La retrospectiva que Wim Wenders quería presentar

Cuando el año pasado Wim Wenders apareció filmando un comercial en Argentina, antes de irse dejó la promesa de volver, para presentar en junio una retrospectiva de su obra en Buenos Aires. El proyecto de un nuevo film le impidió cumplir con su palabra, pero el Goethe-Institut, el Teatro San Martín y la Cinemateca Argentina hicieron honor a la suya: a partir de hoy y durante casi un mes se llevará a cabo en la Sala Leopoldo Lugones un ciclo prácticamente integral de su filmografía (ver recuadro), desde sus primeros cortos, realizados durante su paso por la escuela de cine de Munich, hasta Lisbon Story (1995), su anteúltimo largometraje, inédito hasta ahora en el país. Más aún, la retrospectiva será acompañada por una exposición de fotos que el propio Wenders tomó en Australia durante el rodaje de Hasta el fin del mundo y que se podrán ver en la Fotogalería del Teatro San Martín desde mañana y hasta el 2 de agosto.

Como lo prueban sus fotos panorámicas del desierto australiano, que parecen corresponder tanto al fin del mundo como a su comienzo, para Wenders "la fotografía también es un medio de exploración y de viaje". Porque de exploraciones y viajes está hecho esencialmente su cine, incluso el de sus abstractos films iniciales, que parecen recorridos hacia el interior mismo de una ciudad, como el corto Silver City (1968), donde Wenders a través de tomas estáticas de calles vacías imagina el principio de una historia que nunca llega, o Summer in the City (1969-71), su primer largo, en el cual un hombre solo --hasta Las alas del deseo, los hombres siempre están solos en las películas de Wenders-- gira en falso alrededor de sí mismo, rodeado por el paisaje gris de Munich o Berlín, acompañado únicamente por la música del grupo The Kinks. "En las tapas de los discos de los años '60, las de los Kinks, por ejemplo, se pueden reconocer mis ideas primitivas sobre el cine", ha admitido W. W. "La idea de filmar a los personajes frontalmente, de forma estática, guardando una cierta distancia, proviene de la portada de aquellos discos."

Con su segundo largo, Wenders se asocia con el universo de Peter Handke, que marcará de forma determinante su cine. Ya se habían conocido durante el rodaje del corto Tres LP's americanos (1969) y cuando el realizador leyó un borrador de la novela La angustia del arquero ante el tiro penal supo inmediatamente que allí había una película, la suya. "Jamás había trabajado como guionista, ni siquiera había visto en qué consistía. Tomé el libro y lo dividí en escenas; no había gran cosa por hacer porque la novela ya estaba estructurada como una película: cada frase daba lugar a un plano, así de fácil."

En otro texto de Handke, su Carta breve para un largo adiós, está escondida la génesis de Alicia en las ciudades (1974). De allí y una canción de Chuck Berry, "Memphis", que habla de una chica de seis años, nació uno de los mejores films de toda la obra de Wenders, el recorrido de Philip Winter --un personaje recurrente interpretado por su actor fetiche, Rüdiger Vogler-- a través de media Alemania. Esa Alemania real, tangible, pero también metafísica, es la que vuelve a atravesar Wenders en El movimiento falso, nuevamente con la colaboración de Handke, que adapta sin escrúpulos el Wilhelm Meister de Goethe. "A ambos nos gustaba el libro de Goethe, pensábamos que su contenido, el gran movimiento emancipador, no conduciría a nada en ese momento: el viaje como aprendizaje, como forma de comprensión del mundo, no era ya factible. La película que podíamos obtener sería por tanto el viaje de alguien que tiene esa esperanza de entender el mundo y para quien ocurre lo contrario: su movimiento o viaje lo conduce a la nada. De ahí el título."

En las casi tres horas de En el transcurso del tiempo (1976) está también el mejor Wenders, aquel que invita a sumergirse en un film, a habitarlo, compartiendo el viaje de dos hombres en busca de sí mismos, una road movie por la frontera de una Alemania desierta, donde lo único que queda de los viejos cines de pueblo es su recuerdo. El cine es el motivo central de reflexión de El amigo americano (1977): Nicholas Ray, Samuel Fuller, Dennis Hopper no sólo están allí para materializar los personajes de la novela de Patricia Highsmith sino para que Wenders mismo --con la ayuda de su prodigioso fotógrafo Robbie Müller-- se conforme con sus fantasmas, con la cultura norteamericana del neón y los jukeboxes.

Si hay algo que permitirá la retrospectiva Wenders es leer su obra como si fuera un libro, seguir su recorrido descubriendo que su fallida incursión en Hollywood --Investigación en el Barrio Chino (1977-82)-- la exorciza primero en Nick's Film (1979) y luego en El estado de las cosas (1981), para alcanzar con Paris-Texas (1984) su culminación, una cúspide que ni siquiera alcanzarían los ángeles de Las alas del deseo (1986), trepados al tambaleante Muro de Berlín. "¿Cómo vivir? ¿Para qué vivir? Son preguntas que el cine ya no se atreve a hacer", se lamentaba Wenders hace poco. En su simplicidad, Lisbon Story --que permite reencontrar a un Wenders que parecía perdido-- ofrece algunas respuestas provisorias.

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