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El presidente yugoslavo Slobodan Milosevic volvió de Moscú con un "sí a todo", o casi. Porque no retirará las tropas federales de Kosovo. La satisfacción de la Casa Blanca fue moderada, pero el presidente norteamericano Bill Clinton felicitó a su colega ruso Boris Yeltsin por el éxito en la cumbre bilateral con Milosevic. Aunque fue tratado como un aliado y no como un enemigo, la presión no fue menor para que cediera en el conflicto de Kosovo y aceptara las exigencias del Grupo de Contacto sobre la ex Yugoslavia. Las operaciones lanzadas en Kosovo por las fuerzas especiales de policía serbias apoyadas por artillería del Ejército federal causaron desde marzo más de 300 muertos, 50.000 personas desplazadas y al menos 20.000 refugiados en Albania y Macedonia. Los albaneses étnicos de Kosovo fueron los primeros en dudar de la sinceridad del líder nacional socialista yugoslavo, y el coordinador del grupo de negociación kosovar Fehmi Agani dijo que el acuerdo "no valía nada". En una declaración conjunta firmada con Yeltsin, el presidente yugoslavo Milosevic se comprometió a solucionar los problemas actuales de Kosovo por medios políticos, a no realizar ninguna acción represiva contra la población civil, a garantizar la libertad de movimiento en el territorio kosovar, a permitir el ingreso de diplomáticos y de ayuda humanitaria, a reducir la presencia de las fuerzas de seguridad "en la medida que retroceda la actividad terrorista". Sin embargo, pese a su aceptación de los principales pedidos occidentales --pero sólo cuando se lo pidió el Kremlin--, Milosevic declaró en una conferencia de prensa que "no hay ninguna razón para que el Ejército yugoslavo" se retire de Kosovo. Yeltsin, como en la última crisis entre la ONU y el líder iraquí Saddam Hussein, defendió una alineación independiente de la política exterior. Y, como entonces, dirigió todos sus esfuerzos a evitar un ataque internacional, en este caso contra objetivos militares serbios. Sin llegar tan lejos como para defender la actitud de Belgrado, rechazó las sanciones económicas y los bombardeos masivos hasta agotarse los medios pacíficos. Además, el presidente ruso sostiene que Kosovo es una parte inalienable de Yugoslavia, insiste en que hay que evitar el paso de terroristas desde Albania y Macedonia, y asegura que una acción militar sólo sería posible si se decidiese en el Consejo de Seguridad de la ONU --donde Rusia tiene derecho de veto--. El secretario de Defensa norteamericano, William Cohen, daba ayer desde Varsovia la pauta de las expectativas de la administración del presidente Bill Clinton sobre el encuentro de Yeltsin con el líder nacional-socialista serbio. "Confiamos, declaró, en que el presidente ruso hará ver a Milosevic que se está quedando aislado en el mundo y que el mensaje será fuerte e inequívoco". Rusia intenta dar la impresión de que no se puede hablar de buenos y malos, y las fuerzas de inteligencia rusa mencionaban a "fuerzas extremistas musulmanas" que apoyarían la rebelión de los albano-kosovares. La música de fondo del encuentro fue la de las operaciones aéreas que la OTAN realizó el lunes con 84 aviones de 13 países. La posición de la Alianza contrasta con la de Rusia, aliada tradicional de Serbia y promotora del paneslavismo, y la única potencia que insistió en sostener que la vía política no estaba agotada. Después de todo, la paneslava Rusia, aliada tradicional de la cristiana Serbia, era la única que le podía ofrecer a Milosevic una derrota honorable disfrazada de victoria. El presidente norteamericano Bill Clinton felicitó ayer por teléfono a su par ruso por los éxitos de persuasión sobre el colega yugoslavo, mientras que la secretaria de Estado norteamericana, Madelaine Albright, consideró ayer "insuficiente" el documento conjunto donde se expresan las buenas intenciones serbias. "Lo que está pasando es inaceptable y continúan las matanzas de civiles y la destrucción de pueblos. Esperamos que el diálogo (entre serbios y kosovares) sea algo más que conversaciones sobre conversaciones y que incluya acciones sustantivas", agregó. La buena disposición y hasta la sinceridad del presidente Milosevic fue puesta en duda ayer por representantes de los kosovares. En declaraciones a la emisora B 92, el coordinador del grupo de negociaciones albano- kosovar Fehmi Agani consideró lisa y llanamente que "el documento no significa nada". En el mismo sentido se expresó Adem Demaci, jefe del partido de Kosovo en el Parlamento, quien acusó a Milosevic de haber firmado el documento sólo "para ganar tiempo".
UN EDITORIAL DE "THE GUARDIAN" THE GUARDIAN DE GRAN BRETAÑA Slobodan Milosevic está esquivando el bulto otra vez, como tan a menudo lo hizo durante la crisis bosnia. Su declaración conjunta de ayer con el presidente Yeltsin no aportó sorpresas: nadie esperaba que cediera a las cuatro demandas del Grupo de Contacto. Pero el barniz favorable que los rusos le dieron a la declaración no debe llamar a engaño. Milosevic sólo ha cedido en las demandas más fáciles: ésta va a ser una tarea muy larga. Valía la pena asegurarse un compromiso para abstenerse de "acciones represivas contra civiles", aunque más no fuera por su valor en papel: si se viola este compromiso, al menos legitimará futuras medidas contra Serbia. Lo mismo vale para la garantía de libertad de movimientos para diplomáticos y organizaciones internacionales. Esto debe ser puesto a prueba por medio de una gran expansión de la Misión de Control de la Comunidad Europea. El compromiso de permitir el retorno de refugiados y de aportar ayuda estatal para reconstruir sus "casas destruidas" (una frase que concede que fueron destruidas por fuerzas serbias) también implica un test para Belgrado. Pero el acuerdo para resolver los problemas de Kosovo de manera política es una ilusión, como también lo es la disposición a proseguir negociaciones con los albaneses de Kosovo, pero sin aceptar el progreso rápido exigido por el Grupo de Contacto. Milosevic ha mantenido su intransigencia en el asunto más crucial: una retirada completa de sus fuerzas de seguridad. Uno puede ver que, con el Ejército de Liberación de Kosovo en el lugar, esto es algo extremadamente duro de aceptar para Belgrado. Si se implementara en pleno, equivaldría a entregar Kosovo incondicionalmente a su mayoría albanesa. Esa puede ser una solución justa: los serbios sólo pueden culparse a sí mismos por haberse alienado a la totalidad de la población albanesa. Pero es poco realista esperar que ocurra. Tampoco una intervención aliada podría lograr ese objetivo, a no ser que se planteara una guerra total, incluso si esto concitara un apoyo general. Además de la oposición de Rusia, el secretario de Defensa norteamericano estaba desalentando ayer cualquier esperanza en esta perspectiva. Para Belgrado, este paquete podría volverse más aceptable si se le agregan garantías para la minoría serbia de la provincia y un compromiso para limitar al ELK. Pero esto aún depende de que pueda resolverse el principal problema diplomático: cómo persuadir a Milosevic que el retiro es ahora la única salida sensata.
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