo el nebuloso cielo del mediodía ciudadano, lucían más lacias que desaforadas. Desde que se fue a Europa y combinó la cabellera de miel con el violeta de la Fiorentina, cada vez que uno comenta algo sobre el modo en que jugó "el Gordo" Batistuta las mujeres te miran como a un pobre envidioso, como si decirle "Gordo" a Bati equivaliese a decirle "ñato" a Fidel Pintos, y el tamaño de la nariz fuera lo excluyente en materia de virilidad. La verdad es que si hay que ajustar el vocabulario a lo sucedido, cada vez que hablemos de él habrá que llamarlo "Señor".

El partido prometía, entre otras cosas, porque los japoneses debutaban en un Mundial. El estadio Municipal de Toulouse le daba un cuestionable tono gardeliano a la espera, las cámaras de televisión estaban enfundadas en unos perramus estilo Bogart, y para terminar con cine, los micrófonos se protegían del viento con unas boas color gris como las que adoraba Marléne Dietrich.

Antes de los cinco minutos, nuestros rivales habían tirado ya dos tubos y un taco; a los quince se veía que a Argentina se le pasaba el cuarto de hora. Bati jugaba de espaldas al arco, sin verlo, al tiempo que el diez de Japón, Nanami, metía el tercer caño del partido.

El equipo estaba largo y angosto, con Roa inactivo, Sensini honrado y trabajador, Zanetti inminente, el Piojo parasitario y Simeone flemático como un británico. Me acordé de una frase: no sabía que estaba muerto, creí que era inglés. Nadie se dirigía la palabra como si se hubieran conocido en el vestuario. En un determinado momento, Passarella reclamó más diálogo, pero era como si después de la Campaña del Desierto Roca se hubiese fastidiado por la escasa predisposición ranquel.

Por su lado, los japoneses mostraban un arquero, Kawaguchi, de esos a los que o todo les sale bien o todo les sale mal en el día equivocado; al lateral Narahashi que dejaba atrás a López para enseguida someter a Simeone a la misma descortesía; al "3", Soma, que justo acababa de mecanizar esa mañana lo que tanto le había costado aprender hasta entonces; a Nanami y a Nakata, dos que devolvían las pelotas redondas; y a Nakanishi que marcaba bien a Ortega y terminó ligándose una amarilla, la tarjeta con la que tiene mayor parentesco. A los veintidós, Nakanishi le da la pelota de pecho a Nakata; era mucho.

Batistuta se dijo ahora digo basta, y lo dijo. A los veintinueve capturó un rebote en el diez, que lo siguió para no perder su lugar de espectador privilegiado, y como si se tratase de un video para promoción resolvió sin emocionarse: tiza, punta y adentro. Se abrazó primero con Zanetti, luego se sumó Simeone, con López hicieron montón y con Verón pirámide; así era en el juego, las veces que Verón se encarrilaba.

Habían pasado cuatro años de su último gol en un Mundial y catorce desde que el seleccionado de Reconquista, con él de centrodelantero, jugó por el interprovincial con un combinado rosarino y lo fichó Griffa. Lo marcaba el Coco Rossero, un stopper fenomenal que tenía fama de comerse a los "nueve" y que se lo comió. Griffa habrá visto una escenografía europea: él era Rossero, y Batistuta, digamos, Jordan, aquel escocés volador. En ese partido en el que Bati no sedujo, nació un amor.

Promediando los cuarenta, Simeone se nacionalizó argentino y metió un centro con cabeza levantada. Bati desvió la pelota, que pegó en el palo, y el Piojo no pudo concretar. La televisión mostró a Okada, el técnico japonés, con su mentón imperial y la boca haciendo pucheros, no se sabe si fisonómica o circunstancialmente, En la repetición, se advierte una síntesis del goleador de nuestro equipo: después de que la pelota da en el palo, concentrado como Hawkins frente a un agujero negro, sigue la jugada buscando la mejor ubicación, intenta la telequinesis como último recurso antes de que el esférico sea capturado por Kawaguchi, y recién más tarde se concede un gesto de contrariedad. Los años de Europa transforman la fuerza que sujetó Rossero en potencia, los kilos en aceleración ferroviaria, las ganas en impiedad. Es así como en sesenta y tres partidos internacionales con la celeste y blanca les fajó a los rivales cuarenta y cuatro corteses puñaladas.

Antes que comenzase el segundo tiempo, mostraron una bandera que decía: Ché dame un pase; pedía Gardel y Guevara consentía. En un cielo de Rubens, el sol salía cuando entró Argentina.

A los cuatro minutos, el "19" Nakanishi le hizo un penal a Simeone que el holandés Van der Ende, con más kilos que el Roña Castro, no vio o prefirió ignorar. Antes de los veinte salió Sensini por sandwich en un dedo y fue reemplazado por Chamot; ese puesto, Passarella lo tiene asignado territorialmente a Rosario. A los 32 años y 17 minutos del segundo tiempo, Balbo entró por López. A los veintidós, el técnico nipón repone a un Lópes, brasileño nacionalizado japonés. Más tarde tirará una oportunidad a la marchanta, como si fuera un japonés nacionalizado brasileño. Pasados los treinta, Bati arrima de nuevo con personalidad y furor.

Esos rasgos de carácter los tuvo desde chico, cuando practicaba en Bella Vista. Marcelo iba a los entrenamientos en un Citr�en color terracota, y en el semáforo de Godoy y Avellaneda se cruzaba siempre con unos pibes que le vendían alfajores Fantoche. No había terminado de bajar del auto, cuando ya lo tenía al Bati pegado al vidrio del acompañante y mirando hacia el asiento vacío, avaricioso como un canguro en su hábitat natural listo para manotear algo sin remordimientos. Por lo que respecta al arco, los años han transformado aquella vieja gula en ferocidad vigente.

A los cuarenta y siete del segundo tiempo, de Verón a Balbo, y arquero; a los cuarenta y ocho, Zanetti, sol, Ortega, cielo; a los cuarenta y nueve, el arquero japonés quiere ir a cabecear, lo mandan al rincón, y obedece escolarmente. Buscapié de Hirano, uno que es parecido a otro japonés, y final.

Ayer, fuimos el Señor Bati, diez más y el triunfo. Esperemos que no se le ocurra volver a ser "el Gordo" y que Argentina, un equipo de señores, llegue a la final.