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PAN, CIRCO, FÚTBOL, POLÍTICA
Por Mario Wainfeld

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T.gif (67 bytes) La escena pertenece a Carne trémula de Almodóvar. Dos hombres que se odian porque se han dañado gravemente en el pasado, y porque aman a la misma mujer, pelean con todo en la casa de uno de ellos. Del televisor que está prendido, brota un grito de gol. "Gol" grita uno de los contendores. "¿De quién?", pregunta el otro. "Del Atlético" (de Madrid). Los antagonistas celebran juntos, miran la repetición, la comentan, se saludan y el invitado no deseado se retira. Se dice que Almodóvar conoce a fondo la psicología femenina (y no es poco decir). Esa escena prueba que también sabe de hombres, de fútbol y de más cosas porque la continuación del film (que merece ser visto y no contado acá) prueba que los enemigos no pusieron fin a la pelea por el fútbol, sólo establecieron una precaria, grata y compartida tregua.

Acá cerca pero hace mucho tiempo, cuando el autor de estas líneas era niño, se preguntaba cómo hacía la gente para seguir su vida normal en tiempos de guerra. Cómo podía alguien pensar en juntar figuritas, ir a la escuela o pelearse con la hermana en medio de un drama totalizador. Siendo mayor amplié la duda: ¿era posible, en esas contingencias, darse maña para currar a los socios o meterle los cuernos a la esposa? Con el tiempo, me queda claro que la respuesta es afirmativa, que los seres humanos saben vivir, esto es, no dedicarse a una sola tarea. Que disfrutar la vida en los entresijos que dejan las batallas es un buen modo de afrontarlas.

Uno de los subproductos, a esta altura entrañables, de los mundiales es la pléyade de Umbertos Ecos, Sebrelis y otros mil analistas (usualmente menos leídos que aquéllos) que denuncian, ah novedad, la existencia de "pan y circo". "Ganan los gobernantes, pierde la gente", afirman, a veces textualmente. Ese saber sin pliegues, supone dos premisas: a) los gobernantes son totalmente antagónicos a la gente que b) es estúpida y no sabe lo que le conviene, eligiendo --en su perjuicio-- divertirse en vez de odiar y combatir full time a los que mandan. Las dos premisas son discutibles. Ni es verdad que los gobernantes, en especial los democráticos, sean seres perversos que se dedican exclusivamente a dañar a sus congéneres (es decir sádicos), ni que los pueblos son tontos al disfrutar de las fiestas (y dicho sea de paso, masoquistas que votan sádicos). Las fiestas, en parte, son recreos que permiten acopiar fuerzas para acometer las contradicciones principales o pelearse con el novio de la mujer de uno. En parte, por suerte, son sólo fiestas, ingestas de pan o idas al circo, de puro gusto nomás.

El primer partido del Mundial del '70, México-URSS, fue interrumpido por recurrentes denuncias del secuestro de Pedro Eugenio Aramburu y el identikit de sus raptores. El último compromiso argentino en el '74 (contra Alemania del Este) no fue transmitido por duelo nacional, había muerto Juan Domingo Perón. No es fácil saber cuántos espectadores prestaron atención a los partidos y cuántos a los hechos históricos ocurridos en paralelo, pero lo cierto es que ni los Montoneros ni el fantasma de Perón fueron obturados en su proyección por la presencia del telefútbol. El Mundial '98 viene de la mano con la cárcel de Jorge Rafael Videla, cuyas consecuencias irradiarán mucho más allá de Francia 98, y aun del mundial 2002, el de los mercados emergentes. Algunos creen que las "cortinas de humo" distraerán a la sociedad y frenarán la historia, pero la historia no parece darles la razón. Al fin y al cabo el siglo XX, el del fútbol, habrá producido muchos horrores pero también la ruptura de miles de cadenas coloniales, raciales o de género.

Claro que el asesino indultado y próximamente convicto Jorge Rafael Videla creía que iba a perpetuarse en el poder vía, entre otros recursos, los golazos de Kempes. Claro que Carlos Menem piensa que si Argentina gana el Mundial habrá dado un paso adelante en pos de su re-ree. Eso no prueba, para nada, que tengan razón. Los Menem y los Videla (cuya relación con la sociedad no es idéntica) bien pueden equivocarse. Puede perderlos la soberbia, la omnipotencia, el desdén de los poderosos por la gente. También a los ecosebrelistas, que quieren ser abanderados de las luchas contra los déspotas o los manipuladores, pero que creen más en ellos que en la gente del común a la hora de hablar de pueblos, fiestas, pan, circo y cortinas de humo.

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