El obligado
cambio de escenografía potenció lo que para muchos significaba una presencia ilusoria,
casi una irrealidad inmersa en la vorágine despersonalizada de Buenos Aires. En el teatro
Gran Rivadavia (baluarte cultural del barrio de Floresta) butacas de otros tiempos, la
consola de sonido y una puesta de luces austera se desvanecían frente a la fantasía de
un piso de tierra, la ronda del mate amargo y un fogón eterno, catalizador de soledades y
nostalgias. El personaje que llevaba la carga de ese extraño sortilegio se llama José
Larralde, y su público intuye en él dotes de gurú criollo que entabla cotidianamente
luchas perdidas de antemano. En sus recitales propone un culto a la espontaneidad: hace
reír, emociona, se enoja (Si quieren a alguien que cante todo de corrido, pongan un
LP y una foto atrás) y en sus monólogos rescata personajes camperos que de tan
reales parecen inventados. Muchas de las cosas que canto ya no me suceden más, pero
las he vivido. Hoy puedo darle de comer a mi familia, pero pasé hambre durante muchos
años, así que bien puedo entender a un jubilado que en su vida hizo mucho más que yo y
no tiene para comer, dirá luego en entrevista con Página/12 este hombre de voz
grave, nacido en el pueblo de Huanguelén y actualmente habitante del conurbano
bonaerense, descendiente de vascos y árabes, ex tractorista, albañil, mecánico,
canchero y soldador, desde siempre decidor de verdades. El mismo que en su momento votó a
Alfonsín, y luego a Estévez Boero, que hoy despotrica contra Menem (jamás fue
peronista, vive mintiéndole a la gente, pero quiero que se quede hasta que termine su
mandato) y contra la Alianza (me dejaron sin opciones, ya no tengo ni
radicalismo ni socialismo, sino un híbrido que demuestra su tremenda debilidad al
juntarse sólo para ganarle a Menem), se niega a asumir su rol de último renegado,
que lo viene persiguiendo desde los tiempos en que recorría los boliches de Mataderos y
del Abasto, donde cambiaba milongas por comida.
Hay quienes lo acusan de ser un resentido...
El que dice que soy un resentido nunca pasó hambre. Y, además, no me conoce. Lo
que menos tengo yo es resentimiento. He sufrido amarguras, muchas, pero también tengo
mujer, hijos, amigos. Dios me dio mucho más de lo que merezco.
En sus recitales se ven remeras de Hermética y camperas de cuero, algo extraño
para un folklorista.
Primero tengo que aclararle que no soy un folklorista, ni siquiera me considero un
músico o un poeta, sino más bien un escribidor que se acompaña de una guitarra. Pero
sí, se agregó en los últimos tiempos un público joven. Gritan cosas raras, como
aguante José. A mí me ponen contento. Creo que tiene que ver con que Ricardo
Iorio (ex Hermética, actualmente líder de Almafuerte) me hizo mucha propaganda buena y
los chicos vienen a ver qué pasa con este viejo.
¿Hay puntos de contacto entre los mensajes que tiran Iorio y usted?
Puede ser. A los dos nos vienen a ver chicos que no tienen laburo, que la pasan
realmente mal, pero no sé qué es lo que me ven. Quizás intuyan una conducta, no sé,
pero yo no entiendo mucho la música de ellos. Tengo dos sobrinos que armaron una banda de
rock pesado, Sauron. Les gusta mi música. Yo a lo mejor no entiendo la de ellos, pero
tampoco entiendo a Edith Piaf y sin embargo la respeto. De estos grupos, como Hermética,
rescato el sentimiento, y esa polenta que tienen...
Y su público tradicional ¿cómo reacciona con los nuevos fans?
Muy bien. Bueno, una vez unos chicos habían colgado antes de un recital uno de esos
pasacalles con la imagen del Che Guevara. Y una señora mayor se puso furiosa y no quería
dejar que el show comenzara hasta que sacaran ese estandarte. No sé, quizás ella no
querría que a través de ese símbolo me tildaran de comunista... pero a mí no me
molestaba. Me han dicho tantas cosas... Y al Che ni siquiera lo veo como comunista, sino
más bien como un lírico, un libertario.
Desde Buenos Aires también se ve con cierto prejuicio esa exaltación de
nacionalismo que evidencia buena parte del folklore argentino.
Contesto citando un ejemplo: yo podría haberme salvado del servicio militar por un
problema que tenía en el pie. Pero me callé la boca e hice la colimba. Y me fui de
voluntario al sur. Quizá no se entienda en Buenos Aires ese espíritu nacionalista, pero
en el campo, para nosotros, llevar puesta una escarapela era un orgullo. La culpa de ese
prejuicio la tuvieron en este país los militares, porque lo peor que hicieron, además
del tema de los muertos y los desaparecidos, fue hacerle creer a la gente que la patria
era de ellos. Se asumieron como la reserva moral de la patria, y se la apropiaron. Ellos
lograron que nadie que no fuera milico pudiese después llevar una escarapela con orgullo.
