BRASIL, LISTO PARA EL ALARGUE
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Por Pablo Rodríguez Hasta hace un mes, el presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso era la traducción política de la selección de fútbol de su país: no hacía grandes cosas pero lo ya realizado --el Plan Real, la estabilización económica-- le bastaba para sostener la chapa de candidato Nº 1, en este caso, a ganar las elecciones presidenciales de octubre próximo. Pero aparecieron importantes fracturas en la coalición que lo llevó al poder, y la alianza opositora de izquierdas logró hasta ahora contener sus propias divisiones para apoyar la candidatura de Lula Da Silva. El resultado es el empate de ambos en las encuestas; aun si ganara el mandatario, con estas proyecciones habrá segunda vuelta. Lula lanzó su campaña con un partido de fútbol y entre quienes apoyan a Cardoso se duda entre salir a pegar e intimidar al rival apelando a los fantasmas comunistas de Lula, o recurrir al "jogo bonito" de los argumentos y los programas de gobierno. Lula sabe que su filiación de izquierda, en momentos de hegemonía neoliberal, es una tentación como flanco de ataque; por eso es que dirige todos sus esfuerzos a aparecer como un candidato "respetable" que "humanice" el modelo. Sus asesores elogian al premier británico Tony Blair y él declaró que le gustaría implementar contra el desempleo la política que aplicó el presidente norteamericano Bill Clinton. El jueves por la noche, en el lanzamiento de su campaña, reemplazó su vestimenta tradicional de camisas o poleras por un traje cruzado oscuro. El trabajo sobre la imagen se completa con el partido de fútbol que se realizó en el acto, en un país futbolero como Brasil y en un tiempo como el del Mundial. Sin embargo, los dardos contra el actual gobierno de Cardoso fueron claros, como para que se notara la diferencia. Los jugadores que atacaban con la camiseta de Brasil fueron bautizados Desempleo, Corrupción, Violencia, etc. La voz en off que los presentaba advertía que todo lo que llevaban era extranjero; "Lo único brasileño es el jugador". En un primer plano, Lula buscaba oponer la figura del "trabajador" a la de "técnico" que ostenta el sociólogo Cardoso. "Cuando conseguí mi diploma de tornero, estaba seguro de encontrar empleo. Hoy --dijo el candidato izquierdista-- ni con un diploma universitario se consigue trabajo." Dos candidatos en apuros De todos modos, Lula está sentado sobre un volcán: su Partido de los Trabajadores (PT), una organización marxista que a duras penas soporta el lavado de cara. Derrotado en 1989 ante Fernando Collor de Mello y en 1994 frente al mismo Cardoso, el político petista no quería volver a ser candidato y sólo se convenció cuando le garantizaron que toda la izquierda se alinearía detrás de él, comenzando por el histórico líder laborista Leonel Brizola, quien aceptó ser el vice en la "chapa", como llaman los brasileños a la fórmula presidencial. Pero los conflictos no tardaron en aparecer: violando un acuerdo entre ambos partidos, la dirección carioca del PT decidió postular a su propio candidato, Vladimir Palmeira. Esto significó la antesala de la ruptura de la alianza y el reaseguro de Cardoso de que nadie le disputaría la reelección. Los petistas cariocas, finalmente, cedieron y evitaron el quiebre, pero no se sabe, con vistas a las propuestas electorales, de qué manera Lula podrá contener a los duros. El presidente apenas si pudo enterarse de estas idas y venidas. Una semana antes del incidente, murieron el ministro de Comunicaciones, Sergio Motta, y el líder de la bancada oficialista en la Cámara de Diputados, Luis Eduardo Magalhaes. El legislador del Partido del Frente Liberal (PFL), era quien sostenía la alianza de partidos que le permitían a Cardoso la aprobación de los proyectos; Motta era decisivo a la hora de aplicarlos. El ministro fue el artífice del programa de privatizaciones de las comunicaciones y el operador que dirigió la reforma constitucional que habilita al presidente a su reelección. Pero a la vez era el principal impulsor de un segundo período de gobierno volcado a los programas sociales; en ese sentido, la extracción