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Panorama económico

ROQUE TIRÓ DE LA SÁBANA

Por Julio Nudler


t.gif (67 bytes)  La Argentina es, probablemente, el único país que está desmontando en estos momentos su protección aduanera, a pesar incluso del déficit comercial y del rojo fiscal. Y además en productos cuyos grandes proveedores mundiales son los países asiáticos, con monedas que han caído estrepitosamente en relación al dólar, y por tanto al peso. Las sábanas entre las cuales dormimos son un ejemplo --entre muchos otros posibles-- de esta extraña política comercial. Como muchos otros textiles, están protegidas por un derecho específico, que es un arancel fijado en números absolutos y no en porcentaje.

Hasta el 31 de mayo, el tejido sabanero estampado (conocido como 50 y 50 por su mezcla pareja de algodón y poliéster, y cuyo típico origen es Pakistán) pagaba 3,05 pesos de derecho por kilo. Pero a partir de junio paga $ 1,40. Esta medida entró a regir cuando en todo el mercado de hilados y textiles hay violentas caídas en los precios de importación, determinadas por dos factores. Uno son las devaluaciones asiáticas, ya que los más fuertes proveedores son Taiwan, Indonesia, Malasia y Corea. Otro es la depresión de la demanda, que dejó a las fábricas orientales con fuertes excesos de producción. Así es como hay hilados, tejidos y confecciones cuyos precios bajaron en pocos meses más de 50 por ciento.

Esto puede considerarse una buena noticia para el consumidor argentino, en la medida en que el abaratamiento llegue hasta él. Pero en el camino sobrevienen considerables destrozos, que pagarán algunos empresarios y unos cuantos trabajadores. En primer lugar, porque el desmontaje de la protección no es neutral entre productos. Aunque usted ya se haya levantado, vuelva por un momento a las cobijas. Hasta mayo, mientras el tejido sabanero estampado cargaba con 3,05 por kilo, la tela cruda pagaba 1,28. Ahora esos específicos bajaron a 1,40 y 1,20, respectivamente. Por tanto, la diferencia entre una y otra variante disminuyó de $ 1,77 a 20 centavos, lo que significa que prácticamente desapareció el incentivo aduanero a agregar valor en la Argentina. En este caso, las estamperías pueden quedar condenadas a desaparecer. También se ennegrecen las perspectivas para las fábricas de fibras artificiales e hilados sintéticos.

El desmoronamiento de los precios, más la reducción de los específicos, les provoca grandes pérdidas a los importadores, tanto por la desvalorización de sus stocks como por la mercadería ya entregada a la etapa de reventa que los revendedores les devuelven. Como éstos compran en cuenta corriente o documentan a varios meses, cuando comprueban que lo adquirido ayer a 10 podrían hoy conseguirlo a 5, cargan la mercadería en una camioneta y se la mandan de regreso al importador. Este, como es obvio, suspende toda nueva importación, por lo menos hasta que se le vea un piso al derrumbe de los precios. Y también porque la demanda interna se viene desacelerando. Si éste fuera un gran mercado, la baja de precios y de márgenes podría ser recuperada por los intermediarios a través de un fuerte aumento en sus ventas. Pero no es precisamente el caso.

Si la Argentina no defiende su producción con la política comercial, no tiene de qué otro modo defenderla. Por la Convertibilidad y por su escaso peso en el mundo, que lo vuelve un participante marginal en los mercados, el país no puede exportarle a nadie sus problemas. Es, precisamente, lo que hacen los demás. Cuando los asiáticos devalúan, buscan pasarle el muerto a sus partenaires comerciales. Cuando Japón cae en depresión, arrastra a la recesión a otros mercados y se lanza con su producción sobre el resto.

La Argentina, como economía chica, no fija precios. Se limita a tomarlos. Cuando éstos caen puede comprar todo más barato, pero no puede exportar y su producción se ve aún más jaqueada que antes. La revaluación del peso (el yen, por ejemplo, se abarató para nosotros un 40 por ciento en los dos últimos años) la deja fuera de competencia en muchos productos, salvo las materias primas agropecuarias y pocos más. El ritmo de crecimiento depende del movimiento de capitales. A cuanto mayor ingreso, más expansión. Si, como está ocurriendo ahora, se frena la entrada (un síntoma es la caída bursátil y el escaso volumen operado), la actividad se desacelera. En otros términos: como la Argentina importa los problemas ajenos, su tabla de salvación --o su manera de ganar tiempo-- es que los centros capitalistas ciclónicos la financien.

Vista la situación desde la conducción económica, sólo hay dos respuestas posibles. Una es inducir aumentos de productividad mediante las llamadas "reformas estructurales" para que bajen los costos de producción. En este frente se ha hecho poco o nada en los últimos años. La otra reacción consiste en convencer como sea a los capitales para que sigan viniendo, mostrándoles sumisión y buena letra, lo que explica los recientes anuncios de Roque Fernández: la suspensión del Plan Laura de construcción de autopistas y la anulación del proyectado reajuste docente. Además, se posterga el aumento de Impuestos Internos, cediendo a la presión empresaria. Los trabajadores que hubiesen encontrado empleo en la construcción vial y los maestros que hubieran visto mejorar sus sueldos tienen que pagar así parte del costo de los problemas importados.

En la crisis internacional van sucediéndose fases financieras y reales. La secuencia comienza por el ataque especulativo a un país, provocando una caída en el valor de sus activos (acciones, inmuebles, etc). Esto precipita la devaluación de su moneda. Como ésta no es otra cosa que un pasivo nacional, su valor desciende cuando se deprecian los activos que la respaldan, particularmente las empresas. La devaluación aumenta la competitividad de su producción, exportando la crisis, que se propaga a través de devaluaciones competitivas de otras monedas.

En la Argentina, la caída en el valor de los activos no se refleja en una devaluación del peso, que por lo tanto queda sobrevaluado, desprotegiendo a la producción nacional. Si a esto se le agrega una reducción de las barreras aduaneras, el ajuste interno frente a la crisis importada se vuelve todavía más traumático.

 



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