¿Y a usted particularmente cómo lo trataron los militares?
Mal, como a tantos otros. Estuve prohibido, igual que Cafrune (quien lo descubrió,
y lo llevó a Cosquín hace 31 años), la Negra Sosa y muchos artistas que no hacíamos
más que cantar lo que pasaba a nuestro alrededor. Reconozco que con el tiempo lograron
que me sintiera importante. Pensar que un gobierno militar que se atrevió a desafiar a la
OTAN le tenía miedo a un cantor. Evidentemente, para algunos la palabra es más peligrosa
que las armas. Y los militares no sabían cómo catalogarme. Para algunos era un argentino
de pura cepa. Para otros un comunista, para otros, anarquista...
¿Y usted qué era?
Yo ni sabía lo que quería decir la palabra comunismo. A mi pueblo llegaba un solo
diario, y una semana tarde. Y lo íbamos pasando de casa en casa, porque no teníamos
plata para comprarlo. Me crié laburando, no tenía tiempo para enterarme de qué se
trataba el comunismo. Sí me acuerdo que había un solo socialista en el pueblo, y la
gente lo hacía a un lado. Y claro, era ateo el hombre... imaginate. Pero en la época de
mayor efervescencia política, en los 60 y 70, la lucha ideológica estaba dada por los
militares por un lado y los intelectuales que querían hacer la revolución por el otro.
La gente común no entendía un pito. Nosotros leíamos el Santos Vega, a Güiraldes...
Pero tal vez una milonga suya tenía para su gente mucho mayor contenido político y
filosófico que un libro de Marx...
De lo único que estoy seguro es de que a lo largo de toda mi vida siempre canté lo
que viví. Pero nunca me puse a pensar de qué ma
El regreso de Charly
El
indestructible Charly García reanudará mañana la serie de shows de presentación de sus
temas nuevos, que se interrumpió abruptamente hace tres semanas, cuando sufrió una
descarga eléctrica sobre el escenario. Charly adelantaba los temas de su nuevo CD, El
aguante cuando, al tocar un micrófono, recibió una descarga eléctrica que le provocó
un desmayo. El artista fue atendido en la guardia de un hospital luego de ser retirado
inconsciente del lugar, en Bartolomé Mitre al 1500, entre escenas de pánico Sus músicos
contaron luego que no sabían qué había ocurrido exactamente, pues sólo lo vieron
desplomarse y quedar exánime. Fue dado de alta a las 5. Luego se trasladó a su casa,
reposó , y se repuso.
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Un final muy poco poético
El poeta nicaragüense Carlos Martínez Rivas, catalogado por los críticos como el
sucesor de Rubén Darío, falleció a los 75 años, en un hospital de Managua tras una
prolongada enfermedad. Al lamentar la muerte del poeta, el presidente Arnoldo Alemán
anunció que el gobierno decretará tres días de duelo nacional para honrar su memoria.
Sin embargo, Martínez Rivas dejó más de 2000 poemas inéditos que no vieron la luz
debido a la falta de apoyo oficial a su obra y a la soledad y el aislamiento en que
subsistía, en una deteriorada vivienda de Managua y acompañado solamente por dos gatos.
Martínez Rivas había sido internado de emergencia en el hospital Bautista de esta
capital hace más de un mes, a causa de problemas hepáticos que se complicaron a raíz de
una desnutrición crónica. Viajero empedernido en su juventud, admirador de Rimbaud y
Baudelaire, Martínez Rivas destelló con su primer poema, El paraíso
recobrado, a los 18 años. En 1953 publicó La insurrección solitaria, considerada
su obra maestra. La reedición de esa obra en México se enriqueció con Varia, un
conjunto de 26 poemas escritos entre 1953 y 1993 y publicados en revistas y periódicos.
El poeta, que era la mayor gloria literaria viviente de Nicaragua, sufrió una severa
crisis en 1996, cuando fue operado de cálculos renales y prostatitis crónica. Semanas
después recayó debido a su adicción al alcohol. La crisis se repitió el año pasado,
agravada por una desnutrición aguda que lo dejó postrado en silla de ruedas. Sus amigos
contaban ayer que subsistía con una pensión mensual de 100 dólares. |
Las culpas del rock
¿Usted comparte la opinión de muchos folkloristas que
defenestran al rock por extranjerizante?
Mirá, si por el rock Argentina se extranjeriza, entonces las cosas andan muy mal.
Significaría que este país no tiene ningún tipo de raíces culturales. Con ese
criterio, me hubiese perdido a Bach, a Joan Baez. Me hubiese negado a que me inyecten
penicilina porque la inventó un inglés. Es ridículo. Hay una tendencia extranjerizante
en el país, pero por cuestiones mucho más graves que la infiltración del
rock. Además, me gustan algunas cosas del rock. Elvis Presley, por ejemplo, que es el
Gardel del rock.
Nombró a Gardel. ¿Tantos años en Buenos Aires le hicieron valorar el tango?
Es una de mis músicas preferidas. El hombre es un tango caminando. No te puede
pasar nada en la vida que no esté escrito en un tango. |
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