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Por Miguel Bonasso "Videla es el responsable principal del asesinato de mi madre y mi hermana y el secuestro de mis otros dos hermanos. Conocía perfectamente el caso y no hizo nada para salvarlos", dijo a Página/12 Martín Cañas, único sobreviviente de la familia de Santiago Cañas, el suboficial de Ejército que trabajó en la Colonia Montes de Oca de Torres para enfermos mentales, donde el ex dictador abandonó a Alejandro, uno de sus hijos. Como lo informó ayer este diario en exclusiva, el hijo de Videla vivió y murió --en el mayor de los secretos-- en la tétrica Colonia. Cuando al suboficial Cañas le secuestraron a su hija Angélica, la primera de una trágica secuela que acabó con su familia, le imploró a Videla que al menos le permitieran conocer su paradero. Lo hizo apelando a los sentimientos "humanitarios y cristianos" del dictador y "en memoria de ese hijo suyo que tenía internado en la Colonia Montes de Oca de Torres". Martín Cañas (42 años), que ahora reside en México donde es profesor de matemáticas, mantuvo una extensa entrevista telefónica con Página/12 en la que evocó, sobriamente emocionado, la tragedia de su familia y formuló nuevas revelaciones que incluyen una denuncia por robo de niños (afortunadamente frustrado) en contra de un sobrino suyo. El episodio vuelve a vincular su trágica historia con la situación actual de Videla, detenido precisamente por sustracción de menores. Según Martín Cañas, su padre conoció personalmente al hijo de Videla cuando trabajó en la Colonia Montes de Oca y le habría hecho un misterioso favor al ex general del cual se llevó el secreto a la tumba. "Según lo que me contó mi papá ni Videla ni su mujer (Alicia Raquel Hartridge) iban nunca a ver al muchacho, que era discapacitado mental y estaba ahí tirado, en ese lugar horrible, junto con los otros enfermos de la Colonia. A mí me queda claro en mi recuerdo que lo habían abandonado. Que eso es lo que me contó mi padre en 1984, cuando nos encontramos en Buenos Aires después de la dictadura. Entonces pensé que había una lógica: alguien que hacía eso con su propio hijo, ¿qué no podía hacer con los hijos de los demás?" La historia de Martín Cañas es la historia del país real, sumergido. Pertenece a una familia muy humilde y él mismo, antes de ser profesor de matemáticas, fue durante muchos años artesano (herrero de obra) y en los meses de persecución y clandestinidad que siguieron al asesinato de su madre y su hermana, anduvo de albañil por las provincias. En 1977 el hijo menor del suboficial retirado Santiago Sabino Cañas tenía 21 años, estudiaba en la Universidad Tecnológica de La Plata y militaba en la Juventud Universitaria Peronista (JUP). "En realidad los estudios los tenía un poco abandonados y tuve que recuperarlos más tarde", recuerda, "porque ya la represión era muy fuerte". Y no tardaría en caer sobre su familia. El 15 de abril de 1977 fue secuestrada en las calles de La Plata su hermana mayor, Angélica, de 29 años, que militaba en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES). "Estaba en la UES --aclara Martín-- porque recién estaba haciendo la secundaria. Como ocurre en las familias pobres los hermanos mayores son los que tienen que salir a trabajar y estudian cuando pueden." Pese a todos los esfuerzos del suboficial Cañas y su diálogo con Videla, relatado ayer por Página/12, Angélica integra la lista de desaparecidos. Según averiguaciones hechas por su hermano menor había sido secuestrada por elementos de la Policía Bonaerense que la habrían llevado al Pozo de Banfield. "El 2 de agosto --rememora Martín con una voz que pretende ser neutra-- secuestraron a mi hermano Santiago, de 26 años, que también militaba en la UES. Y al día siguiente asesinan a mi madre (María Angélica Blanca) y a mi hermana Carmen, de 23 años, que estaba embarazada de tres meses. Yo me salvo por pocos minutos." El operativo del Ejército y la Bonaerense, que el diario El Día de La Plata presentó como tiroteo, fue un alevoso asesinato. María Angélica Blanca (62 años), ya separada del suboficial Cañas, vivía con su hija María del Carmen, su yerno Ricardo Valiente, su nietito Ernesto Valiente de un año y medio y una nena "de unos compañeros que habían sido secuestrados", en una vivienda precaria ubicada en las calles 134 y 39 de La Plata. Allí llegó a las 6.30 de la