Luis me ve parado en la esquina del bar, se me tira encima y me abraza: --Hermano. Lo sostengo, lo ayudo a entrar y lo acomodo en una silla. Luis levanta el brazo derecho y sin mirar al mozo ordena una ginebra doble. Tiene los ojos rojos y da la impresión de que estuvo llorando o va a llorar en cualquier momento. --Vos sabés que yo soy un tipo muy alegre --me dice. Le digo que lo sé perfectamente. --Me lo paso haciendo chistes. --Me consta. --Me gusta inventar chistes, tengo esa facilidad. --También me consta, te vi en acción una infinidad de veces, sos un tipo muy gracioso. --Y justo me vengo a enamorar de una mujer seria. Nunca ríe. En la cama es una maravilla, una fiesta, una máquina de imaginar cosas. Pero después habría que amordazarla. Temas serios: lo único que le interesa. Odia los chistes, odia las personas chistosas. --Una mujer grave. --Diste con el término justo. Pero igual me enamoré. --El amor es ciego. --Ese es un chiste malo --me dice. --Lo siento. No tengo tu chispa. --Una mujer grave, organizada, con horarios, sin sentido del humor. Una noche me dieron ganas de verla a las cuatro de la madrugada y la llamé. Se puso muy molesta: ¿a esta hora me llamás? Le contesté con un chiste. --¿Qué chiste? --No me acuerdo. Pero era bueno. --¿Y ella? --Se enfureció. Yo, a cada frase suya, me iba poniendo más brillante. No podía parar. Estaba iluminado. Susana tomaba mis chistes como agresiones. Yo sólo quería hacerme el simpático y demostrarle mi ingenio. --¿Cómo eran los chistes? --Se me borraron. Pero eran buenos, muy buenos. --¿Y después? --Susana gritó que no quería verme más y colgó. A partir de ese día ya no me atendió los llamados. --¿Cuándo pasó eso? --Hace unos cuatro meses. Pero ahí no termina la historia. Ahora vas a ver. La mía es una familia dispersa, uno por acá, otro por allá. Mi hijita me venía jodiendo con que quería conocer a algún pariente. Así que hoy ubiqué el número de una tía y me comuniqué. Dieciocho años que no hablábamos. Me empezó a contar de todos los que habían fallecido. Y así, recuerdo va, recuerdo viene, me emocioné y empecé a llorar. Lloré mucho. Cuando colgué seguía llorando. Me dije: ¿qué hago con estas lágrimas improductivas? Entonces la llamé a Susana. Me preguntó por qué lloraba. Le dije que la extrañaba, que no podía vivir sin ella. No fue fácil, imaginate la escena: mi hijita preguntándome si seguía hablando con la tía y yo haciéndole señas de que se fuera a la otra pieza. --¿Y Susana? --Se ablandó. Admitió que ella también me había extrañado. Combinamos un encuentro para esta noche. Antes de cortar, ella dijo: "Espero que a partir de ahora la nuestra se convierta en una relación seria". Luis se pasa una mano por los ojos y toma un trago de ginebra. --¿Entonces? --pregunto. --Entonces se me ocurrió un chiste y no pude resistir la tentación. --¿Siempre llorando? --Un poco menos. --¿Y qué pasó? --Me puteó y colgó. --¿Te acordás del chiste? --No. Pero te aseguro que era bueno, muy bueno. |