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ENTREVISTA A LUIS CARDEI, UN CANTOR DEL TIEMPO IDO
"Soy un predicador porteño"


Negándose a ser un "comerciante del tango", el cantor insiste en interpretar y grabar temas preferentemente anteriores a 1940.

Luis Cardei improvisa cada noche que canta un repertorio distinto.
Prefiere los tangos viejos y poco conocidos, los de su formación.

Noctámbulo: "La noche me transformaba. Yo florecía cuando caía el sol y me molestaba cuando veía el primer rayo, y tenía que dejar las cantinas."

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Por Fernando D'Addario

t.gif (67 bytes) Esa ley no escrita que intenta redimirse en salomónicas compensaciones dibujó en Luis Cardei un itinerario sinuoso, que fluctuó entre sus ilusiones de cantor urbano y sus problemas de salud. Cuando era chico, la hemofilia lo condenó a estar cinco años sin caminar, y aún hoy, a los 54, debe lidiar con las secuelas de una enfermedad controlable, pero sin remedio. Arriba del escenario, como contrapartida, recibió el don de materializar el alma de una época envejecida por el marketing, y de trasladarla sin deformaciones a un fin de siglo que no comprende. Nostálgico incurable de un barrio (Villa Urquiza) que se le escapó, cada vez que canta, Cardei recupera una mitología tanguera que lo retrotrae a "aquellas noches de truco y dominó con los amigos de siempre, tiempos en los que todavía se le regalaba a la mujer una flor", una imagen quizás estereotipada de la melancolía, pero que en él encarna, precisamente, su naturaleza.

"Soy un predicador porteño, no un comerciante del tango", asegura en la entrevista con Página/12. Cardei está en su casa de Parque Chacabuco, preparado para encontrarse a sí mismo cualquiera de las noches en que se sube al escenario del Club del Vino, donde todos los fines de semana, acompañado por Antonio Pisano (su bandoneonista de siempre), improvisa su repertorio basado en tangos anteriores a la década del 40. Aún en su ortodoxia tanguera, deja escapar con su voz susurrante, despojada de ampulosidad, un romanticismo que lo deja a salvo de una eventual queja vanguardista. Quienes lo conocen y admiran aseguran que Cardei es, en sí mismo, un compendio de postales porteñas. Aquí van algunas de ellas:

 

* El progreso. Respeto el "progreso", pero lo pongo entre comillas, sobre todo cuando veo que Don Nicola, el carnicero de mi barrio, el que siempre me bancaba fiado, tuvo que cerrar el negocio porque le pusieron un hipermercado, en el que en lugar de mi palabra tengo que poner un ticket o una tarjeta de crédito que no sé usar.

 

* Los comienzos. Desde chico aprendía las letras de los tangos que cantaba mi viejo. Y en los años 60 se organizaban en todos los barrios concursos de cantores. Una vez mis amigos me anotaron en uno que se hizo en Villa Urquiza. Por supuesto, no gané (nunca gané ningún concurso), pero no pude evitar sentirme, de algún modo, como Gardel, y supe ahí que cantaría tangos para siempre.

 

* La noche. Después de hacer guardia en mi casa toda la tarde, esperando que me llamaran de los boliches para cantar, a la noche salía de recorrida en mi auto viejo, que estaba tan herido como yo y largaba humo por todos lados, pero nunca me dejó a gamba. Cantaba en un lugar, después en otro, y así toda la noche. No me cansaba ese ritmo. ¿Sabés por qué? Cuando volví a caminar en mi adolescencia me di cuenta de que la vida de parado se veía de otra manera. Y quería recuperarla toda junta... Yo florecía cuando caía el sol y me molestaba cuando veía el primer rayo, y tenía que dejar las cantinas donde terminaba cantando para los cocineros. La noche me transformaba, me parecía demasiado corta. A veces pensaba: 'qué lástima que Buenos Aires no está entoldada'. Pero cuando volvía para mi casa, a las 8 de la mañana, veía a las madres llevando a los chicos a la escuela y pensaba que me hubiese gustado ir de la mano con mi vieja a la escuela.

 

* Cabarets. Ahí la pasaba bárbaro, antes de que se convirtieran en turquerías. Los dueños decían que mi voz era especial para esos lugares, por la suavidad. Las chicas me ayudaban mucho. Les decían a los hombres: "Pedile que cante 'Malena' para mí." Los tipos me lo pedían y yo lo cantaba gustoso. Y me ganaba una propina. Eramos como un equipo, ellas trabajaban con sus encantos y yo con mi voz.

 

* La vida. Dios me tiró el tango como una necesidad espiritual. Debió haber pensado: "Vamos a tirarle a Luisito la vocación del tango, porque no está en condiciones de cargar un cajón de mandarinas". Y, la verdad, se lo agradezco. Si me ganara el Loto y me sugirieran que dejara de cantar, no sé, me moriría de tristeza.

 

* Infancia: Como no podía caminar y mis amigos se iban a jugar al fútbol, aprendí de chico el oficio de relator. Relataba imaginarios partidos de fútbol, o inventaba juegos para no quedarme solo, les contaba películas que iba imaginando en el momento. Así fui creando mi propio mundo, que me acompañó hasta ahora.

 

* Anécdota. Una vez, me tocó actuar en el club Unidos, de Pompeya. El escenario previsto para el show lo habían usado para un encuentro político, así que cuando pregunté dónde iba a cantar me señalaron un lugar que era un ¡ring de boxeo! Le sacaron las cuerdas y se convirtió en escenario de tango. Cuando subí saludé a la gente como lo hacen los boxeadores. La gente se mataba de risa, pero yo me sentía Cassius Clay.

 

* Discépolo. Lo respeto muchísimo, pero nunca interpreto sus temas. No me representan. Cómo podría cantar yo "cuando estén secas las pilas de todos los timbres que vos apretás", si nunca me pasó. Cada vez que voy a ver a un amigo me están esperando en la puerta...

 

* Piazzolla. "Integró una muy interesante línea de bandoneones en la orquesta de Troilo." Se le pregunta por el trabajo posterior de Piazzolla, el que lo inmortalizó: "Pensé que estábamos hablando de tango..." es su respuesta, lacónica.

 

* Su público. Viene a verme gente de todas las edades. Hay chicos venían a verme a mí después de ver a los Rolling Stones. En los tangos que canto, les cuento cosas que supuestamente no vivieron, pero en realidad lo que no vivieron es la escenografía. Porque aquellos tangos hablan de la vida. ¿Y quién no anda con la mishiadura, a quién no lo dejó una mina, quién no tiene amigos, quién no fue traicionado alguna vez? Eso les pasaba a los jóvenes de ayer y también al pibe de hoy que se afeita la cabeza.

 

* Deseo final. Me gustaría volver a aquel barrio que viví, y con todo incluido, ¿eh?, mis amigos, mi vieja y los dolores también...

 

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