tarde del 3 de agosto su hijo mejor, Martín, para avisarles que "se levantaran antes de que aparecieran los milicos". El consejo era certero porque Martín se fue y "la patota apareció a la media hora". La madre de Martín, que era dirigente del Partido Peronista Auténtico (PPA), y su hija fueron acribilladas a balazos pese a que estaban desarmadas y no habían opuesto resistencia. Las actas del forense, reproducidas ayer en estas páginas, señalan claramente que los cadáveres de las dos mujeres presentaban idéntica "destrucción de masa encefálica". Los únicos sobrevivientes son los chicos, que se lleva el Ejército y que el suboficial Santiago Cañas lograría recuperar casi dos meses más tarde, en la Casa Cuna, cuando a su nieto Ernesto Valiente ya le habían falsificado la partida de nacimiento y lo habían rebautizado Cristian, con la evidente intención de robarlo a su familia de sangre. El delito imprescriptible por el cual el juez Roberto Marquevich tiene hoy procesado a Jorge Rafael Videla. Martín Cañas revive aquel momento terrible, desde la piel de su padre, ese hombre humilde que a los ocho años ya trabajaba en la cámara de un frigorífico y que había entrado al Ejército, como tantos muchachos de su condición, para encontrar comida, techo y un reconocimiento social. Que en sus súplicas a Videla todavía le hablaba de "nuestro querido Ejército", "como si fuera el mismo ejército el de los zumbos y los oficiales que los desprecian", comenta Martín. Y recuerda que su "papá", como lo sigue llamando, fue al lugar de la masacre como fue él mismo, "haciéndose el pelotudo". Y su padre estuvo "a punto de ser boleta". "Porque había una patrulla de la Policía Bonaerense y aunque él se identificó como suboficial del Ejército le tiraron la credencial al suelo. Así como las fotos de la familia que había ido a recoger en los escombros. Porque se habían robado todo y habían destruido todo." Hostigado y provocado por los policías, Cañas emprendió la retirada a pie. Hasta que se echó a correr y se metió en el colegio religioso San Miguel, donde pidió un teléfono "para comunicarse con su amigo el suboficial Larrubia, que presidía el Círculo de Suboficiales Retirados". Pronto, un grupo solidario acudió a rescatarlo del cerco que ya habían establecido los policías. "Ellos le salvaron la vida --dice Martín-- y fueron decisivos para recuperar a mi sobrino Ernestito de la Casa Cuna". Ellos también, esos suboficiales que Martín Cañas ve "despreciados por las jerarquías militares, porque son hijos de obreros y peones", hicieron lo que hoy se llama un "lobby" para que Videla recibiera, finalmente, al hombre que le había recordado, con candor o temeridad, que había tenido un hijo, allá, en esa Colonia Montes de Oca de Torres que en los ochenta llegaría a ser una especie de Auschwitz de la psiquiatría argentina. Pero en aquellos meses terribles Martín Cañas no pudo verse con su padre. Y no conoció la historia decimonónica del Videla internado en la Colonia Montes de Oca. Deambulaba entonces por las provincias, como alucinado extranjero en un país hostil y extraño, donde veía a la gente reír y se preguntaba "¿y de qué se ríen estos pelotudos?". Mientras su padre, en una de las múltiples cartas a Videla, lo daba también a él como "desaparecido" preventivamente, para protegerlo de la represión. Se enteraría de la historia mucho después, cuando llegó la democracia y él pudo regresar de un exilio amparado por el ACNUR en el que había transitado, sucesivamente, por Brasil, Francia y México. Ese México al que regresaría a vivir, ya por propia voluntad, crítico de esa "democracia que no castigó a los culpables y no nos hizo justicia a las víctimas". Cuando se encontró con su padre, que moriría cuatro años después (en 1988), vio "a ese hombre que había consagrado treinta años al Ejército y no podía creer que el Ejército hubiera practicamente aniquilado a su familia. Recordé nuestras discusiones de otros tiempos, cuando él decía que la institución era noble y que los malos eran algunos hombres. Pero ya parecía haber comprendido que toda la institución había estado involucrada en la represión. Y que ese Videla que la comandaba y que lo había recibido tarde y para no aportarle nada, ni siquiera un dato sobre mis hermanos, era si no el único, el principal responsable de su desaparición".
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