social-demócrata de Motta y la liberal de Magalhaes equilibraban las tendencias alrededor del mandatario. La responsabilidad de la campaña recayó en el padre de Magalhaes, Antonio Carlos --ACM para los medios brasileños, que convierten todos los nombres en siglas--. Y, sin dudas, su estilo y su pasado, vinculados con el último régimen militar y amigo de las declaraciones explosivas, no colaboran hasta el momento para robarle argumentos a la izquierda. Su debut como sucesor en la campaña estuvo marcado por los continuos reproches al entorno del presidente: para Magalhaes padre, debe haber un machacar constante sobre las obras de gobierno en los últimos tiempos. "Cardoso debe ser menos presidente y más candidato", dice Magalhaes. Y fue él quien lanzó la consigna de agitar el fantasma comunista de Lula para espantar a los votantes, contentos con el Plan Real pero esperando la hora en que produzca crecimiento y no sólo estabilidad, y sobre todo a los inversores extranjeros. La ayudita de Menem Hay que reconocer que los socios brasileños del Mercosur le dan una mano a Magalhaes: el presidente argentino Carlos Menem dijo hace una semana que el triunfo de Lula significaría el fin de la unión económica entre la Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay. Menem interpretó que Lula estaba a favor de una maxidevaluación del real, que en definitiva hacía peligrar la integración económica; lo que el candidato había dicho varias veces es que se necesitaba una devaluación para actualizar el tipo de cambio de la moneda, algo que por otra parte hacen cada tanto las mismas autoridades brasileñas. Y en cuanto al Mercosur, Lula pidió extender la integración a través de un Parlamento de la región, similar al de la Unión Europea. Los dichos de Menem casi terminan en un conflicto diplomático. Cardoso aún no se decidió a adoptar el consejo de Magalhaes, porque ni siquiera sabe si su propia coalición quiere apoyarlo. De hecho, en el centrista Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) se están produciendo fuertes luchas internas entre los oficialistas y quienes quieren llevar un candidato propio; el presidente dijo el jueves que va a "renunciar a la insistencia" para que lo apoyen. Y en su propio partido, el Social Demócrata del Brasil (PSDB), parte de la dirigencia rechaza la tesis de Magalhaes argumentando que el PT ya tiene experiencia en la gestión de ciudades y estados, y que la gente no teme un gobierno nacional de izquierda. En esta interpretación, los votos que huirían de Lula irían para el candidato Ciro Gomes, del Partido Popular Socialista. Gomes tiene una intención de voto del 8 por ciento y en esta situación de empate está en condiciones de definir el resultado. Militante socialdemócrata, Gomes fue el ministro de Economía que mantuvo el Plan Real, lanzado por el mismo Cardoso cuando ocupaba ese cargo. Pero a fines del año pasado decidió fundar su propio partido y presentarse solo a los comicios. Y ahora algunos dirigentes del PT ya anunciaron que iniciarán contactos para sumarlo. En los papeles, esto le daría el triunfo a Lula. En el devenir de su alianza, en cambio, hay mucho más que sumar y restar. Brizola, por ejemplo, amenazó con renacionalizaciones de empresas privatizadas y con anular, en particular, la venta del Valle del Río Dulce, una de las mayores empresas mineras del mundo. El propio presidente del PT, José Dirceu, apoyó la propuesta de Brizola en caso de que se detecten irregularidades; pero el diputado petista José Genoíno negó que en caso de un triunfo de Lula haya cualquier tipo de expropiación. Una fuente del PT le dijo a la agencia France Press que no se trata de tensiones entre dirigentes: "Está muy bien porque, mientras tanto, Lula no se ensucia las manos". Pero aun cuando sea una estrategia, corre el peligro de echar a andar al fantasma y hacerle así el juego a Cardoso. El problema es que el presidente tampoco sabe cómo debe jugar. A sólo cuatro meses de los comicios, no sólo se puede decir que "el partido todavía no terminó", como dijo Lula en forma de eslógan. Quizá sería mejor decir que acaba de comenzar.
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