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EL GAUCHO

Por Osvaldo Bayer

 

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T.gif (67 bytes) Todos aparecen en pantalla, son noticia. El jefe de los desaparecedores, a través de sus hijos, pide clemencia para que lo trasladen de su celda VIP de la cárcel de Caseros a su domicilio. El hombre que quitó el sol de la bandera para reemplazarlo por una picana eléctrica pide que le tengan consideración. En vez de permitirle dormir en su cama, habría que hacerle cumplir todos los domingos --en reemplazo de las misas a las cuales él asiste como un manso cordero de Dios-- un programa de visitas guiadas a todos los campos de concentración donde los miles de desaparecidos vivieron sus últimas horas sometidos a las peores humillaciones. El monstruo frío quiere dormir en su cama, pero a las embarazadas les hizo tener sus hijos en el suelo y con las manos atadas. La peor de las mugres humanas: la uniformada violencia contra la maternidad. El sadismo más cobarde registrado en la historia del hombre.

Y después el otro héroe de la "lucha contra la subversión", el almirante Massera. (No hay que quitarle el grado, se lo merece, en esta Armada que prohijó en este siglo como máximo producto de su estirpe y de su temple la Escuela de Mecánica, la ESMA). El almirante que llama homosexuales a sus propios camaradas de capucha y complicidades y después se pone de rodillas pidiendo perdón porque se fue de boca. Ojalá que todos los oficiales de la Marina fuesen homosexuales y no torturadores ni arrojadores de jóvenes vivos al río desde aviones, ni ladrones de niños.

Pero todos esos llorones representantes del más infame de los terrorismos de Estado (hecho desde arriba y con los dineros del pueblo) tienen pantalla televisiva y un Carlos Varela que los presente en sociedad. En cambio, los que ellos hicieron desaparecer son mantenidos en un nebuloso limbo por el complejo de culpabilidad de la sociedad que se calló la boca, o son desterrados en el prólogo del Nunca Más a la calidad del otro demonio. Hoy vamos a contraponer a un desaparecido frente a sus verdugos. Se trata de uno de los tantos miles de jóvenes que se imaginaron una sociedad más justa. Sus amigos lo llamaban "El gaucho". Había llegado de la pampa bonaerense, de Lincoln, con un poncho salteño sobre los hombros. Era profundamente cristiano, iba a misa no a comulgar para asegurarse el paraíso sino para estar en comunidad, para aprender a repartir el pan, como lo había enseñado Jesús. Se llamaba Arturo Garín. Comenzó a trabajar en 1970 en Propulsora donde llegó a ser supervisor de planta. Pronto fue el delegado más representativo del personal de Propulsora. Por las noches concurría al secundario nocturno, donde era el alumno de más edad, tenía 26 años en ese tiempo. Sus compañeros de entonces señalan que era muy estudioso y responsable, "el señor del aula", que se distinguía por la defensa del federalismo en las clases de historia; esta proposición fortaleció más aún el apodo de "El gaucho" para sus compañeros y amigos. Y entrará en la corriente ideológica del peronismo revolucionario, como tantos jóvenes de esa generación, que habían vivido todavía de niños el cobarde bombardeo con aviones de guerra contra la población civil en la Plaza de Mayo, en el '55, los fusilamientos ordenados por el general Aramburu y la cruel matanza de civiles en José León Suárez, en junio del '56. Más la prohibición durante dieciocho años del partido mayoritario.

Frente a mí está quien fuera su amigo, Jorge Bielli. Cuando comienza a recordarlo se emociona: "Como ser humano era excepcional; para mí fue la síntesis de un luchador en todo sentido, muy práctico, era un militante todo el tiempo: llegó a ser el secretario de la CGT de la Resistencia. Vivió en mi casa, durante la represión, con su compañera Susana y Adelita, la hijita de ésta. Para esta pequeña niña, de apenas un año, el Gaucho era como un padre, o más todavía. En broma, cuando la tenía en brazos, él solía decir: 'Estoy con la madre porque me enamoré de la hija', así de tierno era. Pero al mismo tiempo, era un pulmotor; humildad, palabra justa, compromiso, siempre codo a codo con el compañero... un gaucho, un verdadero gaucho; su muerte representa una pérdida definitiva para la sociedad argentina; mire sino los que han quedado...".

Jorge Bielli no puede seguir. Recuerda a aquellos jóvenes y ve hoy en la pantalla a sus represores; al general Almanzor, titular del Foro de los Generales Retirados, pidiendo por los derechos humanos de Videla y Massera. Entre esos generales retirados está Bignone, el único oficial de la historia militar del mundo que entregó a la muerte a sus propios soldados, los dos conscriptos del Colegio Militar llevados por la patota. Para el caso es como el felón que entrega a sus propios hijos para ganar galones.

El gaucho Arturo Garín, en su lucha, puede igualarse a todos aquellos criollos habitantes de las pampas que combatieron por la emancipación latinoamericana, puede igualarse a aquellos obreros anarquistas que murieron en la barricada luchando por la dignidad del trabajo y por aquellas sagradas ocho horas hoy violadas y mancilladas por la avidez de los aprovechados y corruptos del poder. El gaucho Garín es igual a aquellos obispos como Angelelli que murieron en las calles latinoamericanas para que los cinco panes evangélicos se convirtieran en millones de espigas para los niños que hoy figuran en las estadísticas de Naciones Unidas como víctimas de la desnutrición. El gaucho Garín es igual a todos aquellos curitas del Tercer Mundo que viven llevando el Evangelio a las calles barrosas de las villas miseria. El gaucho Garín es igual a todos aquellos docentes de frontera que comparten el pan y la letra con los hijos de la tierra.

El gaucho Garín supo morir como un criollo. Fue detenido en diciembre de 1976. No quiso entregarse: le dieron un culatazo en la cabeza: Eduardo Lardies, secuestrado en el tristemente célebre "Garage Azopardo", recordó ante la Justicia la llegada del Gaucho: venía desmayado; después de un día y medio se despierta; desnudo, logra escaparse en una huida verdaderamente épica. Sale a un patio, se apodera de un auto y busca la puerta, pero no puede salir, lo recapturan, lo traen, lo despedazan a torturas pero no lo quiebran. Después llevarán su cuerpo envuelto en una bolsa. La última vez en que fue visto. Un mes después secuestrarán a su hermana, la médica María Garín, embarazada. Tuvo su hijo en prisión y de inmediato se lo quitaron. A ella la asesinaron. Un tema para futuros historiadores. El gaucho Garín solo, frente a la moralla tembleque. Videla, Massera, Galtieri, Bignone, generales de la Nación, del arma de capucha y picana. No los deje solos, general Almanzor. Porque al protegerlos se está usted cuidando las espaldas, mi general (por si las moscas).

Dos Argentinas.

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