EL ÚLTIMO SUEÑO DE DON JUAN
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Por Fernando D'Addario En la más previsible de todas las etapas por las que debieron pasar sus estados de realidad no ordinaria, a Carlos Castaneda le tocó morir. La noticia se conoció ayer, y los agregados destacan que el célebre escritor y antropólogo mexicano, autor de Las enseñanzas de Don Juan, tenía 72 años, padecía de cáncer de hígado y, en rigor, había muerto dos meses atrás en su domicilio de Westwood (California). Pero Castaneda se había guardado su último truco místico, logrando que el misterio sobreviviera, inclusive, a su propia muerte, a la que siempre consideró "el mayor de los placeres". Por eso, aseguraba, a la muerte "se la guarda para el final" de la vida. La vida y obra de Castaneda, pasibles de ser unificadas sólo por el enigma, son extrañas, cuanto menos. Así como el sentido de su existencia quedó supeditado a las experiencias compartidas con el chamán mexicano Juan Matus, quien lo inició en un mundo esotérico descubierto con la ayuda de drogas alucinógenas, los libros del enigmático antropólogo (que jamás dejó que lo fotografiaran) se convirtieron en disparadores espirituales que marcaron a varias generaciones atraídas por un similar instinto contracultural. Buena parte del mundillo del rock de fines de los años sesenta cayó rendido ante su cosmovisión esotérica de la vida, que utilizaba sustancias psicotrópicas como vehículo para alcanzar el conocimiento. Por citar sólo dos ejemplos, la poesía de Jim Morrison, líder de The Doors, y ciertos momentos de la obra de Luis Alberto Spinetta (recordar "Alma de Diamante") remiten al universo de Castaneda. No era, claro, el primer escritor devenido en gurú de cierto rock intelectualizado. Si Baudelaire ofrecía el costado más romántico de la búsqueda espiritual a través de los excesos, y Burroughs (contemporáneo a Castaneda) desnudaba sus infiernos de drogas químicas, el mexicano (en realidad él decía que había nacido en Brasil) abrió un campo diferente, que fluctuaba entre el conocimiento científico, el peyote, el esoterismo y la etnografía. Por supuesto, sus libros (entre los que se destacan, además de Las enseñanzas..., Una realidad aparte, Viaje a Ixtlán, Relatos de poder y El segundo anillo de poder) le hicieron ganar inmediatamente el recelo de muchos de sus colegas académicos. Era lógico: para una visión cientificista y positivista de la antropología, su búsqueda de la verdad partía de parámetros "ficticios", emparentados con experiencias mágicas basadas en la sabiduría antigua. Sin embargo, su filosofía llegó, en un punto, más lejos que Freud. El padre del psicoanálisis estableció su teoría acerca de la interpretación de los sueños. Castaneda llevó los sueños a un plano accesible a la conciencia. Aquellas fases sucesivas de éxtasis y de pánico que lo envolvieron durante años, envolvieron también a millones de lectores, que se transportaban a ese universo de insectos gigantes y visiones infernales materializados a través de sus sueños. En la década del 70, Castaneda experimentó un giro ideológico que lo llevó a reconocer que su hipótesis sobre el papel de las plantas psicotrópicas era errónea. Estuvo veinte años sin publicar, y en 1993 apareció El arte de ensoñar, una nueva vuelta de tuerca sobre los temas de siempre. En todo ese tiempo tuvo ingresos extras gracias a sus famosas (y bien remuneradas) conferencias, a las que llegaban miles de fanáticos de todo el mundo, que en realidad querían convertirse en discípulos suyos, en un no disimulado deseo de continuar la cadena iniciada por Don Juan. El cuerpo de Castaneda fue incinerado. Y en concordancia con el hilo conductor de su vida, sus cenizas fueron dispersadas en un desierto mexicano.
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