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Por Pablo Rodríguez En una de sus últimas medidas como presidente de Paraguay, Juan Carlos Wasmosy se dio el gusto de cerrarle las puertas del poder al ex general Lino Oviedo, luego de que ambos protagonizaran una de las historias políticas más complejas de los últimos tiempos. El primer mandatario promulgó ayer una ley, aprobada por el Congreso, por la cual ningún presidente podrá indultar a aquellos condenados que no hayan cumplido la mitad de su pena de prisión. El presidente electo en los comicios del 10 de junio pasado, Raúl Cubas, había anunciado que indultaría a Oviedo; ahora aseguró que existen "otras vías legales" para liberar al ex militar. Hasta el día del fallo en su contra --el 17 de abril último--, Oviedo era candidato a presidente y su compañero de fórmula era el mismo Cubas. Además de completar el juego de Wasmosy, la votación parlamentaria a favor de la ley marca el comienzo del frente "antioviedista", anunciado ayer por el senador colorado Martín Chiola, que se constituyó para el próximo período gubernamental. La nueva alianza de los partidos opositores, el Liberal Radical Auténtico y el Encuentro Nacional, con el Movimiento de Reconciliación, sector colorado opuesto a la Unión de Colorados Eticos (Unace) de Oviedo, no sólo le impide a Cubas dictar el prometido indulto al ex militar, sino que lo dejó con una minoría en el Congreso que puede convertir a su gestión en una pesadilla. La trama que llevó a la situación actual comenzó hace dos años, cuando en abril de 1996 el entonces jefe del ejército, general Lino Oviedo, trató de organizar una rebelión contra el presidente Wasmosy, luego de que éste, alertado de un posible golpe de Estado, había ordenado su pase a retiro. El militar no logró sublevar demasiadas guarniciones, con lo cual él mismo interrumpió el levantamiento; relevado del mando castrense, la justicia civil comenzó un proceso en su contra por el delito de sedición. Oviedo consideró que era el momento, en tanto no se emitiera el fallo, de lanzar su carrera política, y de hacerlo en el propio Partido Colorado. Con un discurso populista, en el que mezclaba el castellano con el guaraní, y apuntando fundamentalmente al electorado rural --que compone gran parte de la población paraguaya--, el militar ganó las elecciones internas del partido frente a un líder histórico como Luis María Argaña. Todas las listas perdedoras acusaron formalmente a Oviedo de fraude; él continuó con su campaña electoral acusando de "corrupto" a Wasmosy. Este ordenó su detención por agravio a la investidura presidencial. De este modo, hacia diciembre pasado, ya había tres causas en contra del general y una cuarta por un sospechoso sobreprecio en la compra de helicópteros por parte del ejército cuando él lo comandaba. Su estrategia fue huir del país y luego volver para el arresto de 30 días prescripto por Wasmosy. Poco tiempo después de entrar en prisión, el fuero civil lo absolvió del delito de rebelión y, un día después de Navidad, recibió un gran regalo de Nochebuena: la justicia electoral consideró que no hubo fraude alguno en su triunfo de setiembre. Desde ese momento, fue Wasmosy quien se apropió el papel del malo de la película. Frente a un recurso de amparo presentado por un juez civil para liberar a Oviedo antes del cumplimiento del arresto, hubieron extraños movimientos militares en el centro de Asunción. La medida no prosperó y el día del fin de la pena llegó; el presidente no tuvo mejor idea que nombrar un Tribunal Militar Extraordinario para volver a juzgarlo por el supuesto levantamiento de 1996, y que inmediatamente dictó la prisión en suspenso del general. Este virtual "manotazo de ahogado" terminó de hundir la imagen de Wasmosy y, dos días después de la medida, todo el arco político paraguayo --incluyendo a muchos colorados-- estuvo en un acto de 50.000 personas en Caacupé, la Luján de la nación guaraní, pidiendo que se libere a Oviedo, que pasó de victimario de la democracia a víctima de un presidente afecto a procedimientos no demasiado limpios. Previsiblemente, el tribunal castrense, formado en su mayoría por oficiales contrarios a la base de apoyo que Oviedo tiene en la suboficialidad, condenó a Oviedo; el caso debía pasar a la Corte Suprema de Justicia. Como aún no tenía nada asegurado, Wasmosy abrió otro frente de batalla: acusó a la justicia electoral de manipular los padrones para perjudicar a los colorados, lo cual era ambiguo, porque en los hechos significaba que afectaba al mismo Oviedo. Y lo hizo, otra vez, sin respetar los buenos modales, porque afirmó que él mismo dirigiría "las hordas coloradas" contra el presidente del tribunal electoral. Pero la violencia anunciada no hizo falta. La Corte Suprema ratificó la sentencia contra Oviedo, que fue así destituido, y las cosas aparecieron en su lugar para Wasmosy, salvo por el hecho de que la nueva fórmula -- Cubas como presidente y el archienemigo del ex militar, Argaña, como su vice-- no tenía el arrastre de Oviedo y las encuestas permitían dudar del triunfo colorado. Pero este partido tuvo el aparato suficiente para sortear el escollo; la oposición perdió así la oportunidad histórica de derrotar al partido que permaneció 50 años seguidos en el poder. En esta secuencia complicada, la victoria de Wasmosy es tan grande como las malas artes a las que apeló. La pregunta que queda latente, en Paraguay, es si alguien con un apoyo masivo, como Oviedo, puede ser sepultado por obra y gracia de aparatos legales, judiciales y partidarios de larga data. Por ahora, la respuesta, evidentemente, es "sí".
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