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"Argentina es muy chica para tener moneda propia"

Arthur Laffer, mentor de la política económica del reaganismo, piensa que la Argentina, como Nevada, no tiene tamaño para ser monetariamente independiente. Por eso admira a Cavallo.

FMI: "El Fondo Monetario siempre recomienda devaluar y subir los impuestos. Ha destruido más países que los que existen. No le hagan caso."

Arthur Laffer, padre ideológico de Domingo Cavallo.
Dice que el problema no son los ricos sino los pobres.

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Por Julio Nudler

t.gif (67 bytes) "La Argentina es demasiado pequeña para tener su propia moneda, como también lo son México, California o Nevada. Todos esos lugares (places) son demasiado pequeños", piensa Arthur Laffer. Este gurú participa de las Novenas Jornadas de ABRA invitado por Fidelity Investment, a la que no dudó en calificar como la mayor firma de inversiones de Estados Unidos. Abundando en su visión monetaria, abogó por una única moneda para todas las Américas o incluso para todo el mundo, reemplazando a las bancas centrales por simples cajas de conversión, como hizo la Argentina con la Convertibilidad. Para él, cuanto más grande sea la base económica, mejor resultará la moneda. E influido por el Mundial de Francia aseveró que "la moneda no es como el fútbol: uno no pone en ella su orgullo nacional. Money is business", resumió su visión. Ya en el tema, ejemplificó diciendo que Estados Unidos importa bananas de Costa Rica porque las bananas costarricenses son mejores. "Y nuestro orgullo de estadounidenses no sufre por ello", aclaró por si alguno suponía lo contrario.

Laffer tiene consultora propia y es miembro de varios directorios. Se formó en la universidad de Stanford y dictó en la de Chicago. Fue asesor económico de Ronald Reagan entre 1981 y 1988, y es considerado el padre de la supply side economics, u ofertismo, una especie de antikeynesianismo que reaccionó contra la costumbre de mirar la economía desde el lado de la demanda agregada. Simplificación y reducción tributaria, más desregulación, forman el meollo del ofertismo, al que adhirió fervientemente Cavallo. No asombró por tanto que Laffer exclamara: Domingo Cavallo is wonderfull! He did such a good job! (¡D.C. es maravilloso! ¡Hizo tan bien las cosas!).

Después de manifestarse orgulloso de que lo presentara Adolfo Diz, de quien destacó su carácter de primer argentino doctorado en economía en la Universidad de Chicago (omitiendo que presidió el BCRA durante la dictadura militar de Videla-Massera), Laffer se dedicó a dorarles la píldora a sus generosos anfitriones. "Lo que ustedes han logrado es fenomenal, prodigioso, increíble --se exaltó--. En el resto del mundo nos quitamos el sombrero ante ustedes. Y pasaron la prueba de fuego del Tequila, y la crisis asiática apenas si los afectó. ¡Felicitaciones! Nuestros logros (los estadounidenses) empalidecen al lado de los de ustedes."

Buena parte de su charla la dedicó a una apología del déficit comercial, que para él no es ningún problema: "¡El déficit es la solución!", pontificó ante los gestos entre irónicos y escépticos del auditorio. "Si quieren ser como Japón, entonces tengan un superávit comercial. Pero si prefieren ser como Estados Unidos, tengan déficit", simplificó Laffer sin rubor, apoyándose en aquella ecuación económica según la cual el rojo en el intercambio de mercancías y servicios es la mera contraparte del excedente en la cuenta de capital del balance de pagos. "¿Qué prefieren tener? --interrogó--. ¿Inversores apostados en la frontera buscando invertir en este país, o tratando de salirse de él? Obviamente lo primero. Esto es lo que pasa hoy con la Argentina. Y la única manera de que esos inversores puedan realizar su deseo es que este país tenga déficit comercial. Ustedes se han convertido en una nación elegida."

También al déficit fiscal le tiene simpatía, como buen iconoclasta. Según él, hay un tiempo para el déficit y un tiempo para el superávit. Un país que está en la lona, explicó, debe incurrir en rojos presupuestarios para ponerse en pie porque eso cuesta mucha plata. "Los déficit no son buenos ni malos. Lo que importa es el spread (brecha) entre el costo del endeudamiento para financiarlo y el retorno del gasto público", adoctrinó. De paso, se jactó del actual superávit fiscal estadounidense, viéndolo como una consecuencia de la política económica de Reagan, la famosa reaganomics. "Se necesita mucho tiempo para reconstruir un país", arguyó ante la desconfiada platea. Y añadió que "sería un craso error que ustedes detengan hoy su crecimiento económico para eliminar el déficit fiscal, porque la solución final para éste es el crecimiento. El déficit fiscal es una herramienta para resolver problemas", remató.

Que heterodoxia no debe confundirse con progresismo quedó claro una vez más. Laffer les lanzó a los banqueros que lo escuchaban una exhortación probablemente superflua: "¡Nunca crean que el problema son los ricos --les advirtió--. El problema son los pobres. Hay que volver más ricos a los pobres. Lo que no debe hacerse es empobrecer a los ricos. Eleven lo que está abajo. No bajen lo que está arriba. ¡No aumenten los impuestos! La idea de un impuesto a la riqueza no tiene sentido (el visitante no parece enterado de que éste fue establecido por su admirado Cavallo). La idea de tasas tributarias progresivas tampoco tiene sentido." En otro momento calificó a Bill Clinton de "liberal de izquierda".

Entre los amores de Laffer no figura, sin duda, el Fondo Monetario. "El FMI no da sino malos consejos a todo el mundo y no responde ante nadie por sus errores. Lo mejor es no hacerle ningún caso. El Fondo destruyó más países que los que existen. Siempre recomiendan devaluar y subir los impuestos. Con amigos como el Fondo, ¿quién necesita enemigos?", se preguntó sin obtener respuesta. ¿Y con amigos como Laffer?

 

Tasas en la servilleta
Por J.N.

t.gif (862 bytes) Durante una comida en un restorán de Washington, en 1974, Laffer dibujó una curva sobre una servilleta, sin sospechar que ese acto le daría tanta celebridad como a Carlos Corach. La después llamada Curva de Laffer es una parábola que parte de cero y termina en cero, midiendo en las abscisas (eje horizontal) la alícuota del impuesto y, en las ordenadas (eje vertical), la recaudación obtenida. Lo que intenta mostrar es que la recaudación será nula, tanto si la tasa del tributo es cero --cosa obvia-- como si la tasa es prohibitivamente alta --cosa algo menos obvia--, porque en esa eventualidad dejaría de haber transacciones en el producto tan insoportablemente gravado. Lo astuto sería encontrar el nivel de alícuota que maximice la recaudación. A ese sitio en la curva se lo conoce, precisamente, como Punto Laffer.

La curva le proveyó al reaganismo la coartada técnica que necesitaba para reducir las tasas de los impuestos que gravaban al capital y a los ricos. Lo que ayer Laffer no pudo responder es si, por ejemplo, el 21% de IVA es una tasa adecuada, o sea, si coincide con el punto que lleva su nombre. El visitante confesó no haber trazado esa curva para la Argentina.

 

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