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ZONCERAS ARGENTINAS, UNA EXPORTACIÓN TRADICIONAL

 

Por Juan José Panno
Desde Avignon

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t.gif (67 bytes)  "Ar-gen-tina... Ar-gen-tina", grita uno desde una de los extremos del Puente de Avignon para que lo escuchen sus amigos desde la otra punta, a casi cincuenta metros, cuando descubre a la parejita de japoneses que hacen lo previsible: sacarse una foto. Indiferentes, los nipones no escuchan o hacen que no escuchan y siguen en lo suyo: ahora posa él. Clic, clic y mientras tanto, no hablan, susurran. Sobre el puente de Avignon, todos gritan, todos gritan... todos gritan en español.

--Che, Cholo, hay que mear desde acá arriba del puente porque si vas al baño de abajo te cobran dos francos, te cobran.

--Dos francos para mear, ¿pero qué se creen estos turros? Está bien que el puente es del tiempo de María Castaña, pero eso no les da derecho.

Pasa una manada de alemanes, un guía francés explica en voz normal a un grupo reducido de estudiantes:

--La leyenda narra que el joven pastor Benezet, inspirado en una visión milagrosa, dio origen a la construcción del puente. Para justificar su misión, traslada una piedra enorme y la instala en el lugar donde el puente...

--¿Vos garpaste para entrar? --grita otro querido compatriota.

--Claro, quince francos --responde la mujer.

--¡Qué boluda!, quince francos son tres, seis, tres por cinco... casi tres dólares. ¿Por qué no te colaste coomo hice yo? --la regaña en el mismo momento en que un portero le reclama el ticket que corresponde y los estudiantes franceses agachan la cabeza con vergüenza sin dejar de escuchar a su guía:

--...la canción, de autor anónimo, decía en su origen "bajo el puente de Avignon", y no "sobre el puente de Avignon, todos danzan, todos danzan".

--Excusi, une foté, con muá --propone un muchacho con camiseta de Francia a una rubiecita del grupo que sonríe sin entender ni medio.

--Estas francesas son unas amargas --dice el amigo del de la camiseta azul que venía recorriendo el mismo itinerario que los enviados de Página/12: Toulouse, Carcassone (con foto incluida en el castillo de las etiquetas del vino), veloz carrera en la autorruta para llegar a tiempo

a Lyon para ver el partido de Colombia y Rumania.

Al pie del puente, en una construcción del siglo XII, debajo de un árbol ("no te hace acordar al patio de Doña Paula Albarracín, hermano"), tomando un vasito de beaujolais, más queridos compatriotas. Gritan de fútbol, discuten, uno vocifera que el equipo jugó fenómeno, otro que fue un desastre, un tercero pide cambios urgentes para el partido contra Jamaica y un cuarto se pelea con el mozo porque no lo atiende todo lo rápido que él espera.

Un rato después hablarán de plata, de lo caro que está todo, criticarán a los franceses que no ponen buena voluntad para entenderlos cuando hablan, sacarán apresuradas y muy poco científicas conclusiones de todo, se admirarán en la ruta porque los tipos no dejan ni un centímetro sin sembrar, reflexionarán que como la carne argentina no hay, dirán que en la autorruta te pasan como si estuvieras parado y tarde o temprano, en algún momento, volverán al fútbol.

En Carcassone o en Avignon, en la ruta o el avión, andan por el Mundial dejando los mojones de lo que Jauretche llamó magistralmente zonceras.

--"Vamos, vamos Argentina...".

 

PASIONES

Por J. S.
Desde Toulouse

En la mañana del lunes, el cronista y sus compañeros se despedían con pena de La Garonne y su alrededores. Toulouse había dejado de ser una sede ocasional para convertirse en lugar a secas. La ciudad --cumplido su papel ocasional de escenario de un episodio la Copa del Mundo-- estaba literalmente ocupada en sus labores. Recuperado el ritmo del trabajo, barridos los excesos que hasta la madrugada habían saturado de cerveza y fervores tangueros la plaza del Le Capitole con el grupo de Mosalini, como testimonio de que allí había habido pasión y drama, los últimos japoneses deambulaban por las callejuelas de la zona vieja y hermosa de Toulouse como si hubieran perdido algo además del partido. La fotografía a múltiples columnas de Batistuta con esa boca abierta para tragarse todo el aire y gritarse todo el gol los perseguía desde todas las portadas de diario y desde cada kiosco.

El cronista acepta, porque le gusta la idea, que había un japonés, hasta esa madrugada que, según las malas lenguas criollas, se la bancaba aún en la tribuna con su banderita y se obstinaba en repetir las consignas que le había inculcado un programado bastonero: como a los resistentes de los últimos atolones del Pacífico en el tiempo suplementario de la Segunda Guerra Mundial, se dice que tuvieron que desalojarlo con el cuidado con que se operan dos hermanos gemelos: el ponja y la pasión. Y sobrevivió.

La pasión es el tema entre croissants finales. Hay quien, en el grupo, a partir de la humillante comprobación de que la legión argentina fue derrotada en número y calidad por los programados orientales en el combate por la supremacía sonora en el aire del estadio, establece una pauta de evaluación basada en valores constantes y relativos: las invariables serían el número (veinte mil es más que siete mil) y la pasión comprobada (la disposición categórica a saltar y gritar como síntomas inequívocos); las variables, las condiciones objetivas que sería necesario superar para poder acceder a la posición de hincha en acción: el dinero a invertir, la distancia a sortear, otros obstáculos. La conclusión general es que los japoneses --a paridad de los valores invariables: cantidad de hinchas, el mismo fervor-- estaban en condiciones más ventajosas para afrontar las distintas variables. Y que allí sacaron la cabeza y la voz.



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