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ALEGRE
Por Antonio Dal Masetto

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T.gif (67 bytes) Luis me ve parado en la esquina del bar, se me tira encima y me abraza:

--Hermano.

Lo sostengo, lo ayudo a entrar y lo acomodo en una silla. Luis levanta el brazo derecho y sin mirar al mozo ordena una ginebra doble. Tiene los ojos rojos y da la impresión de que estuvo llorando o va a llorar en cualquier momento.

--Vos sabés que yo soy un tipo muy alegre --me dice.

Le digo que lo sé perfectamente.

--Me lo paso haciendo chistes.

--Me consta.

--Me gusta inventar chistes, tengo esa facilidad.

--También me consta, te vi en acción una infinidad de veces, sos un tipo muy gracioso.

--Y justo me vengo a enamorar de una mujer seria. Nunca ríe. En la cama es una maravilla, una fiesta, una máquina de imaginar cosas. Pero después habría que amordazarla. Temas serios: lo único que le interesa. Odia los chistes, odia las personas chistosas.

--Una mujer grave.

--Diste con el término justo. Pero igual me enamoré.

--El amor es ciego.

--Ese es un chiste malo --me dice.

--Lo siento. No tengo tu chispa.

--Una mujer grave, organizada, con horarios, sin sentido del humor. Una noche me dieron ganas de verla a las cuatro de la madrugada y la llamé. Se puso muy molesta: ¿a esta hora me llamás? Le contesté con un chiste.

--¿Qué chiste?

--No me acuerdo. Pero era bueno.

--¿Y ella?

--Se enfureció. Yo, a cada frase suya, me iba poniendo más brillante. No podía parar. Estaba iluminado. Susana tomaba mis chistes como agresiones. Yo sólo quería hacerme el simpático y demostrarle mi ingenio.

--¿Cómo eran los chistes?

--Se me borraron. Pero eran buenos, muy buenos.

--¿Y después?

--Susana gritó que no quería verme más y colgó. A partir de ese día ya no me atendió los llamados.

--¿Cuándo pasó eso?

--Hace unos cuatro meses. Pero ahí no termina la historia. Ahora vas a ver. La mía es una familia dispersa, uno por acá, otro por allá. Mi hijita me venía jodiendo con que quería conocer a algún pariente. Así que hoy ubiqué el número de una tía y me comuniqué. Dieciocho años que no hablábamos. Me empezó a contar de todos los que habían fallecido. Y así, recuerdo va, recuerdo viene, me emocioné y empecé a llorar. Lloré mucho. Cuando colgué seguía llorando. Me dije: ¿qué hago con estas lágrimas improductivas? Entonces la llamé a Susana. Me preguntó por qué lloraba. Le dije que la extrañaba, que no podía vivir sin ella. No fue fácil, imaginate la escena: mi hijita preguntándome si seguía hablando con la tía y yo haciéndole señas de que se fuera a la otra pieza.

--¿Y Susana?

--Se ablandó. Admitió que ella también me había extrañado. Combinamos un encuentro para esta noche. Antes de cortar, ella dijo: "Espero que a partir de ahora la nuestra se convierta en una relación seria".

Luis se pasa una mano por los ojos y toma un trago de ginebra.

--¿Entonces? --pregunto.

--Entonces se me ocurrió un chiste y no pude resistir la tentación.

--¿Siempre llorando?

--Un poco menos.

--¿Y qué pasó?

--Me puteó y colgó.

--¿Te acordás del chiste?

--No. Pero te aseguro que era bueno, muy bueno.

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